(Arte y Cultura) CINE-BRASIL: Copacabana, edén de jubilados

Buena parte de las memorias de la clase media de Brasil se concentran en Copacabana, un barrio de Río de Janeiro que se desarrolló y envejeció en el siglo XX para convertirse en paraíso de jubilados y ahora motivo de una película.

El filme «Copacabana» muestra esa evolución desde una óptica humana, por medio de la historia de Alberto, un fotógrafo que vivió siempre en ese barrio y cumple 90 años rodeado de sus viejos amigos y recuerdos.

La directora de la película, Carla Camurati, es una bella actriz de 40 años que ganó fama en telenovelas de la red TV Globo, pero que hace más de siete años decidió dedicarse a dirigir cine, justamente cuando esta actividad vivía su peor crisis en Brasil, casi sin producciones.

Su primer largometraje, «Carlota Joaquina», sobre antecedentes del Brasil independiente en el comienzo del siglo XIX, fue un éxito. Atrajo 1,3 millones de espectadores e impulsó el renacimiento del cine nacional en 1995.

La nueva película es un homenaje al barrio de Copacabana, que marcó la infancia de la cineasta, con sus cuatro kilómetros de playa y el famoso hotel Copacabana Palace, que fascinaba al país a mediados del siglo XX y donde el abuelo de Camurati fue jefe de la confitería.

Pero, según Camurati, es también un himno a los ancianos, «que el país ignora y no respeta», pero que tienen creciente importancia, debido al rápido envejecimiento de la población brasileña apuntado por las estadísticas.

La directora mantiene el estilo personal que provocó cierto escándalo en su estreno, con un humor a veces grosero, como cuando muestra a una vieja señora que se masturba con una almohada en la sala, sin preocuparse al ser sorprendida y amonestada por su hija.

El nonagésimo cumpleaños de Alberto desata la serie de recuerdos que lo dominan, de tal forma que el ex fotógrafo decide arrojarse sobre una mujer que la memoria lo hizo confundir con la prostituta que le despertó el más fuerte deseo en su adolescencia.

Para festejar su cumpleaños invita a amigos, todos ancianos, a bailar y cantar un un apartamento, junto a niños y a algunas provocativas prostitutas cuya presencia no se explica, salvo por el hecho de que el barrio es también un paraíso del sexo, con gran cantidad de espectáculos eróticos, prostitución masculina y femenina, y travestis.

Es «una mirada medio felliniana», dijo Héctor Babenco, exitoso director de varias películas en Brasil y en Estados Unidos, señalando que «Copacabana» recuerda obras del fallecido realizador italiano Federico Fellini.

Tiene algo «cercano al grotesco, pero sin llegar a la parodia o la caricatura», un retrato de la realidad brasileña, que no pretende revolucionar el cine, explicó Babenco, de origen argentino y naturalizado brasileño, en una entrevista con el diario Jornal do Brasil.

Por su parte, Inacio Araujo, crítico del diario Folha de Sao Paulo, comentó que «Copacabana» parece la suma de dos películas: una sublime, de ternura hacia los ancianos y sus memorias, y otra cargada de groserías, como la inclusión de un judío estereotipado.

La obra comienza por rescatar la historia del nombre de la famosa playa brasileña, donde se construyó un barrio exclusivamente de altos edificios cercados de montañas y mar, en el que viven 180.000 personas.

El nombre Copacabana fue tomado de una localidad inca, originalmente peruana y hoy boliviana, donde se venera a la Virgen María, fuente de milagros. Una réplica de la virgen fue llevada a una parroquia católica del barrio brasileño, bautizado entonces con el mismo nombre.

Esa es la santa que acompaña a Alberto desde que era bebé y fuera abandonado en la puerta de una iglesia. En el diálogo, ella le habla en español, fiel a su «nacionalidad» peruana.

La memoria avivada por el cumpleaños hace que Alberto recuerde hechos personales e históricos, como una rebelión militar en un cuartel local en 1922, el pasaje del dirigible alemán Graff Zeppelin algunos años después, las fiestas de carnaval y la visita de personalidades internacionales.

Copacabana, que cumplió 109 años, simboliza el ascenso de la clase media urbana como principal actor político y social de Brasil después de la segunda guerra mundial. Vivir al borde de su playa, mirando al mar, era el sueño de todos los brasileños.

La presión por un espacio en el edén transformó a Copacabana en una «ciudad» vertical, con todo tipo de comercio y servicios, centenares de hoteles y restaurantes. Pese a la congestión y contaminación ambiental, gran parte de sus habitantes le son fieles y juran que no abandonarán nunca el lugar.

Por eso, 57 por ciento de la población local tiene más de 50 años. Hay gente proveniente de todas partes del mundo y muchos jubilados, con historias de todo tipo. La película cuenta una parte mínima, pero refleja el paisaje humano del barrio. (FIN/IPS/mo/dm/cr/01

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