Ex dirigentes de guerrillas afganas contra la invasión soviética (1979-1989) llegaron a Pakistán en busca de lograr un lugar en el gobierno que eventualmente reemplazará en su país al movimiento fundamentalista Talibán.
Uno de ellos es Abdul Haq, quien estuvo exiliado en Estados Unidos hasta hace tres semanas y que se aloja en una lujosa residencia del barrio Hayatabad, en la nororiental ciudad pakistaní de Peshawar, donde es asediado por periodistas y dirigentes políticos.
El corpulento, barbudo y cuarentón Haq fue «mujaidín» (guerrillero islámico) y comandante de Hizb-e-Islami, uno de los grupos que lucharon contra los soviéticos. Ahora dice en fluido inglés que su misión es liberar a Afganistán del Talibán, que controla la mayor parte del país.
El Talibán soporta el ataque de la coalición internacional encabezada por Estados Unidos, por negarse a entregar al saudita Osama bin Laden, a quien el gobierno estadounidense considera responsable de los ataques terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y Washington.
Todo indica que una de las consecuencias de la campaña militar en curso será el derrocamiento del Talibán, y eso determina que se realicen intensas negociaciones para preparar su sucesión.
«La gente de Afganistán está harta del Talibán. En la actualidad, el mundo entero está contra nuestro país. Queremos cambiar eso y vivir como seres humanos normales», afirma Haq, quien propone instalar un nuevo gobierno afgano con amplia base social y asegura que no tiene ambiciones de liderazgo.
Sin embargo, el ex guerrillero procura que todos los viejos comandantes «mujaidines» y los que permanecen en actividad se congreguen en torno a él, por convicción o por intereses materiales.
«Quiero que los líderes que permanecen neutrales entren en acción, y con esa intención mantengo contactos con dirigentes tribales. Todas las tribus y comandantes se están uniendo», explicó.
«Más de la mitad de los comandantes del Talibán (en actividad antes de los ataques del 11 de septiembre) han aceptado cambiar de bando, porque quieren un lugar en el próximo gobierno», aseveró.
Otros ex jefes guerrilleros tienen planes similares a los de Haq, entre ellos Haji Zaman, quien fue comandante del Frente Islámico Nacional afgano durante la resistencia contra la Unión Soviética, con unos 4.000 combatientes a sus órdenes, y llegó a Pakistán tras estar exiliado en Francia.
Otro es Malik Zarin, quien combatió contra el Talibán en la lucha de facciones afganas tras la retirada soviética, a menudo junto con la Alianza del Norte, que continúa la lucha contra ese movimiento y controla en la actualidad 10 por ciento del territorio de Afganistán, en la región nororiental.
Todos los ex comandantes sostienen que el ex rey afgano Zahir Shah, exiliado en Roma desde que fue derrocado en 1973, desempeñará un papel central en el próximo gobierno de su país.
En las últimas semanas, la Alianza del Norte y el ex rey anunciaron que habían alcanzado un acuerdo para la sucesión del Talibán.
Analistas políticos pakistaníes piensan que personas como Haq cuentan con reputación y poder de convocatoria suficientes para lograr apoyo de dirigentes tribales afganos.
El gobierno de Pakistán está enemistado con la Alianza del Norte, porque mantuvo relaciones amistosas con el Talibán hasta los ataques del 11 de septiembre, y desea contar con aliados en el próximo gobierno afgano.
Esa parece ser la razón de que Islamabad haya permitido el ingreso al país de Haq y otros ex comandantes, cuyas intensas actividades políticas contra el Talibán tolera en silencio.
Entre los operadores políticos que buscan articular una amplia alianza afgana tras Zahir Shah es Pir Sayed Ahmed Gilani, presidente de la Asamblea de Paz y Unidad para Afganistán.
Algunos académicos afganos exiliados apoyan la restauración de la monarquía.
«Muchos afganos amantes de la paz regresarán al país para ayudar a reconstruirlo, si el rey vuelve a estar al mando», pronosticó Rasool Amin, ex profesor de ciencia política en la Universidad de Kabul.
La mayoría de los observadores políticos piensan que sólo Zahir Shah podría ser un punto de referencia común para las etnias afganas, incluyendo a los mayoritarios patanes, predominantes en el Talibán, y a tajikos, uzbekos, hazaras y turkmenos, entre otros.
Poco antes de que el Ejército soviético se retirara de Afganistán, el entonces gobernante afgano, Mohammed Najibullah, lanzó sin éxito una iniciativa de «reconciliación nacional», que incluía su renuncia para instalar un gobierno de transición, e invitó al depuesto rey a supervisar el proceso.
El entonces dictador militar de Pakistán, Zia-ul-Haq, quien apoyaba a las guerrillas contra la Unión Soviética, rechazó aquella propuesta, a la cual describió como un «beso de la muerte».
Tras la retirada soviética, los comandantes «mujaidines» se convirtieron en señores de la guerra. La mayoría de ellos estaban involucrados en el tráfico de armas y drogas, y algunos se enriquecieron mediante el comercio ilegal de piedras preciosas y madera.
Haq admite que cometió errores en aquel periodo de caos y violencia, que terminó en 1996 con el predominio del Talibán, y asegura que el regreso de Zahid Shah ayudará a forjar la unión de todos los ex comandantes guerrilleros.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) también trabaja para articular una amplia alianza en torno al exiliado rey.
El enviado especial de la ONU para Afganistán, Frances Vendrell, ha mantenido reuniones en Ginebra y Roma con dirigentes políticos y otras personalidades afganas exiliadas, para procurar que resuelvan sus discrepancias.
Acuerdos para «formar un gobierno representativo de una amplia base social y política podrían desembocar en la convocatoria a elecciones o a una Loya Jirga (asamblea de tribus», opinó Vendrell. (FIN/IPS/tra-eng/ny/mmm/mp/ip/01