(Arte y Cultura) MUSICA-COLOMBIA: Festival del Porro cumplió 25 años

La localidad de San Pelayo se llenó de música en estos días, como ocurre desde hace 25 años en la celebración del Festival del Porro, uno de los ritmos más populares del norte de Colombia.

Los orígenes de este ritmo tropical se remontan a los primeros pobladores del litoral norte colombiano, aunque el festival comenzó a realizarse en 1977, cuando se reunieron de manera espontánea nueve bandas musicales de la zona y decidieron repetir cada año la experiencia.

La propuesta es preservar esta expresión folclórica con la que los campesinos acompañaban sus labores de siembra y pastoreo de ganado.

Esta edición 25, que se llevó a cabo del 30 de junio al 2 de este mes, se inauguró en la madrugada con el tema «María Varilla», considerado el himno del festival, interpretado por 450 músicos componentes de 25 bandas.

El himno del Festival del Porro recuerda a una destacada bailarina, que en las antiguas fiestas campesinas pedía siempre a los músicos que tocaran un tema popular al que no se le conocía el título.

Los ancianos de San Pelayo, localidad del septentrional departamento de Córdoba, cuentan que cuando María llegaba a al baile con su falda ancha y velas en las manos decía: «maestro quiero que me toques el porro que me gusta».

Así, la expresión sobrevivió con el tiempo y fue adoptada como: «maestro toque el porro que le gustaba a María Varilla».

«Para muchos el inicio de la fiesta en la alborada es como un ritual para exorcizar la guerra y la muerte», comentó a IPS, William Fortich, historiador y fundador del Festival del Porro.

El encuentro musical comienza siempre en la madrugada, una costumbre que se arrastra desde la época de la colonia española, cuando el porro era considerada música de indígenas y de negros, por lo cual sólo se permitía que se interpretara en las fiestas después de la medianoche.

Las bandas que tocan el porro utilizan instrumentos de percusión y de viento, como pitos, clarinetes, trombones, bombardinos y gaitas, este último un instrumento indígena elaborado con una caña de medio metro que finaliza en una esfera hueca de cera.

Los músicos se ubican en el centro del salón y son rodeados por un amplio círculo de parejas, considerado sinónimo de eternidad, en el que las mujeres ataviadas con faldas largas, amplias y floreadas danzan llevando en su mano izquierda un mazo de velas encendidas para alejar a los hombres, según explican los campesinos.

El círculo de las mujeres que danzan con recatada coquetería y de los hombres que las galantean gira en sentido contrario al de las agujas del reloj, en una alegoría al deseo de que el tiempo de la rumba no termine.

Fortich narró que el porro de las bandas de San Pelayo es sólo instrumental, con un danzón inicial, un contrapunteo y una contradanza, que es el núcleo de la obra, mientras que la responsabilidad mayor recae en los clarinetes.

El historias señaló que «ningún porro en San Pelayo puede tocarse sin el «guapirreo», un grito colectivo entre los hombres, que se asemeja a un coro indígena para el ataque».

Para el investigador, el guapirreo es una expresión de reafirmación de la identidad. Se quiere decir con ello que es «lo que a mi me gusta, ese es mi pueblo, esa es mi cultura, esa es mi gente».

San Pelayo, «la capital del porro», es una localidad con calles sin pavimentar y casas de bahareque (pared de palos entretejidos con caña y barro) y de palma, en la que viven cerca de 20.000 personas, descendientes de indígenas, negros africanos y españoles.

El porro es un ritmo que también se popularizó en el resto del norte colombiano e, incluso, salió fuera de fronteras de la mano de músicos como Luis Bermúdez (Lucho Bermúdez) con las divulgadas canciones «Carmen de Bolívar», «Salsipiuedes» y San Fernando».

Según algunos investigadores, los comienzos del porro se remontan a fines del siglo XXIII, cuando aparecen los primeros gaiteros y los tambores macho y hembra. Luego, ya en las postrimerías del siglo XIX, se produce el tránsito a la banda con otros instrumentos de percusión y de viento.

También existe una variación del ritmo original, llamado el porro cantado, en el que también se ejecuta la guitarra y que tiene en la actualidad como su más importante interprete a Aglaè Caballero, de 24 años, en quien algunos expertos musicales tienen cifradas las esperanzas de continuidad de ese ritmo musical.

Caballero, quien se propone lanzar su primer disco a fines de este año, sostiene que la guitarra le dio una nueva dimensión al porro.

Las variaciones tradicionales del porro son el «fandango» que es un ritmo rápido, el «paleteao», en el que se le pega al bombo en mitad del tema con una tablilla, y el «tapao», que se toca con la mitad del bombo tapado y golpeado por el lado opuesto.

Una de las características del porro, que ha impresionado a músicos de otros países que han llegado a la zona para estudiar el ritmo, es la improvisación sobre una misma idea en una misma pieza, lo cual lo asemeja al jazz.

En opinión de Fortich, en el porro de San Pelayo hay un contrapunteo instrumental, el mismo que aparece en el jazz más primitivo de Nueva Orleans, al sur de los Estados Unidos,

La dificultad para identificar a los autores de las obras musicales de porro es otra característica que tiene que ver con el jazz, lo cual Fortich atribuye a que se trata de propuestas de creación colectiva.

Así como en el jazz, «en el porro lo más importante es la expresión, el sentimiento, el estado de ánimo que tenga el creador en ese momento y la persona que está detrás del instrumento, lo cual se antepone al aspecto técnico musical», apuntó el investigador. (FIN/IPS/yf/dm/cr/01

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