Los países musulmanes que su sumen a la cruzada de Estados Unidos contra el terrorismo deberán realizar un delicado acto de equilibrio político para evitar reacciones hostiles en su retaguardia.
Las gestiones para crear una coalición que, según Estados Unidos, librará la guerra contra el terrorismo en general y no sólo contra los responsables de los atentados del martes, tienen de principales objetivos al extremista saudita Osama bin Laden, oculto en Afganistán, y a su organización, Al Qaeda.
Las autoridades estadounidenses sospechan que Bin Laden organizó el secuestro de los tres aviones comerciales que pulverizaron las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York y demolieron parcialmente el edificio del Pentágono (Departamento de Defensa) en Washington.
Un cuarto avión secuestrado se estrelló en las afueras de Pittsburgh, estado de Pennsylvania.
Washington también apunta a los protectores de Bin Laden, el movimiento fundamentalista islámico Talibán, que gobierna casi todo el territorio afgano, y a la red internacional que estaría asociada a Al Qaeda.
Europa y Rusia apoyarán probablemente la campaña de Estados Unidos, ya que sus territorios no parecen estar en la línea de fuego. No obstante, europeos y rusos han precisado que su apoyo será condicionado, y que no darán un cheque en blanco al presidente estadounidense George W. Bush.
China también prometió respaldar a Washington, pero deberá enfrentar el resentimiento popular que persiste tras el bombardeo de aviones estadounidenses en 1999 contra la embajada china en Belgrado y por la colisión en el aire en abril entre un avión espía estadounidense y un caza chino.
Pero la situación para los vecinos musulmanes de Talibán es más complicada. Cuando la única superpotencia del mundo quiere saber cuáles son sus amigos y cuáles sus enemigos, pocos desean quedar en el grupo equivocado.
No será fácil para los gobernantes islámicos conseguir la bendición de Washington y controlar a la vez la volatilidad nacional y regional.
Funcionarios de Estados Unidos pretenden capitalizar los estrechos vínculos políticos y militares entre Pakistán y Talibán. Arabia Saudita, Emiratos Arabes Unidos y Pakistán son los únicos países que reconocen el gobierno de Talibán.
Las conexiones de Islamabad con Talibán y otros grupos islámicos armados podrían ser útiles para disminuir el riesgo de las acciones que decida tomar Estados Unidos en la región, según funcionarios de Washington.
Pakistán prometió su «apoyo ilimitado» a Washington, y parece interesado en restablecer las relaciones bilaterales. Pero incluso políticos, diplomáticos y oficiales paquistaníes contrarios a Talibán temen que, si apoyan abiertamente las represalias contra Bin Laden o Talibán, estalle contra ellos una rebelión de fanáticos religiosos.
Pakistán intentó este mes limitar las actividades políticas y de recaudación de fondos de grupos islámicos activos en Cachemira, la zona que los paquistaníes disputan a India. Pero la operación fue cancelada al otro día de comenzada, debido al poder de esas organizaciones.
Así mismo, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Yaser Arafat, prometió su ayuda para buscar a los responsables de los atentados del martes.
Arafat teme que Israel, su rival en Medio Oriente, reciba mayor respaldo de Estados Unidos para incrementar su represión contra la población palestina.
El secretario de Estado estadounidense Colin Powell dijo el miércoles que Washington desempeñará un papel más enérgico en el conflicto israelí-palestino, aunque no dio detalles.
En los últimos cuatro días, Israel lanzó una ofensiva militar contra los territorios palestinos que causó la muerte al menos a 12 personas, incluso a una niña de nueve años.
Estados Unidos y Europa prácticamente no condenaron estos hechos, lo cual seguramente reforzará la antipatía hacia Washington de muchos palestinos y de otras comunidades marginadas en Medio Oriente.
Esos grupos consideran los atentados terroristas del martes como una recompensa justa por la negativa de Estados Unidos a poner fin al uso de la fuerza militar israelí contra los civiles palestinos.
Egipto, la nación más poblada del mundo árabe, depende en gran medida de la ayuda estadounidense, de 1.200 millones de dólares anuales, la segunda por su monto después de la que recibe Israel, de 2.300 millones.
Los religiosos islámicos relativamente liberales de Egipto, nucleados en la Universidad Al-Azhar, tienen diferencias profundas con Talibán. Este año condenaron al régimen afgano, junto a los clérigos más conservadores de Arabia Saudita, por la demolición de históricas estatuas budistas.
Dos aliados de Bin Laden en Afganistán están requeridos en Egipto. Se trata de Refai Taha, líder de la organización Gamaa al- Islamiya, y Ayman al-Zawari, dirigente de la Jihad Islámica Egipcia, grupo considerado responsable del asesinato del presidente Anwar Sadat en 1981.
Taha y Zawari aún tienen seguidores en Egipto, en la región del Golfo e incluso en Europa, según dicen algunos expertos.
El gobierno de Hosni Mubarak, que batalla contra grupos islámicos locales y utiliza el argumento del contraterrorismo para enfrentar a sus opositores políticos, protesta con frecuencia porque los países occidentales ofrecen asilo a individuos procesados por tribunales militares egipcios a causa de atentados.
Por otra parte, Mubarak y los otros gobernantes del mundo árabe rechazarían cualquier acción que los expusiera a ser nuevamente acusados de «lacayos» de Estados Unidos.
El dilema de los líderes árabes es «probar a Estados Unidos que son amigos sinceros sin crear demasiado resentimiento dentro de su propio pueblo», dijo Walid Kazziha, de la American University de El Cairo.
Es probable que estos países contribuyan con agentes de inteligencia, cuya falta fue una de las causas de la incapacidad estadounidense para evitar el ataque del martes. Pero evitarán su participación militar ante objetivos que serían, una vez más, musulmanes, de acuerdo con Kazziha y otros analistas.
Siria e Irán, en el pasado objetivos de la ira estadounidense, se apresuraron a condenar y a tomar distancia de los sangrientos atentados.
Irán, donde predomina el movimiento musulmán chiíta, ha denunciado el maltrato sufrido por la población afgana chiíta bajo el régimen Talibán, que profesa la tendencia sunita.
La historia de sus relaciones con Estados Unidos excluye la participación de Iran en la prevista cruzada. Pero Teherán tampoco entorpecerá la operación.
Argelia, Marruecos y Yemen, que están concentrados en sus problemas internos, seguramente seguirán la decisión que tomen la mayoría de los países árabes.
Arabia Saudita y sus socios en el Consejo de Cooperación del Golfo deben la existencia de sus regímenes a las fuerzas estadounidenses apostadas en territorio saudita y en las aguas cercanas.
El intento de Washington por lograr una coalición internacional que legitime su anunciada guerra y le proporcione recursos de inteligencia, respaldo logístico y apoyo militar activo difiere de la alianza construida contra Iraq para expulsarlo en 1991 de Kuwait.
Entonces, la soberanía de un país vecino había sido violada y hasta Siria, tradicional adversario de Estados Unidos, pero también de Iraq, integró la coalición. (FIN/IPS/tra-eng/em/aa/dc- aq/ip/01