AFGANISTAN-EEUU: Afganos se defenderán con armas estadounidenses

Los misiles Stinger que Estados Unidos suministró en los años 80 a las fuerzas antisoviéticas de Afganistán preocupan ahora a Washington, que atacará a ese país si se rehúsa a entregar al principal sospechoso de los atentados del martes 11.

Esos misiles antiaéreos portátiles forman parte de un arsenal evaluado en más de 8.000 millones de dólares, que inquieta también al gobierno de India en su lucha contra los guerrilleros «jihadistas» de Cachemira, la región que le disputa Pakistán.

Luego de la expulsión del ejército soviético de Afganistán, en 1989, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos intentó infructuosamente recuperar al menos parte de los 1.000 Stingers que había entregado a las fuerzas antisoviéticas, informaron funcionarios de seguridad de Nueva Delhi.

Los Stingers, otras armas y los propios mujaidines o guerrilleros islámicos que Estados Unidos utilizó para luchar contra la ocupación soviética se vuelven ahora contra Washington, junto con el Servicio Internacional de Inteligencia (ISI) de Pakistán.

Tras la invasión de la Unión Soviética a Afganistán en 1979, la CIA invirtió 2.100 millones de dólares en un período de 10 años para respaldar a la resistencia, que incluía a 200.000 combatientes reclutados en más de 20 países islámicos, según expertos.

Uno de ellos era el saudí Osama Bin Laden, considerado por Estados Unidos el principal sospechoso de los atentados terroristas contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono. Ahora, está protegido por el grupo fundamentalista islámico Talibán, que gobierna 90 por ciento de Afganistán.

El propio Bin Laden había advertido a sus benefactores estadounidenses que, una vez expulsados los soviéticos, se convertirían en el blanco de su «guerra santa», según el especialista en defensa indio K. Subrahmanyam.

Pero nadie lo tomó en serio y, una vez terminada la guerra fría, Washington dejó de lado a los mujaidines afganos y a la ISI y les permitió dedicar sus energías a la lucha por Cachemira, que enfrenta a India y Pakistán desde hace más de medio siglo.

Mientras, los talibanes extendieron su influencia en el clero islámico de Pakistán y en varios grupos militantes de Cachemira establecidos en ese país.

Talibán debe a la ISI su enorme éxito militar en Afganistán, donde limitó a la opositora Alianza del Norte, reconocida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como el gobierno legítimo de ese país, a cinco por ciento del territorio nacional.

Para mediados de los 90, los talibanes y la ISI habían encontrado una nueva fuente de recursos en el cultivo, procesamiento y tráfico de heroína, según el Grupo de Análisis de Asia Meridional, un gabinete de estrategia con sede en Nueva Delhi.

En julio de este año, el brigadier Imtiaz, quien encabezó las operaciones de heroína de la ISI, fue condenado a ocho años de cárcel por poseer cuentas bancarias de origen inexplicable por 40 millones de dólares, además de vastas propiedades.

El analista H.K. Burqi, del diario paquistaní The News, atribuyó todos los males que Islamabad enfrenta hoy a «los años de la jihad afgana».

«La heroína, los Kalashnikovs, los refugiados afganos, los jihadistas, la omnipresente corrupción, los crímenes violentos, todos son legados del régimen de Zia (ul Haq). El dictador lo sabía todo, pero quería mantener contentos y leales a los oficiales», escribió Burqi.

Es evidente que Islamabad debió pagar un alto precio por haber defendido los intereses de Estados Unidos durante la guerra de Afganistán y después de ella.

Millones de afganos cruzaron la frontera hacia el vecino Pakistán en los últimos años, huyendo de la guerra y de la hambruna. Según la ONU, cuatro millones de afganos están muriendo de hambre debido a la sequía y las sanciones internacionales.

Ahora que Estados Unidos ordenó un embargo de petróleo y alimentos a través de la frontera paquistaní y planea lanzar ataques aéreos, es probable que más afganos huyan a Pakistán.

Washington pidió al presidente de Pakistán, general Pervez Musharraf, que ayude a desmantelar la estructura de poder que ayudó a crear en Kabul, para poder encontrar a Bin Laden, y que permita a Estados Unidos sobrevolar territorio paquistaní.

Musharraf se resiste a esa idea, rechazada por los líderes religiosos paquistaníes, pero no puede jugar al mismo juego de Talibán de pedir «pruebas convincentes» de la participación del multimillonario saudí en los atentados terroristas.

Estados Unidos no está de humor para debates prolongados ni consideraciones jurídicas, como la espera de un mandato de la ONU para atacar a Afganistán. (FIN/IPS/tra-en/rdr/js/mlm/ip/01

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