Más que ninguna otra región del mundo, Asia meridional enfrentará graves consecuencias por la campaña antiterrorista emprendida por Estados Unidos tras los atentados suicidas de Nueva York y Washington.
Una de esas consecuencias es la puja entre Pakistán e India, naciones rivales, acerca del papel de cada una en la coalición militar encabezada por Estados Unidos.
Otro efecto es la creciente oposición interna a la decisión del gobierno paquistaní de alinearse con Washington.
Cuatro personas murieron este viernes en la ciudad de Karachi, durante una huelga general convocada por partidos e instituciones islámicas contra la decisión del gobierno del general Pervez Musharraf de colaborar con Washington. Hubo manifestaciones en varias ciudades del país.
Pakistán debió optar entre exponerse a las represalias estadounidenses o sacrificar su independencia estratégica para preservar otros valores.
Desde los ataques del martes 11, la concepción estadounidense sobre Asia meridional cambió radicalmente. El gobierno de George W. Bush reformuló sus propósitos iniciales, que se referían a la promoción de India como contrapeso de China, considerada el nuevo adversario a controlar, y el abandono del apoyo a Pakistán.
«La preocupación común de Estados Unidos e India acerca del creciente poderío de China y de sus intentos por aumentar su influencia en el resto de Asia constituyen la base obvia para una cooperación estratégica», afirmaba el 3 de este mes el periodista Nayan Chanda en el diario International Herald Tribune.
Pero los atentados en los que murieron al menos 6.300 personas alteraron el escenario estratégico.
Pakistán mostró una notable presteza para sumarse a la campaña estadounidense, ante la posibilidad de que India ofreciera sus bases para combatir al extremista saudita Osama bin Laden, refugiado en Afganistán y señalado por Estados Unidos como principal sospechoso de los atentados.
Estados Unidos no apeló a India, sino que emplazó a Pakistán, al que considera un integrante clave de su coalición.
Si bien no se habló públicamente de compensaciones, la prensa estadounidense aseguró que Musharraf pidió a Bush el levantamiento de sanciones económicas, la reducción de la deuda pakistaní y una postura activa de Estados Unidos en el conflicto por Cachemira, que enfrenta a Pakistán e India.
Varios funcionarios estadounidenses aseguraron que las demandas pakistaníes eran «razonables» e incluso menores, comparadas con lo que Estados Unidos espera obtener de la cooperación de Pakistán.
En su discurso del miércoles, Musharraf justificó su decisión de cooperar con Washington como una medida para proteger la seguridad, la economía y los bienes estratégicos (los programas misilísticos y nucleares) de Pakistán, y la causa cachemira.
India procura «aislarnos, acercándose a Estados Unidos e intentando que se nos considere como un estado terrorista», dijo también el gobernante militar.
Pero Washington hizo caso omiso a los intentos de India de presentar a Pakistán como socio del terrorismo de Bin Laden.
La pérdida de protagonismo de India se produjo a pesar de las buenas relaciones entre el gobierno de Bush y el oficialista partido Bharatiya Janata (nacionalista hindú).
Nueva Delhi se basó en los entendimientos alcanzados en 2000 en el Grupo Conjunto de Trabajo sobre Terrorismo, según los cuales Estados Unidos, India y países como Rusia e Israel, emprendían esfuerzos de cooperación contra el terrorismo.
Para India, ese grupo asumía un protagonismo natural si la estrategia antiterrorista de Estados Unidos se concentraba en Asia meridional.
Por eso, el ministro de Asuntos Exteriores Jaswant Singh se apresuró a ofrecer bases a Estados Unidos, incluso antes de cualquier pedido de Bush.
El otro error indio fue creer que la presión islámica interna impediría a Pakistán distanciarse del movimiento islámico Talibán, que controla casi todo el territorio afgano y alberga a Bin Laden.
En ese contexto no sorprenden las críticas dentro del propio gobierno indio por el apresuramiento de Nueva Delhi, que no logró sintonizar con las propuestas de Washington.
«India se adelantó a ofrecer ayuda militar y asistencia logística sin conocer el plan de Washington», dijeron el miércoles algunos ministros, según aseguró el diario Indian Express.
Al día siguiente, el gobierno desmintió que Estados Unidos hubiera solicitado permiso para utilizar bases militares y que India las hubiera ofrecido.
Un encuentro internacional para considerar la cuestión afgana celebrado en Dushambe, capital de Tayikistán, contó con la participación de Rusia, India, Irán, Uzbekistán y representantes de la Alianza del Norte, resistencia armada contra el Talibán, cuyo líder Ahmad Massud, fue asesinado dos días antes de los ataques en Estados Unidos.
Esa reunión pretendió un abordaje del caso afgano excluyendo a los pakistaníes y al Talibán, pero la nueva estrategia estadounidense se basa en la inclusión de Pakistán y de otros estados musulmanes.
Los promotores de la campaña militar que seguramente será lanzada sobre Afganistán procuran eludir la concepción del «choque de civilizaciones», para evitar el choque entre el mundo musulmán y Estados Unidos.
El Islam, y no India, es la clave de la actual crisis, por eso Pakistán tiene un papel crucial, a juicio de los estrategas estadounidenses. (FIN/IPS/tra-eng/mh/js/dc-ff/ip/01