La rápida expansión de la siembra directa en Bangladesh, India, Nepal y Pakistán genera cosechas más abundantes y reduce el uso de herbicidas y el riego, aseguraron investigadores agrícolas.
La siembra directa, o sin arado, es particularmente exitosa en India y Pakistán, donde creció de 3.000 hectáreas en 1998-99 a más de 100.000 en 2000-01, aseguró el agrónomo Peter Hobbs.
«Se espera llegar a 300.000 hectáreas el año próximo y alcanzar pronto un millón», sostuvo el Centro Internacional para el Mejoramiento del Maíz y el Trigo (CIMMYT), con sede en México, en un estudio publicado el martes.
La agricultura sin arado es una «transformación cultural importante» que «está llenando el granero de Asia», según el CIMMYT.
La siembra directa se expande más rápidamente en otras regiones del mundo, en especial en Sudamérica. «Lentamente aprendimos que el arado no es bueno para el suelo, cuesta más y lleva más tiempo», dijo Brian Halweil, investigador del Worldwatch Institute, con sede en Washington.
Argentina y Brasil experimentan un rápido desarrollo de la siembra sin arado, según el Proyecto de Investigación sobre el Potencial de la Agricultura Sostenible para Alimentar al Mundo, de la Universidad de Essex, en Gran Bretaña.
En Argentina, esta modalidad creció de 100.000 hectáreas en 1990 a 9,2 millones de hectáreas en 1999. En los tres estados meridionales de Santa Catarina, Río Grande do Sul y Paraná, en Brasil, la siembra directa se expandió de un millón de hectáreas en 1991 a 11 millones en 1999.
«La superficie plantada con esta técnica se multiplica anualmente por diez», afirmó Hobbs.
Este cambio puede beneficiar a 150 millones de personas de la región de Asia meridional que dependen exclusivamente de sus cultivos rotativos de arroz en la estación de lluvias y de trigo en la estación seca, agregó.
En las últimas décadas, investigadores como Hobbs promovieron este método entre grandes y pequeños agricultores de todo el mundo como una forma económica de reducir las malezas, ahorrar agua y aumentar las cosechas.
Los métodos tradicionales de labranza remueven el suelo y los exponen al aire, que con el paso del tiempo empobrece los nutrientes y reduce la humedad de la tierra, elevando la necesidad de riego y agroquímicos.
Limitar o eliminar la labranza deja buena parte o toda la superficie del suelo cubierta y sin perturbaciones durante la siembra y el crecimiento de las plantas, y restringe el crecimiento de malezas.
La siembra directa ahorra entre 30 y 50 por ciento del riego anual, pues ayuda al suelo a retener la humedad. Mediante estas prácticas, podrían ahorrarse hasta 5.000 millones de metros cúbicos de agua en Asia meridional, aseguró Timothy Reeves, director general del CIMMYT.
«Este es uno de los mejores ejemplos en el mundo de técnicas que trabajan en favor de la gente y del ambiente», aseveró.
Investigadores y plantadores de Asia meridional han adaptado la siembra directa a las necesidades y circunstancias locales.
Cuando los agricultores siembran trigo después de la cosecha de arroz, utilizan «sembraderas» de fabricación local para colocar las semillas y el fertilizante dentro del suelo a través de las fibras vegetales del arroz que quedan de la cosecha anterior.
Como los restos de las plantas de arroz siguen arraigados al suelo, sus raíces suministran canales para el crecimiento de las raíces del trigo y un entorno para el desarrollo de microorganismos que se alimentan de insectos invasores.
La paja de arroz se descompone y suministra una fertilización natural al suelo.
Plantar trigo inmediatamente después de la cosecha de rrroz significa adelantar la siembra tres o cuatro semanas, pues se saltea la etapa del arado. «El cultivo madura completamente antes de la llegada de la temporada más seca y cálida, y por tanto aumenta la productividad», de acuerdo con el CIMMYT.
La siembra sin arado es accesible a los campesinos que disponen de poca tierra y dinero y que carecen de herramientas, dijo Hobbs.
Setenta por ciento de los agricultores que aplicaron la siembra directa entre 1999 y 2000 en el estado indio de Haryana no tenían tractores y eran considerados «pobres en recursos» por los investigadores.
Las sembraderas cuestan entre 400 y 500 dólares cada una y sirven para plantar semillas en aproximadamente 80 hectáreas por temporada. «Los que tienen poco dinero alquilan el equipo», afirmó Hobbs.
La práctica tuvo un lento comienzo en la región a partir de 1984, pero cuando los beneficios se hicieron evidentes en unas pocas granjas, la técnica se propagó rápidamente.
«Los beneficios no se hubieran visto si no fuera por los agricultores que se mostraron dispuestos a experimentar y adaptar la técnica a las condiciones locales», concluyó Hobbs. (FIN/IPS/tra-en/dk/aa/dc/mlm/dv-en/01