La acusación de que Japón compró votos del Caribe en la Comisión Ballenera Internacional (IWC) con sus fondos de cooperación para el desarrollo tuvo repercusión en el exterior, pero no en la opinión pública japonesa.
Los medios de prensa hicieron muy pocos comentarios sobre lo ocurrido y el gobierno fue parco ante las preguntas de los periodistas que querían más detalles.
«Muy sinceras pero un poco estúpidas», dijo un académico de las declaraciones hechas a principios de mes por un alto funcionario, que admitió el uso de la ayuda financiera dada a los países en desarrollo para obtener apoyo a su postura favorable a la caza internacional de ballenas.
El martes pasado, varios países del Caribe votaron junto con China, Corea del Sur, Dinamarca, Japón y Noruega, para rechazar, por segundo año consecutivo, la propuesta de crear un santuario en el Pacífico Sur, presentada en la reunión de la IWC realizada la semana pasada en Londres.
«Japón no tiene poder militar, como Australia y Estados Unidos. Ustedes pueden desplegar fuerzas en Timor Oriental, pero Japón no. Nuestro instrumento es la diplomacia y la ayuda oficial al desarrollo (AOD)», dijo Maseyuku Komatsu, funcionario de la Agencia de Pesca de Japón, al canal de televisión australiano ABC.
La explicación de Komatsu fue sincera, pero fue un «error», opinó Yoshinori Murai, profesor de estudios extranjeros en la Universidad Sophia de Tokio e investigador sobre recursos marítimos.
Las declaraciones fueron «una vergüenza para la comunidad internacional y para el gobierno japonés», añadió.
Otro funcionario de la Agencia de Pesca, al ser consultado por los periodistas, se negó a responder argumentando que todo el equipo encargado del asunto estaba en la reunión de la IWC, y nadie «con autoridad» estaba disponible para hacer declaraciones.
Por su parte, la Asociación Ballenera Japonesa negó que se valiera de la ayuda financiera para obtener votos del Caribe, como denunció la organización ecologista Greenpeace.
«Japón es el mayor donante del mundo, y entre los 200 beneficiados por la AOD y el (japonés) Fondo para el Desarrollo de la Pesca están algunos de los enemigos más acérrimos de la caza de ballenas, como Argentina, Brasil, India y Perú», señaló en un comunicado.
La Asociación reconoció que varios países caribeños reciben donaciones del Fondo para el Desarrollo de la Pesca, pero aclaró que «ese dinero no tiene el objetivo de 'comprar votos'».
Este es un asunto muy escabroso para el gobierno japonés, en un momento en que procura asumir un mayor liderazgo en la comunidad internacional y una mayor transparencia en sus donaciones a los países en desarrollo.
Pero parecen haber otras razones para el silencio japonés frente a la acusación. «A la mayoría de los japoneses no les interesa el problema de las ballenas. No les importa. Ochenta por ciento de la población considera que el precio de la carne de ballena es muy caro», apuntó Noriko Oyama, de Greenpeace.
Un analista reconoció en las declaraciones de Komatsu un indicio de lo que llamó «diplomacia de la pesca». «El sentido común indica que ningún país otorga dinero a cambio de nada. En este caso, Japón está pidiendo algo así como una compensación por sus favores», afirmó.
Autoridades de algunos gobiernos a los que Japón otorgó ayuda financiera en los últimos años tuvieron diferentes reacciones. Un alto funcionario del gobierno de Togo dijo a comienzos de año que su gobierno considera a las donaciones y la caza de ballenas como «dos asuntos separados».
Pero otros sostienen que la actitud de Japón es sólo pragmatismo y quizá no dista mucho de la tomada por otros países donantes.
El primer ministro de Antigua y Barbuda, Lester Bird, dijo el fin de semana último a la agencia de noticias del Caribe CANA que su gobierno está dispuesto a apoyar la caza de ballenas, pues valora la ayuda financiera de Japón.
«Francamente no tengo reparos en decirlo… Si podemos apoyar a los japoneses a cambio de ayuda para el desarrollo, no voy a actuar como un hipócrita», afirmó.
El profesor Murai sostuvo que el intercambio «no constituye necesariamente un soborno, sino una promesa de ayuda, que por cierto puede ser muy atractiva».
Es fácil reconocer el poder de la ayuda financiera japonesa, que constituyó casi 30 por ciento de la AOD mundial en 2000. Japón destinó 8.300 millones de dólares a la asistencia internacional para el año fiscal 2001.
Murai señaló que la industria ballenera tiene mucho poder. El gobierno confía en sus investigaciones, que confirman un aumento en algunas poblaciones de ballenas, lo que permite el uso sustentable de esos recursos.
Japón y Noruega explican que su preferencia por la carne de ballena se debe a que forma parte de su tradición.
Pero la carencia de ese producto, hoy un alimento de lujo, puede afectar a un número muy reducido de la población japonesa, representado sólo por personas de generaciones anteriores, que recuerdan cuán nutritiva y barata era antes.
«Kujiraya» es hoy el único restaurante en Tokio que sirve exclusivamente carne de ballena. El propietario, de 51 años, dice que entre 200 y 300 personas vienen a diario por diversas comidas elaboradas con ese producto. El precio varía entre 11 y 13 dólares el kilo.
Cada año desde 1987, una flota japonesa opera en la aguas del océano Antártico y en el Pacífico Norte y caza unas 500 ballenas de la especie «Minke», con supuestos propósitos científicos.
Los opositores a Japón sostienen que estas operaciones tienen en realidad el objetivo de obtener carne de ballena para consumo.
En la meridional prefectura de Taiji, conocida como la cuna del comercio ballenero japonés, sólo un puñado de pescadores se dedican a la caza de ballenas pequeñas, permitida por la IWC.
Los balleneros de Taiji capturaban en los años 60 unos 6.000 cetáceos por año en el océano Antártico, proveyendo de unas 200.000 toneladas de carne a los restaurantes, capaces de alimentar a 10 millones de personas, según un informe de la agencia nacional de noticias japonesa Kyodo.
Pero ahora las autoridades tienen dificultades para encontrar jóvenes dispuestos a trabajar en la «caza científica», ya que la consideran una tarea sucia, difícil y peligrosa.
Aun los niños de Taiji se niegan a comer carne de ballena porque, según informó Kyodo, «les da lástima que maten ballenas y delfines». (FIN/IPS/tra-en/ek/js/rp/aq/en if/01