CUBA: Compra tu cocodrilo

El rumor corrió por las calles de un barrio de La Habana. Muchos creyeron que se trataba sólo de una de las tantas bromas que surgen cada día en Cuba para reírse de lo bueno y de lo malo, pero no era así.

«Vaya… lleva tu cocodrilito, aprovecha ahora, cómpralo, calientico aquí…», fue el pregón imaginario que empezó a acompañar esta historia real en Lawton, una zona de tradición obrera cercana al puerto de La Habana.

La certeza de que en esta isla del Caribe todo puede encontrarse en la llamada «bolsa negra» (mercado negro) llegó a su máxima expresión este mes, cuando a alguien se le ocurrió ir de puerta en puerta vendiendo cocodrilos para comer a 50 dólares por ejemplar.

Como los peligrosos ejemplares eran pequeños y estaban vivos, el desconocido los vendía también «para criar» en el patio o en la bañadera de la casa, como se suelen hacer en este país con aves y cerdos.

«Dicen que la carne es muy rica. Deben haberlos robado del zoológico o de algún criadero estatal», comentó una fuente cercana al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.

Expertos estiman que, a diferencia de otros países de América Latina, hasta los años 90 la economía sumergida cubana no respondía a una estrategia de captación de ingresos por parte de capas marginadas, ni era en esencia productora.

Hasta 1989, el mercado negro intentaba satisfacer la demanda de bienes y servicios ante la insuficiencia de la oferta estatal, según Alfredo González, experto del Instituto Nacional de Investigaciones Económicas (INIE).

Un estudio publicado por González en la revista del INIE asegura que, en los peores años de la crisis económica que vive Cuba desde 1990, la economía sumergida «se acrecentó y consolidó por la emisión monetaria sin contrapartida mercantil».

Después, en 1995, comenzó una época de declinación por el aumento de la oferta estatal, la disminución de la liquidez y la legalización en 1993 de un grupo de servicios entonces ejercidos en la ilegalidad.

Sin embargo, ya a finales de los 90 la «bolsa negra» volvió a demostrar su capacidad de adaptación, al consolidarse como un mercado de venta en pesos cubanos de productos que los establecimientos estatales suelen vender sólo en dólares.

«La bolsa negra se renueva. Es más flexible que el Estado. Ya tiene aprendidos de memoria todos los puntos débiles de nuestras instituciones y funciona con la vieja ley de la oferta y la demanda», opinó Rafael García, economista retirado.

El comercio minorista de Cuba está monopolizado por el Estado. La venta por particulares solo está permitida en mercados agropecuarios, artesanales e industriales, estos últimos con una oferta escasa y por lo general de baja calidad.

El robo suele estar detrás de la mayoría de la oferta de productos terminados y también de aquellos elaborados de manera artesanal para los cuales hizo falta primero encontrar la materia prima en alguna empresa estatal.

Las autoridades han intentado sistemáticamente impedir el descontrol, reducir el robo y frenar el mercado negro, pero mientras asesta un golpe por un lado, los vendedores y revendedores reaparecen por otro.

«Todo lo que puedo lo compro en la puerta de mi casa a los vendedores que me lo traen», dijo una jubilada de 59 años que compra ilegalmente leche, café, harina de trigo, pan, mantequilla, pescado, «siempre a buen precio».

«El pescado me lo vende el dependiente de la pescadería, la harina de trigo el panadero y la leche en polvo la hermana de un trabajador del puerto» cuando llegan los barcos cargados del producto, contó.

Quizás el mercado más afianzado es el de la leche. El Estado garantiza la venta subsidiada a los niños de hasta siete años. El resto de la población debe comprarla a 5,80 dólares el kilogramo, cuando en el mercado negro cuesta un dólar por libra (0,44 kilogramos).

Para esta mujer, vecina del barrio residencial Miramar, los límites llegan cuando alguien ofrece carne roja, porque «nadie sabe si va a estar o no en buen estado».

Además de su función tradicional de resolver la falta de abastecimiento de las familias, el mercado negro se convirtió en los últimos años en una alternativa para que los trabajadores por cuenta propia compren sus insumos.

«Cuando abrí la cafetería, todo lo que se vendía lo producía en mi casa, pero no pude con los altos precios, los impuestos y las multas de los inspectores», afirmó Andrés, un trabajador por cuenta propia que prefirió no revelar su apellido.

Ahora, la mayoría de los alimentos que ofrece a sus clientes con igual precio proceden de la bolsa negra. «Después compro los recibos de venta a los trabajadores de cualquier tienda y ya tengo qué mostrarle a los inspectores», explicó.

Esteban Ramos, vendedor de una tienda estatal, reconoció que ni siquiera las empresas de capital mixto son capaces de mantener una oferta estable para sus clientes estatales, tanto tiendas como establecimientos de servicios.

La oportunidad es aprovechada por los vendedores ilegales que abastecen ese mismo mercado con los mismos productos, en complicidad con algunos empleados de esas empresas. «No sólo traen cosas robados sino también su propia producción», dijo Ramos.

Esta nueva modalidad se ha ido extendiendo a partir de la experiencia de la fabricación clandestina de puros para la venta a turistas que no están en condiciones de pagar los altos precios de las estatales Casas del Habano.

Así, cada día se vuelve más usual realizar en los domicilios al menos la última fase del proceso de fabricación de ron, cerveza y bebidas refrescantes, que luego se venden en los mismos bares y tiendas estatales.

Los fabricantes clandestinos tienen las botellas, la embotelladora artesanal y las etiquetas compradas por debajo de la mesa a algún trabajador de una fábrica.

Estudios especializados caracterizan a los delincuentes cubanos como desempleados o trabajadores con baja calificación y con hábitos antisociales, entre ellos alcoholismo y participación en riñas y escándalos públicos.

Al mismo tiempo, se estima que la mayoría de los que rondan las tiendas vendiendo desde medias hasta relojes despertadores son personas del interior del país que van a La Habana para escapar de la crisis.

Algunas vendedores ilegales viajan semanalmente a La Habana desde provincias como Santa Clara o Camagüey, a 300 y 700 kilómetros de la capital, cargados quesos, camarones y langosta que ofrecen a sus clientes fijos.

La Encuesta Nacional de las Migraciones Internas de 1998 comprobó que la mayoría de los que llegaban a mediados de los años 90 a La Habana no buscaron empleo y se dedicaron, sobre todo, a actividades ilícitas en el mercado subterráneo.

«Esto es puro estereotipo», afirmó a IPS un médico especialista, con 15 años en el ejercicio de su profesión y quien, cuando tiene tiempo, se dedica a la venta de «lo que le caiga, venga de donde venga».

«En el mercado negro se puede encontrar cualquier cosa. Sólo hay que buscarlo», dijo el médico, y se consuela pensando que en Cuba nadie está libre de pecado. «El que no vende como yo, compra en el mercado negro, y eso también es ilegal», explicóo. (FIN/IPS/da/mj/dv if/01

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