Jorge Perdomo, de 15 años, es uno de los cientos de adolescentes y niños marginales que deambulan por las calles de Honduras, arrastrando el temor de ser asesinados por un pandillero o un policía.
Las denuncias de grupos humanitarios sobre una especie de limpieza étnica de niños de la calle son investigadas por la Relatora Especial de las Naciones Unidas para Ejecuciones Extrajudiciales, Sumarias y Arbitrarias, la paquistaní Asma Jahangir, quien divulgará su informe este miércoles.
«Tengo hambre…», balbucea Perdomo, de nariz aguileña y rasgos morenos, quien cuenta que nunca conoció a su papá y que se droga con pegamento para olvidar que no tiene familia y que su estómago está vacío.
En las calles de Tegucigalpa lo conocen como El Ratón y es un testimonio del hambre, los peligros, el maltrato y el olvido en el que viven miles de niños, niñas y adolescentes pobres en las ciudades de América Central.
«Los oficiales (de policía) nos pegan cuando estamos durmiendo en las aceras», explicó Perdomo a IPS, para añadir que el mismo hostigamiento reciben de las pandillas, conocidas aquí como «maras».
El Ratón es parte del crudo fenómeno social de Honduras, con 65 por ciento de los 6,3 millones de habitantes en situación de pobreza y donde en los últimos tres años fueron ejecutados 823 niños y adolescentes de la calle.
Ciudades como Tegucigalpa, la capital de Honduras, y San Pedro Sula, la principal urbe industrial, están plagadas de menores abandonados a su suerte, que vagan con frascos o bolsas llenas de pegamento, sustancia adictiva que inhalan para drogarse.
Jahangir encaró su investigación en atención a un llamado de la organización no gubernamental Casa Alianza, dedicada a la defensa de la niñez abandonada de América Central, que ha alertado sobre la matanza sistemática de niños pobres en Honduras.
«Lo que estamos denunciando es una limpieza social de los infantes que menos tienen», dijo a IPS el británico Bruce Harris, director ejecutivo de Casa Alianza, institución que el año pasado recibió el galardón Conrad N. Hilton, considerado el Premio Nobel de los derechos humanos.
Harris sostuvo que en Honduras hay una relación directa entre pobreza, pandillas y la muerte de menores, pues en este país «es más fácil para los niños pobres aprender a delinquir que a escribir».
El Informe de Desarrollo Humano 2000, elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, ubicó a Honduras en el lugar 113 entre 174 países estudiados y apuntó que es una de las naciones con mayores problemas sociales de América Latina y el Caribe.
«El acceso de los jóvenes al estudio y a instalaciones deportivas es mínimo», relató Harris, tras recibir a IPS en la misma oficina donde diariamente se reciben a decenas de niños heridos, con hambre y sed.
Casa Alianza cuenta con un equipo de profesionales que ha elaborado una lista, basada en cifras oficiales, con nombres y apellidos de 823 niños hondureños asesinados extrajudicialmente entre el 1 de enero de 1998 y el 30 de junio de este año.
Según Harris, el Estado hondureño ha participado de manera directa o por omisión en muchas de estas muertes.
Los datos, recopilados en el informe titulado «¿Hasta cuándo?», revelan que en 61 por ciento de los casos de niños asesinados no se ha logrado determinar quién fue el autor, en 13 por ciento son responsables policías y 12 por ciento corresponde a ataques de pandilleros.
«Honduras está matando su futuro… a sus niños», apuntó con énfasis Harris, quien recibió como respuesta de las denuncias del grupo la promesa del ministro de Seguridad, Gautama Fonseca, de que se investigará a los presuntos policías agresores y que, de ser culpables, recibirán su castigo.
Un recorrido por las principales calles de la capital hondureña le permitió a IPS comprobar la pobreza que afronta la mayoría de la población, agravada tras la devastación causada por el huracán Mitch en noviembre de 1998.
A pesar de que han transcurrido casi tres años de esa tragedia, las calles del país todavía lucen polvorientas, muchos puentes no han sido rehabilitados y centenares de familias aún permanecen en viviendas precarias.
«A nosotros nadie nos quiere, todos nos pegan», dijo a IPS José Luis, un adolescente de 15 años, que muestra una cicatriz de bala a un lado de su pecho.
Este panorama de pobreza generalizada, que afecta en especial a la juventud en un país con 51 por ciento de su población con menos de 18 años, se ve agravado por el hecho de que es una de las naciones más violentos de América Latina.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido que una sociedad con 10 o más homicidios por cada 100.000 habitantes es considerada en situación de riesgo.
Ese límite es ampliamente superado en algunas ciudades de Honduras, como es el caso de Tegucigalpa, donde se reportan 51 homicidios por cada 100.000 habitantes, y el de San Pedro Sula, que asciende a 95 homicidios por cada 100.000 personas.
«La pobreza, la inseguridad y la desintegración familiar provocan que muchos niños y jóvenes hondureños se unan a las 'maras'», explicó a IPS Migdonia Ayescas, profesora universitaria.
Ayescas añadió que las «maras» o pandillas de alguna manera sustituyen a la familia, pues están conformadas por jóvenes abandonados que se unen, cometen delitos y se defienden mutuamente como hermanos.
En las paredes de muchas calles capitalinas y de ciudades importantes de Honduras se pueden observar grafitis que identifican a las principales pandillas del país, como la «Mara Salvatrucha», la «Mara 18» y la «Mara de los Vatos Locos».
En muchos casos estas maras son sucursales de pandillas homónimas de Estados Unidos.
Especialistas locales explican que muchas de las maras han sido conformadas por jóvenes hondureños que vivieron como indocumentados en la ciudad estadounidense de Los Angeles y que fueron deportados.
Las pandillas hondureñas son un fenómeno que llama la atención de sociólogos y trabajadores sociales, que tratan de comprender un ambiente muy particular en el que cada grupo se identifica con tatuajes, simbologías y señas especiales.
Estas «maras» tienen, incluso, una especie de ley de honor llamada la «línea verde», la cual implica que todo aquel joven que ingresa a una pandilla no puede salir salvo muerto.
«O te matas o te matamos», así reza la línea verde, explicó a IPS Mario Ordóñez, un maestro que trabaja en Tegucigalpa en la rehabilitación de niños de la calle.
Ordóñez cuenta que muchos de los niños de las calles y de los integrantes de las maras sufren los estereotipos de una sociedad que los marca como delincuentes y escoria social.
Los diarios y los noticieros de televisión de Honduras reportan cada día y en destaque las riñas, heridos y actos de violencia en los que generalmente los protagonistas son menores de edad.
«Yo no quiero meterme a una mara, porque los que se meten en las maras terminan muertos», apuntó Juan Gilberto Figueroa, un niño abandonado de 14 años.
Figueroa, vestido con ropa sucia pero con una sonrisa en su rostro, trabaja transportando mercadería pesada para comerciantes de «Tegus», como es conocida por sus habitantes la capital hondureña.
«He olido pegamento y hubo un tiempo en que robé, pero si lo hice fue por hambre», señaló.
En Honduras existen otros muchos jóvenes como Figueroa, quien a pesar del peligro, las drogas, el acoso de los pandilleros y de los policías dice conservar sueños para un futuro mejor.
«Yo voy a salir de la pobreza y algún día voy a llegar a ser alguien. Mi sueño es ser carpintero», precisó. (FIN/IPS/nms/dm/hd/01