ALIMENTACION-CUBA: La inequidad se sienta a la mesa

El déficit alimentario de las familias de menores recursos de Cuba es un preocupante reflejo de desigualdad social surgida con la crisis económica de la última década.

«Antes me encantaba cocinar. Ahora no. Hay días en que sólo pensar qué haré para dar de comer a mis hijos es una verdadera tortura», dijo la maestra María Rivero, de 39 años.

La situación de su vecino no es la misma. El trabaja en el sector turístico, y además tiene familiares en el exterior que de vez en cuando lo ayudan. «En su refrigerador siempre hay algo para echar a la olla», comentó Rivero.

El dilema de esta maestra divorciada, que debe encargarse de dos hijos en edad escolar con un salario cercano a los 400 pesos, ya no es la escasez de los primeros años de recesión. «Por más que estiro los pesitos, no me alcanzan para cubrir todas las necesidades de mi familia», se quejó.

Según el cambio oficial, el salario de Rivero equivale a igual cantidad de dólares. Pero, de acuerdo con la cotización extraoficial vigente en las estatales Casas de Cambio, ese ingreso no llega a 24 dólares.

El Estado mantiene desde los años 60 una libreta de racionamiento de alimentos a precios subsidiados, cuya oferta se redujo de manera considerable por la recesión.

En La Habana, esa canasta básica no alcanza hoy a cubrir 30 por ciento de las necesidades calóricas diarias, 60 por ciento de los requerimientos de proteína animal y 58 por ciento de los de proteína vegetal, ni 53 por ciento de las grasas necesarias.

Una familia de cuatro personas requiere de ingresos adicionales de unos 700 pesos para completar su dieta en la red de comercios que venden sus productos a precios de mercado, ya sea en pesos o en dólares, según expertos.

Una investigación oficial realizada en La Habana, donde viven 2,2 millones de personas, indicó que 77,9 por ciento de los gastos de alimentación en el hogar se dirigen a las compras en los mercados agropecuarios.

Estos establecimientos, donde se vende carne (excepto la vacuna, monopolizada por el Estado) y toda clase de vegetales, fueron abiertos al campesinado privado que deseaba ofrecer sus productos realizadas entre 1993 y 1994, entre otras medidas que permitieron afrontar la crisis.

En el marco de esas reformas, el gobierno también permitió entonces la libre circulación de dólares y abrió el país al turismo internacional y a la inversión extranjera.

Pero las reformas derivaron en desniveles de ingresos que el gobierno intenta disminuir mediante programas de ayuda dirigidos a los sectores menos favorecidos de la población.

«El énfasis en los aspectos sociales ha pasado a primer plano y aparece como primera preocupación» de las autoridades, sostuvo el investigador Juan Triana Cordoví en un análisis del comportamiento de la economía el año pasado.

Esa inquietud oficial se tradujo en una «concentración de los esfuerzos y recursos de forma discrecional en las regiones y sectores de la población de mayores necesidades», agregó Cardoví.

Una investigación realizada entre niños y niñas de hasta 15 años permitió al gobierno conocer el estado nutricional de un sector al que se supone especialmente golpeado por carencias y malos hábitos alimenticios.

Si bien se desconoce el resultado del estudio, las encuestas, realizadas por trabajadores sociales, permitieron individualizar y encauzar subvenciones para casos agravados de niños desnutridos o sin amparo familiar.

Al parecer, el impacto de las difíciles condiciones económicas y sociales en los primeros años de la crisis iniciada en 1990 afectó con mayor intensidad en un inicio a las mujeres, a causa de la carga doméstica y de su responsabilidad al frente del hogar.

Con la desaparición del campo socialista y la Unión Soviética, Cuba perdió repentinamente un mercado del cual importó en 1989 alimentos que representaban 53 por ciento de la energía y 56 por ciento de las proteínas consumidas.

Ante la carencia de otros recursos, también cayó la producción nacional, sobre todo de alimentos como la leche, los huevos y otras proteínas de origen animal, que aún no muestra una recuperación importante.

La proporción de embarazadas con peso insuficiente al principio de la gestación aumentó de 8,7 por ciento en 1990 a 10,4 por ciento en 1994, considerado uno de los peores años de la crisis económica.

Expertos recordaron que por esa época se registró un notable deterioro en la alimentación de la población, cuyo efecto más dramático fue la aparición en 1992 y 1993 de una epidemia de neuropatía.

El origen de ese brote fue atribuido a un déficit acumulado de vitaminas, especialmente las del complejo B y algunos aminoácidos esenciales.

«No puede olvidarse que llegamos a consumir menos de 2.000 kilocalorías y de 50 gramos de proteína per cápita diarios en 1993- 1994», comentó el vicepresidente Carlos Lage en un informe sobre la economía al concluir 2000.

Como muestra de los síntomas de recuperación en ese sentido, Lage aseguró que al cabo del año pasado el consumo era de 2.585 kilocalorías y de 68 gramos de proteínas.

El vicepresidente admitió lo insuficiente que es aún la alimentación de los más de 11 millones de habitantes de Cuba, aunque consideró «alentador» que las condiciones de vida tienden a mejorar «discreta, pero sostenidamente». (FIN/IPS/pg/mj/dv/01

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