Personas de todo el mundo relataron sus dolorosas experiencias de persecución o discriminación ante la Conferencia Mundial contra el Racismo que se celebra hasta este viernes en el oriental puerto sudafricano de Durban.
Nusreta Sivac, ex jueza de Bosnia-Herzegovina, estuvo cautiva durante dos meses en un campamento de detenidos en el norte del país, donde fue torturada y violada.
Sivac remomoró su peripecia para la audiencia reunida en la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia.
Tropas serbias tomaron en abril de 1992 el pueblo donde vivía Sivac, en la zona noroccidental de Bosnia-Herzegovina. Poco antes un plebiscito popular había aprobado la separación de Bosnia- Herzegovina de la federación yugoslava que conformaba junto a Croacia, Eslovenia, Montenegro, Macedonia y Serbia.
Al llegar a su trabajo después de la ocupación, la jueza fue informada que su nombre figuraba en una lista de personas despedidas. El 9 de junio fue detenida sin explicaciones y trasladada al campo de concentración de Omarska.
Allí permaneció durante dos meses «junto a miles y miles de hombres y apenas 36 mujeres», relató.
En el campamento las mujeres debían limpiar los dormitorios y servir la única comida diaria que recibían los prisioneros. «Si no comíamos en dos minutos una ración de un trozo de pan y un puñado de legumbres éramos golpeadas incluso hasta morir», sostuvo Sivac.
Al anochecer, antes de tenderse en el piso de los cuartos donde dormían, debían limpiar la sangre «pues durante el día los dormitorios se utilizaban como lugares de interrogatorio y tortura», afirmó.
«Vi cosas terribles, la tortura y el asesinato de personas. Algunos morían de hambre, otros por las condiciones de detención. Comenzaba mi jornada contando el número de muertos», aseguró Sivac.
Por la noche los guardias violaban sistemáticamente a las mujeres. «Nunca podré olvidar eso. Creí que me salvaría pues había mujeres más jóvenes, pero no fue así», dijo con lágrimas en los ojos.
Transcurridos dos meses, las prisioneras fueron trasladadas a otro campamento. Sivac supo más tarde que sus captores esperaban la visita de una delegación de la institución humanitaria Cruz Roja Internacional y de periodistas extranjeros a Omarska, centro de detención que según los serbios era para hombres.
Sivac fue liberada cinco días después y se marchó a Croacia en octubre de 1992, donde permaneció cuatro años como refugiada. En 1996 volvió a vivir muy cerca de su antiguo hogar, en Bosnia.
«Aún es prematuro hablar sobre el número de muertes. Todavía siguen apareciendo tumbas colectivas. En una de ellas hallé a dos de mis amigos y todavía busco a otros tres», sostuvo.
La sudafricana Lorraine Nesane, de 15 años, concurrió en agosto de 2000 a un comercio de prendas de vestir en la ciudad de Louis Trichardt, en la Provincia del Norte, Sudáfrica.
Pero la compra se vio frustrada. Una encargada blanca de la tienda la acusó de intentar hurtar una prenda y ordenó a un empleado negro que la cubriera de pintura blanca de la cabeza a la cintura.
El hombre «me dijo que me quitara la blusa. Yo ne negué, entonces él me la quitó y me pintó», afirmó Nesane. Cuando le dijeron que se marchara pidió su dinero y la ropa que llevaba puesta. «La mujer me dijo que me veía hermosa y que me fuera», recordó.
El caso fue llevado a la justicia, la cual halló culpable al dependiente y le impuso una multa de 177 dólares. La gerenta resultó absuelta.
Nesane dijo ante la conferencia que no tiene esperanzas de que la convivencia entre blancos y negros sea posible en Sudáfrica, pese a la abolición del régimen racista del apartheid en 1994, «porque la gente blanca se considera superior y desprecia a la negra», aseveró.
Con sólo diez años la afrobrasileña Crueza María de Oliveira fue empleada doméstica y niñera de un pequeño de dos años, para una familia blanca que le prometió enviarla a la escuela, aunque jamás recibió educación.
«Me golpeaban y me insultaban», recordó De Oliveira, en la actualidad una activista por los derechos de las trabajadoras domésticas.
Su empleadora se burlaba de ella, la alimentaba con los restos de comida de los niños de la casa y no le permitía comer en los mismos platos que usaba la familia. Cuando la mujer no estaba, su marido exhibía sus genitales ante De Oliveira y la acosaba sexualmente.
Según De Oliveira, las trabajadoras domésticas de Brasil no reciben actualmente un trato mucho mejor que el que le tocó sufrir. «Aún no se las respeta, se abusa de ellas y se las explota», sostuvo. (FIN/IPS/tra-en/cg/aa/dc/aq/hd/01