Los cineastas argentinos Julio Midú y Fabio Junco filman cuatro largometrajes al año, cada uno a un costo de 140 dólares, en Saladillo, un pueblo de 30.000 habitantes. Sus filmes convocan a más de 500 espectadores al único cine de la localidad, mucho más que los de Hollywood.
El secreto del éxito no es la calidad de los films, realizados con una cámara de vídeo digital que sus propietarios están pagando en cuotas. La clave es el elenco, compuesto por unos 100 habitantes de este pueblo agrícola que algunas veces componen personajes y otras se encarnan a sí mismos.
«Imagínese, para mis nietos es una alegría venir a verme, aunque sea un papel chico», comentó Alberto Ortalli, un jubilado de 81 años que participa de este movimiento cultural que cambió el ritmo de Saladillo, a unos 200 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.
Ante cada estreno, los pobladores se agolpan en el cine. La aparición de cada uno de los personajes provoca risas, aplausos, abucheos y toda clase de comentarios que a veces hacen difícil seguir la trama. Si alguno aparece en prendas íntimas, será imposible escuchar qué dijo.
También asisten espectadores que quieren ver cómo se ve su casa, su automóvil, su vaca, su caballo o su tractor en la pantalla grande. «¡Ese es mi perro!», grita enardecido un muchacho, casi de pie sobre su butaca, cuando el pico dramático se concentra en los personajes.
Uno de los actores, el jubilado Miguel Salinardi, contó que después de componer un empresario rico casado con una mujer mucho más joven que lo engaña con distintos hombres, no podía evitar que en la calle le gritaran «¡cornudo!».
Ahora, los espectadores no pueden dejar de ver a los personajes en cada uno de sus vecinos. Quizás por esa posibilidad de cambiar por un tiempo de identidad y de destino, cada vez son más los pobladores de Saladillo que le piden a los realizadores participar en un filme, aunque sea con un pequeño papel.
Cada estreno de Midú revoluciona Saladillo. En cambio, la exhibición de la producción estadounidense «El Planeta de los Simios», del director Tim Burton, resultó un fracaso este mes. El sábado del estreno apenas asistieron 26 espectadores. El domingo, sólo uno.
En 1995, Midú, hoy de 26 años, tenía vocación de cineasta pero carecía de recursos para estudiar en Buenos Aires. Propuso entonces a algunos de sus vecinos participar en el rodaje de un teleteatro, que se emitió a nivel local durante dos años los domingos. Llegó a tener más audiencia que los partidos de fútbol.
El propio Midú asumió el papel protagónico. Las escenas de amor disgustaron a la madre de la coprotagonista, una adolescente de Saladillo, a quien habían prometido que no habría escenas de «contacto físico» para evitar los chismes en el pueblo.
Cuando la telenovela logró éxito, Junco, hoy de 31 años y también habitante de Saladillo, se acercó a Midú. Entre ambos asistieron a un curso de guión en Buenos Aires y luego se dedicaron a hacer otro teleteatro y largometrajes.
Ya estrenaron cuatro y tienen otros cuatro en rodaje, con un costo que nunca superó hasta ahora los 160 dólares.
Los realizadores utilizan una motocicleta para los «travelling» (tomas con cámara en movimiento, que suelen hacerse con un riel especial en las grandes producciones), y para sostener el micrófono —envuelto en un calcetín para que no se filtre el sonido del viento— recurren a un palo de escoba.
Si hace falta una ambulancia, un auto de policía, o un escenario especial, la población de Saladillo se moviliza para conseguirlo. Pero Midú y Junco aclaran que no desean apoyo oficial. «Así estamos bien», afirmó Midú, que reniega del apoyo municipal ahora que el movimiento comienza a atraer la atención.
Si lo que hace falta es luz, los faros de la camioneta en la que se trasladan serán suficientes. Si no, habrá que conseguir otra, explicaron los realizadores.
«Acá el carnicero es el carnicero, el hospital es nuestro hospital, la enfermera es la enfermera y el policía es el policía», aseguró, sin temor a parecer obvia, la actriz fetiche de Midú, Guillermina Saggion, casada de 38 años. «Jamás haría esto como trabajo», afirmó.
En cambio, la empresa de Junco y Midú les trastornó la vida a otros actores. «Descubrí la pasión», dijo Domingo Mascatelio, un albañil de 49 años que persigue a Midú para que lo ponga «en una escena de besos».
La realización se concentra en los fines de semana, cuando los actores están liberados de su trabajo habitual, y no se hace sin riesgos. La actriz Verónica Marasca recuerda que aún le duele el cachetazo que le pegó su marido en la ficción.
Es que, aunque lo intentan, les resulta difícil actuar como si hubieran aprendido a hacerlo y eso es lo que hace diferentes a estos filmes. «A veces tenemos que grabar varias veces una toma porque se equivocan y usan el apodo de la vida real en lugar de llamar al personaje por su nombre», dijo Junco.
Midú caminó rengo por un tiempo cuando simularon un accidente de moto que resultó más real de lo previsto. «Acá no usamos dobles ni muñecos. Cuando se atropella a alguien, se lo atropella», aseguró el cineasta.
En cambio, menos serio fue el problema cuando Marasca debió despedirse para siempre de una remera que quedó impregnada de manchas de ketchup, luego de ser filmada con el pecho cubierto de sangre, herida de muerte.
Los actores coinciden en que la experiencia les está devolviendo un sentido de comunidad al tiempo que les permite descubrir talentos escondidos y olvidarse por un rato de sus problemas.
«Yo jamás me imaginé que actuaría en una película», aseguró el productor rural Germán Gómez. «No sé si soy bueno, pero lo hago con tantas ganas que no me importa», sonrió. (FIN/IPS/mv/mj/cr/01