Investigadores rusos aseguran haber descubierto nuevos materiales que generan energía eléctrica a bajo costo, pero la noticia causó escepticismo en el deteriorado ambiente científico del país.
El equipo encabezado por el profesor Valerian Sobolev anunció el descubrimiento de un nuevo proceso electroquímico que produce materiales desconocidos hasta ahora a partir del silicio, uno de los minerales más abundantes de la Tierra.
Esos materiales contendrían impulsos electromagnéticos y podrían, por lo tanto, convertirse en una fuente de generación de electricidad a un costo irrisorio, aseguró Sobolev, director del Centro de Investigación Tecnológica de Materiales de la central ciudad de Volgogrado.
La técnica de Sobolev y de sus colegas permitiría diseñar nuevos aparatos voladores sin motor, con forma de plato, dijo el científico. El grupo asegura que podría construir generadores de electricidad para uso comercial en un año y medio.
El equipo envió al presidente Vladimir Putin una carta explicando sus hallazgos y subrayando que la comercialización de la nuevas técnicas requerirá unos dos millones de dólares.
Sin embargo, numerosos científicos se mostraron escépticos. «Aún deben mostrar alguna prueba concreta», dijo el físico Sergei Kapitsa. Hablar sobre nuevos materiales y fuentes de energía puede ser tanto «un error honesto como un engaño intencional», advirtió.
Buena parte de la prensa prestó gran atención al anuncio, pero sin referirse a las dudas manifestadas por integrantes de la comunidad científica.
La agencia oficial de noticias RIA organizó este mes una conferencia de prensa para Sobolev y presentó sus afirmaciones como un hecho, omitiendo las opiniones críticas.
Los avances científicos fueron uno de los elementos de propaganda preferidos de la Unión Soviética, disuelta en 1991. El régimen contaba con un sistema para hallar niñas y niños prodigio y alentarlos en sus estudios y en su carrera como investigadores.
Ahora, cada vez menos jóvenes se interesan por la investigación, se lamentan físicos y matemáticos.
En los años 70, más de dos tercios de los estudiantes rusos se dedicaban a la ingeniería, las ciencias naturales y la medicina, pero el interés por esas disciplinas decayó junto con el prestigio social de esas carreras al finalizar la guerra fría.
La financiación estatal para la investigación se redujo más de 20 veces desde 1991, según Yuri Osipov, presidente de la Academia de Ciencias Rusa. En el mismo periodo la cantidad de trabajadores del sector científico cayó de tres millones a un millón.
La otrora elite científica nacional debe aceptar ahora salarios magros, que se pagan con atraso. Casi 100.000 investigadores abandonaron las instituciones científicas oficiales en la última década para trabajar en el sector privado.
Hace tres siglos, el zar Pedro el Grande fundó la Academia de Ciencias atrayendo a investigadores de toda Europa. Hoy, unos 20.000 científicos rusos trabajan en el exterior, de acuerdo con información oficial. Al agudizarse la fuga de cerebros, la edad promedio de quienes alcanzaron el doctorado universitario es de 60 años, explicó Osipov.
Muchos emigrantes se marcharon con el resultado de décadas de trabajo y hallazgos sin patentar, lo que representa una pérdida adicional para el país.
El gobierno busca mecanismos para financiar la investigación. Este mes, el ministro de Educación, Vladimir Filippov, sugirió que los centros científicos se fusionaran con universidades privadas.
Ante la insuficiencia del presupuesto estatal, muchos investigadores se sostienen con las subvenciones de la Fundación Internacional para la Ciencia, del financista estadounidense George Soros, así como del Fondo Ruso para la Investigación Básica.
Osipov reclamó al gobierno una reducción de los impuestos que gravan los aportes financieros al sector científico.
En conjunto, el sector público y el privado invierten menos de 200 millones de dólares por año en aplicaciones comerciales del conocimiento de alta tecnología, incluida la militar. Se trata de una suma insuficiente para un país con miles de centros de investigación y empresas de alta tecnología.
Para algunos, la «gran ciencia» rusa del pasado nunca fue una realidad, pues el objetivo central de la investigación era la carrera armamentista y la población no recibía los beneficios de ese desarrollo.
Muy pocos lograron prosperar en ese ambiente científico. Uno de ellos fue el millonario Boris Berezovsky, quien trabajó como matemático en la era soviética. Pero sus ex colegas aseguran que su riqueza fue adquirida en negocios turbios, un logro que no enorgullece a la ciencia rusa.
Sin embargo, el avance científico tiene un potencial considerable. La transferencia de tecnología y la comercialización de derechos de propiedad intelectual podrían suministrar 1.000 millones de dólares al año, según cálculos del gobierno.
Sobolev y su equipo aún deben probar sus anuncios. Si se tratara de un fraude, sería un buen ejemplo de la desesperación de algunos científicos rusos por lograr publicidad y financiamiento. (FIN/IPS/tra-eng/sb/rj/aa/dc-mj/sc/01