ARGENTINA: Atrapados sin salida

El escepticismo de la sociedad argentina produjo hace años una sentencia sardónica: «La única salida para este país está en Ezeiza», el aeropuerto internacional. Hoy, a juzgar por el paisaje que rodea esa terminal aérea, a este país no le queda ni siquiera esa salida.

Pasajeros arrastrando valijas a pie por tres kilómetros de autopista hasta el aeropuerto. Vuelos suspendidos. Viajeros embarcados en aviones que no despegan. Turistas varados en hoteles, o que se dirigen al aeropuerto para regresar al hotel horas más tarde. Gendarmes cerrando el paso. Caos de tránsito.

Eso es solo parte del paisaje que en estos días refleja la grave crisis que atraviesa la empresa de bandera nacional Aerolíneas Argentinas, cuyos trabajadores están en conflicto hace más de un mes por una virtual quiebra.

El administrador de la compañía es la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), de España.

Pero la crisis de la aerolínea parece aglutinar el rechazo a la situación general de este país, donde se acaban de aplazar vencimientos de deuda externa a un costo altísimo, el desempleo crece y la economía casi no muestra signos vitales desde hace más de tres años.

El alcance del conflicto de la aerolínea y el apoyo que despierta en la población la resistencia sindical al cierre de la empresa llevaron a algunos analistas a comparar esta situación con otra gesta nacional: el enfrentamiento con Gran Bretaña por las islas Malvinas, que originó una guerra en 1982.

Otros, en cambio, sostienen que la población se aferran con Aerolíneas Argentinas a uno de los últimos símbolos que les permitió insertarse en el mundo con una identidad propia: su aerolínea de bandera.

«Nos dejamos quitar el país, no nos dejemos quitar Aerolíneas», se lamentaba en estos días una mujer jubilada de la empresa aérea.

El diario The Financial Times, de Londres, señaló esta semana en un editorial que la crisis de Aerolíneas Argentinas es el «símbolo del fracaso de las reformas de mercado de la última década», que incluyeron privatizaciones, apertura comercial, ajuste fiscal, flexibilización laboral y sobrevaluación monetaria.

La empresa aérea fue mal administrada durante años. Pasó así de ser una empresa pública eficiente que producía ganancias a una compañía endeudada, quebrada, con el personal reducido 30 por ciento y casi sin flota propia, a pesar de que fue entregada con una treintena de aviones en su patrimonio.

Ante esta situación, los empleados no están percibiendo sus salarios, los proveedores no cobran sus facturas y la empresa suspende cada día nuevas rutas. Esto es, no se trata solo de una huelga sino de un virtual abandono de la empresa por parte de sus administradores, que no descartan venderla a precio vil.

El país, como Aerolíneas, estaría en quiebra, languideciendo en una recesión y esforzándose en cumplir los compromisos de una deuda pública creciente, señala The Financial Times aludiendo a la caída de la producción del país y a las urgentes y costosas gestiones para aplazar vencimientos de su deuda externa.

El nacionalismo que se despertó a raíz de la crisis de Aerolíneas Argentinas —que, como nunca había ocurrido antes, tiene el apoyo hasta de la mayoría de los pasajeros que quedan varados— encontró además a un enemigo en la administración española.

De hecho, los sindicatos convocaron a un boicot a todas las empresas de ese orígen.

A pesar de los llamados a la calma por parte de los gobiernos de Argentina y España, que no quieren convertir el conflicto en un escollo en la relación bilateral, una encuesta realizada por la consultora Julio Aurelio indicó que 43 por ciento de los argentinos están de acuerdo con el boicot.

España es el primer inversor extranjero en Argentina. En los últimos dos años desplazó a Estados Unidos de ese lugar, tras ubicarse allí durante más de un decenio. Hoy, los españoles administran empresas de transporte, energía eléctrica, telecomunicaciones, petróleo, bancos y fondos de pensión.

El blanco preferido de los trabajadores de Aerolíneas Argentinas son los vuelos de la española Iberia, que en los últimos meses terminó su proceso de privatización, pero que durante casi 10 años fue responsable de administrar la compañía argentina en una gestión cuestionada y que es investigada por la justicia.

Pero muchos argentinos parecen manifestar en su apoyo a los trabajadores su rechazo a esa década de reformas neoliberales que comenzaron con una serie de privatizaciones. El resultado fue la constitución, en algunos casos, de monopolios eficientes pero caros, y en otros, sólo de monopolios caros.

El semanario Veintitrés reveló que la concesión del servicio de trenes en los años 90 originó la casi desaparición de la red ferroviaria, restringida ahora a algunas líneas de acceso a Buenos Aires y a otros tramos aislados en zonas turísticas del interior del país.

La tarifa de los trenes, que siempre fue accesible, se duplicó. El monto del subsidio estatal al pasaje ferroviario triplica la cifra que el gobierno exponía como déficit hace 10 años y que constituyó su principal argumento para la privatización.

«Muchos políticos dicen ahora que Aerolíneas fue una mala privatización, como si las otras hubieran sido buenas. Pero la gente comienza a ver que el costo de las tarifas de los servicios públicos es tan elevada que ya se perdió de vista el beneficio de haberlas cedido a empresas privadas», comentó a IPS el economista Marcelo Nuñez.

La situación se repite con las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones, otra creación de los años 90 para privatizar el sistema previsional. Se trata de un negocio multimillonario para las empresas privadas, con un costo altísimo para los trabajadores, que pagan hasta 30 por ciento de comisión.

Para peor, el gobierno reconoce que parte del abultado déficit fiscal se debe al desfinanciamiento del sistema público de reparto, pues el dinero que antes ingresaba al tesoro por aportes jubilatorios ahora se dirige a las administradoras privadas de fondos.

No obstante, el Estado continúa teniendo que abonar miles de pensiones.

La depresión económica, combinada con la revelación más cruda de algunas decisiones políticas que comprometieron intereses millonarios de muchos argentinos, crean un clima de desesperanza, que una vez más invita a la ironía.

Así, el lema optimista según el cual «la esperanza es lo último que se pierde», trocó en estos días en Argentina por una pintada en los muros: «La esperanza es lo último que se perdió». (FIN/IPS/mv/mj/ip if/01

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