Una exposición abierta hoy al público en la capital española aspira a demostrar el fin un eclipse que oscureció la proyección del arte de América Latina, impidiendo su valoración en el resto del mundo.
La muestra «El final del Eclipse» reúne obras de 42 artistas latinoamericanos y está organizada por la Fundación Telefónica, con el apoyo del Instituto de América de Santa Fe, Colombia, y el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo, de España.
El español José Jiménez, comisario de la muestra, sostiene que no se puede hablar de un arte latinoamericano homogéneo, a no ser que se lo haga «desde posiciones externas y pseudo-colonialistas».
Añade que desde esas posiciones, más de una vez, «han intentado encontrar esa homogeneidad en las supuestas características de lo primario, lo telúrico o lo fantástico».
Jiménez entiende que no es posible encontrar un denominador común en tradiciones artísticas tan ricas y complejas como las de México, Cuba, Brasil, Argentina, Uruguay, Venezuela o Colombia. Estas «se sitúan en la primera línea de la creación artística moderna, todas ellas con rasgos propios y diferenciadores».
Para no caer en esos extremismos, prosigue, «hay que comenzar reconociendo la riqueza de las tradiciones culturales autóctonas, la intensidad de su proceso posterior de mestizaje con la cultura europea y su gran diversidad».
Jiménez advierte que existe ahora otro mestizaje: el de la representación, que resulta de la combinación de las técnicas tradicionales del arte con las nuevas tecnologías.
Por ello, afirma, «el final del eclipse es una metáfora conceptual, con la que quiero indicar que por fin se dan las condiciones históricas y políticas para una aproximación a las culturas y el arte de América Latina, más allá de los lugares comunes, de la repetición de estereotipos gastados, de la reducción a lo exótico».
Los organizadores pidieron tres artículos, recogidos en un catálogo, a un español, Rafael Argullol, un mexicano, Mario Bellatin y un argentino, Ricardo Piglia.
Argullol, catedrático de Filosofía, narró algunas de sus experiencias en América y concluyó que esa región «se toca, es palpitante, y simultáneamente sucia, miserable, pródiga, desequilibrada. Experimento de fusión y vacío. Un alarde de felicidad con un fondo de silencio. El monstruoso continente ebrio e inacabado sobre el que cabalgan siete espíritus».
El escritor Bellatin presentó un cuento acerca de un tetrapléjico que entrena a perros pastores belgas Malinois y sobre esa base exploró las posibilidades de mezclar los cinco sentidos humanos con las técnicas informáticas y de navegación espacial.
Piglia, también escritor, ganador del Premio Planeta, uno de los más reconocidos en España, analizó las relaciones entre la ciudad y el arte y llegó a la conclusión de que «el arte vive de la memoria y el porvenir. Pero también de la destrucción y del olvido.
En su artículo, escrito dos meses atrás, Piglia imagina estar en 2008 y ante un libro con 12 fotografías sobre el incendio de la ciudad de Buenos Aires, reducida a escombros.
Refiriéndose al supuesto incendio, escribió que «la ciudad se incendió en marzo de este año (2008) y adquirió inmediata notoriedad, porque sólo las catástrofes y los escándalos interesan a los dueños de la información».
Entre los expositores, la argentina Fabiana Barreda es más optimista. Ella sostiene que «de la frontera mexicana a los blancos confines de la Antártida, nos unen las mismas y peligrosas pasiones: violencia, amor, muerte y belleza».
El escultor brasileño José Damasceno, por su parte, escribió que «percibir una oportunidad de derramar nuestra identidad disolviéndola en el cosmos, tratar de afirmar y ver las contradicciones (…) es una circunstancia alucinatoria y maravillosa, una sustancia que llaman vida y cuyo contacto con la misma algunos llaman arte».
El chileno Eduardo Kac, cuya obra artística investiga las dimensiones filosóficas y políticas de los procesos de comunicación, expresó su convicción en que la fusión de medios múltiples y procesos biológicos le permite crear híbridos a partir de los procesos tradicionales.
Para ello, crea obras con participantes a través de Internet, que dan por resultado la «mitopoética» de la experiencia en línea al impacto cultural de la biotecnología y desde la condición cambiante de la memoria en la era digital hasta la mediación colectiva distribuida.
El también brasileño Cildo Meireles, por su parte, cree que de América Latina sólo se puede hablar de un futuro porque, dijo en el escrito que envió a la Fundación Telefónica, «el pasado ha sido muy duro» y el porvenir estará inmerso en la globalización, no la actual a la que califica de «una jugadita», sino una con contenido humano y social.
Hablando de la globalización, el colombiano Nadin Ospina, destaca que en América Latina, «en donde se está al borde de sumirse en la precariedad y en lo arcaico, también se vive la era de Internet y lo massmediático».
Ospina rechaza la visión que dan de su país los medios tradicionales y dice que desde Colombia «es difícil ver las cosas igual que desde los países de los consumidores (de drogas), de los proxenetas, los fabricantes de armas y los distribuidores de materias primas para la elaboración de drogas».
En medio de la vorágine que vive su país, el creador colombiano destaca la pervivencia de ciertas tradiciones artísticas y artesanales en manos de comunidades indígenas y grupos familiares aislados en remotas regiones.
«Este patromonio vivo es la fuerza de trabajo que materializa para mí, a través de su refinada artesanía, las ideas que como artista conceptual desarrollo desde una reflexión crítica de la cultura contemporánea» y «contra todos los importadores de conciencia enlatada», concluye. (FIN/IPS/td/ff/cr/01