El gobierno de la capital de Colombia apelará a la razón y al espíritu de sus habitantes para disminuir la cantidad de homicidios, que en el primer trimestre del año ya sumaron 395.
«El desarme no va a ser físico sino de espíritu, de corazones. Queremos cambiar la ironía, la intolerancia, el chisme, la envidia y el egoísmo por elementos de amor para que se utilicen las armas de la razón y del afecto», explicó a IPS Juan Pablo Hernández, asesor de la alcaldía de Bogotá.
Hernández integra la Consejería para la Vida Sagrada, creada por el alcalde Antanas Mockus para coordinar e impulsar campañas tendientes a disminuir las muertes violentas que afectan a esta ciudad de siete millones de habitantes, considerada una de las más violentas de América Latina y el Caribe.
El funcionario destacó que la situación en Bogotá mejoró en los últimos seis años, con una reducción de 60 por ciento en la cantidad de homicidios, al pasar de 80 a 32 muertes cada 100.000 habitantes. Mockus ocupó el cargo de alcalde entre 1995 y 1997 y fue reelegido el año pasado.
«Al paso que vamos muy pronto estaremos en el nivel medio de las grandes ciudades de la región», estimó.
Hernández explica que en los tres primeros meses de este año se registraron 395 homicidios, 30 por ciento menos que en el mismo lapso de 2000.
Esa disminución de la violencia es el resultado de campañas como el plan de entrega voluntaria y decomiso de armas y la llamada «ley zanahoria» (expresión local para identificar a una persona pacata), que establece el cierre a la una de la madrugada de comercios de venta de bebidas y otros sitios de esparcimiento.
El programa contra la violencia ciudadana incluye desde el pedido a los niños a abandonar los juegos bélicos hasta la oferta a los portadores de armas a cambiarlas por bonos de 100.000 pesos (unos 43 dólares), que pueden canjear por alimentos, artículos de educación o boletos para asistir a espectáculos culturales.
Expertos identifican a la pobreza y a la marginación social entre las principales causas de la violencia en Bogotá, donde en promedio son asesinadas más de cuatro personas por día pese a las campañas antiviolencia.
El sacerdote católico Manuel Márquez, de una iglesia en el sudeste de la capital colombiana, comentó a IPS que en la zona donde actúa «la miseria, desesperanza y violencia entre los jóvenes es algo estremecedor»
Márquez, a cargo de la parroquia de El Paraíso, en Ciudad Bolívar, narró que en la zona habitan un millón de personas en «una situación de marginalidad y pobreza como nunca había visto antes»
«Vine hace dos años a reemplazar a un sacerdote que tuvo que salir por amenazas de muerte, y la primera sensación fue de incapacidad», relató.
«Lo que más me impresionó fue la condición de los llamados 'parches', jóvenes con un promedio de 17 años, criados en hogares sin padre y que han crecido sin alternativas de estudio ni trabajo y cuyo medio de vida es el robo y el atraco callejero», explicó.
El sacerdote detalló que los «parches siempre van armados, con fusiles y metralletas, que son su orgullo porque les dan poder y reconocimiento».
«Muchos de ellos nunca llegan a los 30 años. La semana pasada perdimos tres», precisó.
«La mayoría de esos jóvenes ya tienen mujer e hijos. Ellas se encargan de los niños, preparar la comida y sirven de anzuelo para lo que llaman 'trabajos'», añadió.
Para el sacerdote, «se trata de muchachos que cuando se les tiende la mano son muy honestos, aunque si se les traiciona, se vuelven enemigos acérrimos».
Eso fue lo que temió un empresario al que Márquez le envió un grupo de jóvenes del «parche Cobra», que tras siete meses de asistir a convivencias en la parroquia y participar en actividades de resocialización decidieron integrarse a «un trabajo normal y formal».
«El empresario acabó confesándome que le había dado miedo emplear en su fábrica a gente con esos antecedentes delictivos y resolvió no aceptarlos como trabajadores», dijo.
Márquez se manifestó desalentado, «cansado de tocar puertas, impotente ante una situación que tiene causas profundas de injusticia y exclusión social», y por eso decidió contarle a los 47 muchachos de Cobra que ya no tenía respuesta para ellos.
«La frustración fue total. Me siento desbordado por la situación, como cuando llegué hace dos años, y por eso fui a la alcaldía, que impulsa el programa de desarme, para ver si le entrego estos procesos al Estado o a quien les ofrezca alternativas reales de cambio a los jóvenes», concluyó.
Sin embargo, a veces aparecen empresarios dispuestos a ayudar a esos jóvenes que, como dice Márquez, «le temen menos a la muerte que a la vida».
Martín Neisa, propietario de una firma de venta de helados en calles y parques de Bogotá, decidió contratar jóvenes enviados por Márquez.
El empresario dijo a IPS que no le importa el pasado de los jóvenes «porque lo que cuenta es el presente y el futuro, para que ellos se proyecten, siempre y cuando tengan convicción de cambio».
«Deben llegar convencidos de que quieren cambiar, pero en realidad lo que me interesa es tener buenos vendedores de helados», apuntó. (FINIPS/mig/dm/ip hd/01