Quince mil escuelas islámicas (madrasas) de Pakistán deberán incluir la enseñanza de ciencias sociales e inglés, de acuerdo con una reforma destinada a integrar la formación religiosa al sistema educativo oficial.
La reforma exigirá el registro, la regulación y la uniformización de los programas y de las pautas educativas de todas las madrasas de Pakistán, de donde egresan cada año unos 40.000 estudiantes.
La intención del gobierno del general Pervez Musharraf es cambiar la percepción occidental de que las escuelas islámicas son centros de formación de terroristas.
Muchos países occidentales consideran que las madrasas son el caldo de cultivo de militantes fundamentalistas y centros de entrenamiento y motivación de nuevas generaciones de soldados dispuestos a la jihad (guerra santa) en lugares como la parte india de Cachemira, Bosnia-Herzegovina y Chechenia.
Con esta reforma, el gobierno busca promover una imagen internacional de estado musulmán culto, progresista y moderno.
Según cifras oficiales, el presupuesto anual de los centros educativos religiosos es de 40 millones de dólares, superior al de las 28 universidades paquistaníes. Las madrasas son financiadas por gobiernos de países musulmanes y por donantes individuales.
Actualmente, Pakistán tiene tres sistemas educativos paralelos. Uno está destinado a la elite de habla inglesa, cuyas escuelas están vinculadas a las instituciones británicas.
El segundo está constituido por las escuelas gubernamentales, a las que asisten estudiantes de clase media que pagan una matrícula nominal y en las que buen parte de la instrucción se dicta en la lengua nacional urdu.
Las escuelas religiosas son el tercer sistema. Estas son autónomas y brindan educación y alojamiento gratuitos a los estudiantes pobres.
Shahid Iqbal, de 10 años, quiere convertirse en alim (sacerdote), por considerarla una buena profesión que le permitirá servir a Dios y a la humanidad.
«Al terminar mi formación superior de educación islámica estaré calificado para dirigir una mezquita en cualquier lugar del mundo», dijo Shahid, uno de los 400 estudiantes de una madrasa de Islamabad.
Los deberes de un alim incluyen dirigir las cinco oraciones diarias, realizar las lecturas del Corán (libro sagrado del Islam) en las congregaciones de los viernes y celebrar matrimonios, bautismos y funerales.
Muhammad Naveed, de ocho años, explicó que en la enseñanza básica y media aprende a leer e interpretar el Corán para hallar respuestas religiosas a los problemas cotidianos.
Mientras las madrasas se limitaban a impartir la enseñanza religiosa tradicional, su existencia era «inocua», afirman analistas.
Pero en los años 70 se produjo un quiebre, cuando algunos partidos islámicos comenzaron a pedir a las madrasas voluntarios para manifestaciones y otras actividades políticas.
Cuando la ex Unión Soviética invadió el vecino Afganistán en 1979, las madrasas controladas por partidos islámicos comenzaron a enviar voluntarios para combatir la ocupación.
Así, muchas de esas escuelas se convirtieron en centros de adoctrinamiento, reclutamiento y entrenamiento militar.
Pero los observadores señalan que no sólo Pakistán fue responsable de este fenómeno.
«El poder externo que más contribuyó a la militarización de muchas madrasas fue Estados Unidos», sostuvo un editorial del principal diario en lengua inglesa, Dawn.
«En su frenético intento de convertir a Afganistán en un Vietnam soviético, Washington envió grandes cantidades de dinero y ayuda militar abierta y encubierta a la guerra de resistencia contra la ocupación», agregó el periódico.
«Muchos de los jóvenes estudiantes de las madrasas fueron convertidos en mujaidines (guerreros islámicos), que permenecieron armados y listos para la guerra muchos después de la retirada soviética de territorio afgano» en 1988, sostuvo el periódico.
Otro fenómeno que afectó simultáneamente a Pakistán fue el desarrollo del terrorismo sectario. Las madrasas entrenaron a guerrilleros de las facciones chiítas proiraníes y sunitas prosauditas y les permitieron librar una suerte de guerra en suelo paquistaní que causó miles de muertes.
La semana pasada, el gobierno de Musharraf proscribió a dos grupos islámicos sectarios, declaró ilegal la recolección de fondos para la guerra santa y puso bajo control oficial el ingreso de financiación externa para partidos e instituciones religiosas.
«Presionado por los países occidentales», el gobierno impuso limitaciones a las instituciones religiosas a pesar de que las mismas no reciben dinero del gobierno y son autónomas, dijo en una entrevista el líder musulmán Qari Saeedur Rehman.
Si el gobierno quiere reformar el actual sistema, debe introducir la enseñanza del Islam en las escuelas laicas estatales, agregó.
El administrador del distrito de Jamat Ahle Sunnat, Usman Ghani, reclamó a las autoridades que no perturben un sistema que ha contribuido a diseminar el Islam en el mundo.
Según el diario conservador The Nation, de lengua inglesa, la resistencia de la jerarquía religiosa se debe «a la convicción de que la introducción de asignaturas científicas en el currículo constituye un intento insidioso de propagar las ideas laicas y popularizar la cultura occidental».
Además, los religiosos «creen que la reforma diluirá el énfasis en los estudios teológicos, objetivo primordial de esas instituciones. El gobierno debería aclarar ese malentendido», opinó el periódico.
La reforma prevé la integración de las madrasas al sistema público, pero éste no tiene un rendimiento aceptable.
El país invierte apenas 2,6 por ciento del producto interno bruto en educación. Aunque las autoridades afirman que 49 por ciento de los 153 millones de habitantes están alfabetizados, fuentes independientes estiman que sólo 23 por ciento de la población sabe leer y escribir. (FIN/IPS/tra-en/ni/js/dc-mlm/ed ip/01