ARGENTINA: Tabla de salvación para pueblos fantasmas

Los 400 pobladores de Irazusta, en el este de Argentina, esperan ansiosos cada fin de semana a los visitantes de las ciudades, convocados para ayudar a detener la emigración rural, que lleva a otros 650 pueblos a la extinción.

Irazusta, localidad de la provincia de Entre Ríos ubicada a 290 kilómetros al norte de Buenos Aires, es el escenario de un proyecto desarrollado por el grupo no gubernamental Responde, con el objetivo de demostrar que los habitantes de pequeños pueblos pueden encontrar una nueva razón para su existencia.

Responde lleva adelante también programas para conectar a todos esos pueblos dispersos a través de una red virtual, para crear microempresas y para nuclear a profesionales voluntarios dispuestos a capacitar a los pobladores en oficios diversos, como peluquería, electricidad, enfermería o repostería.

En Irazusta, unas 40 familias están dedicadas a recibir a viajeros de las ciudades para alojarlos en sus casas y ofrecerles comidas típicas, paseos a caballo o en carros, visitas al club social del pueblo y a la «pulpería», comercio rural muy común en el siglo XIX y que aún subsisten en esos lugares apartados.

«Esto no es 'turismo de estancia' (grandes establecimientos rurales), con el confort de un hotel cinco estrellas», como se ofrece en otras zonas, aclaró a IPS Marcela Zuccotti, de la organización de voluntarios Responde.

«El valor de esta visita radica en conocer a gente de campo que se resiste a emigrar a la ciudad, y compartir con ellos un tiempo que, sin dudas, transcurre más lento que el nuestro», de las grandes urbes, aseguró.

Zuccotti explicó que en un principio se supuso que la oferta era un poco precaria y que se deberían mejorar las comodidades, pero luego vieron que los visitantes, desacostumbrados a las rutinas de un pueblo, agradecían poder compartir esa otra vida apacible, desinteresada y menos contaminada.

Por el momento, Zuccotti rescata un hecho muy positivo de este ensayo, como es la satisfacción de los turistas, que contribuye a devolver la autoestima a los habitantes de Irazusta, quienes se habían quedado sin proyecto para desarrollar su comunidad y habían sufrido fracasos y rechazas al emigrar a la ciudad.

Los pobladores de Irazusta se muestran inquietos desde que comenzó el programa de Responde. Una mujer del lugar espera la llegada de los visitantes para servirle de guía, otras cocinan y hay quienes acompañan a los recién llegados a conocer la pulpería o la estación de tren, ya en desuso a causa de su aislamiento.

Además, los sábados por la noche se organizan comidas típicas en el club social, se organizan bailes y se invitan a artistas.

«Como la inmigración alemana tuvo mucho peso en Irazusta, hay dos señoras que hacen repostería de ese origen y ofrecen té en su casa para quien quiera ir de visita el sábado o domingo por la tarde», comentó Zuccoti.

El proyecto de Irazusta comenzó tras una investigación académica, que permitió conocer que las principales causas del despoblamiento era la interrupción del servicio de ferrocarril, el cierre de establecimientos agropecuarios, la concentración de la tierra en pocos propietarios y la tecnificación agropecuaria.

Un ejemplo de ello es lo ocurrido en la provincia de Chaco, en el noreste del país, donde la aparición de la cosechadora redujo de 70.000 a 10.000 la cantidad de trabajadores necesarios para recoger cada cosecha anual de algodón, pese a que se amplían las plantaciones.

La geógrafa y socióloga Marcela Benítez, presidenta de Responde, comentó que el objetivo inicial de su investigación fue sólo académico. Se buscaba identificar las razones de la emigración de las zonas rurales a la ciudad.

Sin embargo, el contacto directo con los habitantes del centenar de pueblos visitados la comprometió en una tarea de acción social con nuevas metas.

«Cuando empecé la investigación, hace siete años, tomé los datos de todos los pueblos rurales de menos de 2.000 habitantes y los comparé con los registrados en los censos nacionales de población de 1980 y de 1991», explicó Benítez a IPS.

«Ahí ya vi que había 450 pueblos que habían mermado sustancialmente su población», en algunos casos casi habían desaparecido, precisó.

Las proyecciones de Benítez indican que el nuevo censo, a realizarse en 2001, registrará ya unas 650 localidades con muy escaso número de habitantes o directamente sin población. En Argentina se censa a la población cada 10 años.

«Encontré pueblos de 15 habitantes que ya no se sostenían», contó Benítez. Esos poblados son los que seguramente no van a aparecer en el nuevo censo.

La mayoría de las localidades que se extinguen se concentran, paradójicamente, en la zona de mayor desarrollo agropecuario del país, la región central de la Pampa, donde crecen las mejores pasturas para el ganado vacuno y se produce trigo, maíz, soja y girasol, principales cultivos de exportación.

En un recorrido realizado en automóvil por esa región, IPS encontró en la ruta a una mujer embarazada, de 22 años. La joven residente del pueblo de Rojas, donde sólo quedan 15 habitantes, esperaba que un viajero la llevara hasta un centro médico para su control periódico prenatal.

«Para el parto tengo que internarme 15 días antes» en un hospital situado a 70 kilómetros de Rojas, comentó la mujer. De esa manera podría evitar un sorpresivo alumbramiento en su pueblo, donde no hay ni siquiera una enfermera que la asista a ella y al bebé.

Benítez aseguró que sólo en la región pampeana existen 275 pueblos al borde de la desaparición, debido principalmente al proceso de concentración de la tierra, que redujo en los últimos 10 años de 170.000 a 116.000 la cantidad de pequeños productores rurales.

La pérdida de población de un pueblo difícilmente es registrada por los grandes medios de comunicación argentinos, y mucho menos por los internacionales. Por eso fue muy valorada la investigación de Benítez, ya que permitió conocer la magnitud de un problema que se repite y se profundiza en forma silenciosa.

La presidenta de Responde recordó el pintoresco informe publicado por un periódico de Buenos Aires sobre un pueblo de la provincia sureña de Neuquén, que había sido vendido a un particular en 5.000 dólares.

Se trata de «Los Catetos, que hasta 1989 tenía una cantera de piedra laja, que cerró, expulsando a sus 150 trabajadores», apuntó.

Una vez que desaparece la fuente de empleo, le siguen la suspensión del ferrocarril y el cierre del banco. Luego puede ocurrir que pierdan la única provisión de gasolina, los servicios de electricidad, de gas y de teléfono y hasta el centro de salud.

«Hay un pueblo adonde el médico un día se fue y nunca lo reemplazaron», comentó.

Otro ejemplo es el caso de los pensionados de la localidad de Chivilcoy, en la provincia de Buenos Aires, quienes deben conseguir que alguien los lleve hasta el pueblo más cercano donde haya un banco y, posteriormente, esperar hasta la noche para conseguir un ómnibus para regresar.

Así, muchos habitantes de los pequeños pueblos prefieren sobrevivir allí, aunque abandonados a su suerte, pues la alternativa de trasladarse a las ciudades trae consigo la pena del desarraigo y la doble marginalidad de ser, además de pobres, emigrantes. (FIN/IPS/mv/dm/pr dv/01

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