El Día Internacional de los Trabajadores encuentra al movimiento sindical de América Latina en una crisis de representatividad y golpeado por cambios económicos que hacen del desempleo un fenómeno en expansión constante.
«Somos prisioneros de una globalización controlada por mercaderes que nos ofrece una economía especulativa y un crecimiento económico sin trabajo-empleo», señaló este lunes la Central Latinoamericana de Trabajadores (CLAT), una de las mayores matrices sindicales de la región.
En su «Manifiesto de la Solidaridad y la Esperanza», emitido con ocasión del 1 de Mayo, la CLAT aboga por la generación de trabajo y empleo dignos, salarios justos y una seguridad social de carácter integral y solidaria, en tanto derechos atropellados por la globalización.
Para el sacerdote chileno Alfonso Baeza, ex vicario de la Pastoral Obrera, los trabajadores están actualmente «en una situación de desprotección ante los cambios (económicos) que apuntan hacia la flexibilización laboral y la precarización del empleo».
Las nuevas condiciones del mercado laboral van transformando las actitudes de los trabajadores frente a la empresa, con una suerte de desvalorización de sí mismos que afecta en última instancia su capacidad de organización sindical.
Según la socióloga Marta Lagos, directora en Chile de la agencia encuestadora Mori, hay en la gente una percepción de inseguridad, que la hace valorar sobre todo la estabilidad en el empleo, por sobre otros aspectos relativos a la relación laboral.
Lagos dio a conocer el día 25 los resultados en Chile de la encuesta mundial de valores que Mori realizó en 2000, con índices comparativos de sondeos similares que se efectuaron en 1990 y 1996.
La seguridad o estabilidad laboral era considerada importante en 1990 por 69 por ciento de los chilenos. El índice aumentó apenas un punto en seis años para situarse en 70 por ciento en 1996, pero en 2000 se elevó a 74 por ciento.
Con una trayectoria inversa, 46 por ciento valoraba en 1990 que su trabajo no implicara demasiadas presiones. La tasa bajó a 43 por ciento en 1996 y a 91 por ciento en 2000.
El ser respetado en el trabajo por otras personas era importante para 60 por ciento de los chilenos en 1990 y sólo para 55 por ciento en 2000.
Del mismo modo, la valoración de la posibilidad de tomar iniciativas en el empleo era valorada por 56 por ciento de los trabajadores en 1990 y en 2000 por 48 por ciento.
«El indicador de la encuesta que señala que las personas ya no valoran tanto la oportunidad de tener iniciativas es muy grave y refleja muy bien una consecuencia de su situación de inseguridad», comentó el ex vicario Baeza.
«En mi empresa tenemos buenas condiciones de trabajo, aunque nada garantiza que en algún tiempo más no haya ajustes con despidos de personal por razones económicas, ya sea por crisis o por fusión con otra compañía», dijo a IPS Jorge Salazar, un empleado bancario.
«En el banco no tenemos sindicato, porque sabemos que no le agradaría a la gerencia. Un compañero que quería retirarse, pero sin perder el derecho a indemnización, pidió una reunión con los jefes y les dijo que estaba creando un sindicato. Una semana después lo despidieron, pero lo indemnizaron bien», contó Salazar.
Según estadísticas recopiladas por la Organización Internacional del Trabajo, en Chile el grado de sindicalización es del orden de 13 por ciento de la población económicamente activa, mientras que en los cuatro países del Mercado Común del Sur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), el promedio es de 24 por ciento.
En estos índices no está considerado obviamente el trabajo informal, estimado entre 40 y 45 por ciento en Argentina, Brasil y Chile y que en Paraguay llega a 80 por ciento.
«El empleo ahora es más heterogéneo porque, por un lado, se amplía hacia trabajos inestables y no formales y, por otro lado, también está la mala calidad del empleo en relaciones aparentemente formales dentro de empresas formales en las que también hay procesos de precarización», sostiene el economista chileno Jacobo Schattan.
La sustitución del contrato de trabajo permanente por un contrato a plazos, el desempleo por incorporación de tecnologías que reemplazan mano de obra o la hacen innecesaria, la absorción de empresas pequeñas por grandes compañías, están entre los factores de deterioro de la oferta laboral, señala Schattan.
La situación tendió a agravarse a finales de la última década, debido a la crisis financiera internacional iniciada en el sudeste asiático en 1997.
América Latina tuvo en el período 1990-1997 una tasa promedio anual de crecimiento del producto de 1,4 por ciento, con un desempleo urbano en ese período de seis por ciento. En el bienio 1998-1999, el producto cayó 0,5 por ciento y el desempleo aumentó a 8,4 por ciento en promedio.
En 1999, año de mayor impacto de la crisis, la tasa regional de desempleo urbano fue de 8,7 por ciento, y en 2000, con una recuperación del producto, que creció en torno de cuatro por ciento, el desempleo se mantuvo prácticamente inmutable, en 8,6 por ciento.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe advirtió, a la luz de este hecho, que la región está entrando en un nuevo fenómeno de «crecimiento con desempleo», más o menos similar al que caracteriza a países industrializados, donde los índices de desocupación de dos dígitos son habituales. (FIN/IPS/ggr/ff/lb/01