Estados Unidos levantó las sanciones económicas que había impuesto a Pakistán e India por sus ensayos con armas nucleares en mayo de 1998, y la decisión implica ante todo una recompensa a Islamabad por apoyar lo que Washington llama guerra contra el terrorismo.
El acercamiento diplomático de Washington a Nueva Delhi hacía esperar que las sanciones contra India fueran levantadas, pero la actitud del gobierno pakistaní tras los atentados terroristas del día 11 en Estados Unidos logró una decisión equitativa.
Washington considera al extremista saudita Osama bin Laden, residente en Afganistán, principal sospechoso de los atentados, y exige su entrega. Pero el movimiento Talibán, que controla 90 por ciento del territorio afgano, se niega a hacerlo, con lo cual se expone a un probable ataque estadounidense.
Islamabad abogó por el planteo de Washington ante el Talibán, con el cual ha mantenido buenas relaciones, y anunció que aportaría apoyo de Inteligencia a Estados Unidos y permitiría a la Fuerza Aérea de ese país utilizar espacio aéreo pakistaní.
Esa conducta mejoró en forma radical la actitud hacia Islamabad del presidente estadounidense, George W. Bush, y el levantamiento de las sanciones es sólo la primera de las recompensas.
Pakistán fue firme aliado de Estados Unidos durante la Guerra Fría, cuando su rival India mantenía buenas relaciones con la Unión Soviética, y ayudó a Washington a combatir la invasión soviética de Afganistán (1979-1989), pero en los últimos años la Casa Blanca se acercó a Nueva Delhi, en perjuicio de Islamabad.
El diario estadounidense The New York Times informó el sábado que Bush estudia en la actualidad la aprobación de «importante asistencia a Pakistán».
«Aún no se ha definido cuánto de esa asistencia se realizará en efectivo y cuánto mediante alivio de la deuda externa pakistaní», afirmó un alto funcionario citado por el periódico.
La deuda externa de Pakistán es 30.000 millones de dólares, y Estados Unidos es acreedor de 10 por ciento de esa suma.
Otra iniciativa para ayudar a Islamabad estudiada en la actualidad por el gobierno estadounidense, según informes periodísticos, es la duplicación de la asistencia al alivio de la pobreza en Pakistán por parte del Fondo Monetario Internacional, que aumentaría de 2.500 a 5.000 millones de dólares.
También se prevé que Japón aporte nueva asistencia a Pakistán, que espera la llegada este martes de una delegación de la Unión Europea para considerar el otorgamiento de ayuda.
El presidente pakistaní, general Pervez Musharraf, quien tomó el poder en octubre de 1988, recibió llamadas telefónicas de agradecimiento de Bush y del secretario de Estado estadounidense, Colin Powell.
Islamabad reclamaba desde hace años a Washington tratar en forma equitativa a Pakistán e India, y acusaba a Estados Unidos de «deshacerse de sus amigos después de usarlos» desde 1990, cuando cesó su asistencia a las Fuerzas Armadas pakistaníes, por sospechas luego confirmadas de que desarrollaban armas nucleares.
En la actualidad, las iniciativas de asistencia económica a Pakistán impulsadas por Washington sugieren apuestas de largo plazo, y no sólo un gesto coyuntural de apoyo.
El discurso de Bush ante el Congreso de Estados Unidos el jueves y el despliegue militar de ese país en las cercanías de Afganistán indican que Washington se propone tomar represalias contra el Talibán por no entregarle a Bin Laden.
Sin embargo, no está claro cuándo y cómo se levarán a cabo esas represalias, ni qué consecuencias pueden tener para Estados Unidos y sus aliados.
El mayor problema actual de Washington es ganar apoyo de la opinión pública en el mundo musulmán, donde muchos aún no se han convencido de que haya relación entre el Talibán y los ataques terroristas del día 11, ni de que tenga sentido iniciar una guerra sin aportar pruebas de ese presunto vínculo.
Powell dijo a periodistas el domingo que Estados Unidos compartirá con sus aliados evidencias de la responsabilidad de Bin Laden en los atentados contra el World Trade Center en Nueva York y el Pentágono (Ministerio de Defensa) en Washington, realizados mediante aviones de pasajeros secuestrados.
En ausencia de esas evidencias, las acciones militares contra Afganistán que parecen avecinarse son vistas como decisiones políticas más que como parte de una auténtica lucha contra el terrorismo.
Muchos musulmanes piensan que Bush se inclina hacia acciones militares para satisfacer un profundo deseo de venganza del pueblo estadounidense, tras la muerte de miles de inocentes en los ataques terroristas, y que Afganistán, un país pobre y carente de infraestructura, es un blanco fácil y conveniente.
Pakistán y otros países musulmanes como Arabia Saudita, Egipto, Jordania y Uzbekistán deberían presionar a Estados Unidos para que no implemente políticas de represalia cuyas consecuencias pueden resultar incontrolables, en la medida en que aumenten el sentimiento antiestadounidense en el mundo musulmán.
«Si lanzan un ataque contra Afganistán, matarán a muchos inocentes, como hicieron los terroristas en Estados Unidos. No jueguen al juego de su enemigo», advirtió el sábado a los estadounidenses el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, en un discurso.
Una acción militar contra Afganistán creará «una nueva generación de militantes deseosos de venganza contra Estados Unidos», añadió.
El secretario general de la Liga Arabe, Amr Moussa, dijo el domingo que «acciones militares contra cualquier Estado árabe serían inaceptables», en clara alusión a la posibilidad de que Washington extienda sus represalias a Iraq o Sudán, países a los cuales considera vinculados con Bin Laden.
Los ministros de Relaciones Exteriores del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), reunidos en Riyadh, condenaron los atentados del día 11, pero también acciones israelíes contra palestinos.
El CCG reúne a los seis reinos musulmanes del Golfo, Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Arabes Unidos, Kuwait, Oman y Qatar.
Arabia Saudita, Emiratos Arabes Unidos y Pakistán son los únicos tres países que reconocen al Talibán como gobierno de Afganistán.
El terrorismo es el principal problema interno de varios países musulmanes, entre ellos Pakistán, Arabia Saudita y Egipto, pero aun esos países temen que la «guerra contra el terrorismo» anunciada por Bush conduzca a un conflicto entre las potencias occidentales y el conjunto del mundo musulmán.
Islamabad debería insistir con urgencia en la necesidad de resolver la cuestión de Bin Laden mediante el diálogo con el Talibán, en vez de limitarse a esperar con temor un ataque estadounidense contra Afganistán. (FIN/IPS/tra- eng/mh/ral/mp/ip/01