(Arte y Cultura) COSTA RICA: El final de un enclave mexicano

De día era un restaurante familiar en el corazón de la capital costarricense. De noche era sitio de reunión de poetas, de contertulios y de cantantes improvisados que, con unas copas encima o sin ellas, se atrevían a desafinar boleros y rancheras mexicanas.

Pero ya se acabaron los días de La Esmeralda, uno de los últimos reductos de la vieja bohemia de San José, ciudad que se está quedando sin pasado tras una larga seguidilla de cierres de lugares tradicionales.

La Esmeralda, abierta a principios del siglo XX, cedió ante la embestida de la modernidad. El local que ocupa desde hace 14 años en la céntrica Avenida Segunda, el último luego de varias mudanzas, se transformará para albergar un banco.

Durante decenios, el bar y restaurante fue hogar de conjuntos de mariachis y típicos tríos mexicanos. Allí acudían a buscar su música quienes querían dar una serenata o quienes, sentados en una mesa, querían a curar soledades escuchando su canción favorita.

El miércoles, los músicos emigraron en caravana, cantando «Las Golondrinas», a un local ubicado en la periferia capitalina y que, como la mayoría de los establecimientos modernos, tiene un ambiente más turístico.

«La Esmeralda era el equivalente de Plaza Garibaldi de México, pero aquí se podían encontrar tan buenos o mejores mariachis», comentó a IPS el compositor Alvaro Esquivel.

Actualmente, en Garibaldi, es difícil encontrar un conjunto de mariachi clásico, con tres violines, dos trompetas, una vihuela, guitarrón, dos guitarras y cantantes, como sí los hay en San José, dijo Esquivel.

Cuando el mexicano Raúl Velazco, productor y animador del programa «Siempre en Domingo», visitó el país en 1990, elogió la calidad de los mariachis de La Esmeralda.

Según Esquivel, el auge del turismo en el México de los años 50 y 60 se llevó a los mejores mariachis de Plaza Garibaldi a los hoteles. En Costa Rica eso no ocurrió, y el arte de los mariachis sobrevive en locales nocturnos. Por eso convivían en La Esmeralda, en sana competencia.

«Este era el punto más vivo de la influencia mexicana, que marcó profundamente la cultura costarricense a partir de los años 40 con la época de oro del cine y la música de cantantes tan conocidos y queridos como Pedro Infante, Javier Solís o Miguel Aceves Mejía», agregó.

Aún hoy, cuando esa presencia se ha diluido por la invasión cultural estadounidense, en la radio se escuchan programas de rancheras en las madrugadas y hay una radioemisora dedicada en exclusiva a ese tipo de música.

Para Alberto Zúñiga, crítico de música y productor de radio, el lugar era de asistencia obligada para famosos y extranjeros, especialmente mexicanos, pero fue, sobre todo, el lugar donde la vieja bohemia costarricense se reunía en las madrugadas.

«La Esmeralda siempre estaba abierta cuando todo estaba cerrado. Fue el refugio de muchos intelectuales de los años 60 y 70 que habían salido (al exterior) a estudiar, sobre todo a México, y cuando regresaban ese era el mejor lugar para recordar sus años en aquel país», dijo Zúñiga.

«El ambiente de La Esmeralda siempre estuvo vinculado con la poesía, con la bohemia sana, con los inconformes, con las mujeres, pero como sujetos de admiración, no como objetos sexuales», agregó.

Por eso, Zúñiga no duda en decir que si se pudiera hablar de «socialismo emocional», ése habría sido uno de los logros de La Esmeralda.

«Ahí iba todo tipo de gente. Todos íbamos por la nostalgia, por la alegría, por el gusto de cantar, todos éramos iguales. No había lugar en San José que promoviera tanto la fraternidad emocional, alrededor de unas canciones», dijo.

Según el productor, será triste que las nuevas generaciones carezcan de un lugar como éste. Y no es que en San José no haya otros lugares, modernos, para pasar la noche.

En la capital de Costa Rica pululan los bares donde se puede encontrar música en vivo de vez en cuando. Los más populares del momento son el Jazz Café, en el noreste, o el Cuartel, en el centro.

Sin embargo, todos estos lugares son para segmentos de población, no son masivos, como lo fue La Esmeralda, donde intelectuales, poetas, campesinos, obreros y hasta gobernantes se reunían por igual, recordó Zúñiga. «Todo el mundo josefino ha desafinado ahí alguna vez cantando 'El Rey'», aseguró.

Con el cierre del establecimiento, la ciudad pierde sus brillos, sus colores, sus sonidos y su magia, apuntó el crítico.

Con el paso de los años el centro de la capital de Costa Rica va quedando vacío del ayer. Al cierre de La Esmeralda fue precedido en 2000 por el de la Radio Monumental, una radioemisora con una pizarra informativa ante la cual se detenían los transeúntes para enterarse de los últimos acontecimientos.

En 1999 se cerró otro baluarte del pasado, Palace, en la avenida Segunda, donde Fidel Castro se sentó alguna vez a fraguar la Revolución Cubana. Carlos Andrés Pérez frecuentaba el lugar durante su exilio en Costa Rica, en los años 50, mucho antes de llegar a la Presidencia de Venezuela.

Allí también estuvo el Che Guevara, de viaje hacia México para unirse a Fidel Castro. Allí el peruano Alan García cantó rancheras y el estadounidense John F. Kennedy se tomó un café.

En los años 70 y 80, época de efervescencia política y de guerras en América Central, Palace fue centro de reunión de líderes guerrilleros, a vista y paciencia de parroquianos que, sin nada qué hacer, pasaban el día en interminables tertulias.

Y antes de Palace desapareció La Perla, otro lugar de bohemia y de tertulia propiedad de cubanos, La Eureka, el cine Variedades y el Rex. Todos ellos han sucumbido ante los bancos, los restaurantes de comida rápida y los karaokes. Sí, San José se queda sin pasado. (FIN/IPS/mso/mj/cr/01

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