La crisis política interna y las presiones económicas externas deterioran la gobernabilidad en Brasil y abren nuevas posibilidades de un triunfo izquierdista en las elecciones de octubre de 2002.
Una encuesta divulgada este martes por la Confederación Nacional de Transportes (CNT) indica que la popularidad del presidente Fernando Henrique Cardoso volvió a caer en abril, tras una recuperación en los meses anteriores.
La evaluación positiva de su gobierno cayó de 33,3 por ciento de los entrevistados en marzo a 29,7 por ciento ahora. Mientras, la negativa subió de 16,2 a 18,9 por ciento.
La opinión de que el presidente no combate la corrupción alcanzó a 58,8 por ciento de los entrevistados, lo que determina una pérdida de confianza en el gobierno, según Clesio Andrade, presidente de la CNT.
Los escándalos que convirtieron al Senado en una especie de comisaría, al paralizar sus funciones legislativas, también contribuyen a destruir la credibilidad de los políticos y contaminan el gobierno.
La proscripción de la vida política de tres importantes senadores de los tres grandes partidos de la coalición gubernamental es inminente, en un caso por corrupción y en los restantes dos por graves infracciones de las normas parlamentarias, en procesos que radicalizan las peleas internas.
El crecimiento económico, que alcanzó 4,2 por ciento el año pasado y mejoró la imagen del gobierno, también volvió a sumergirse en la incertidumbres.
La crisis en Argentina es señalada como el principal factor de la depreciación de la moneda nacional, 13,4 por ciento desde el inicio del año. La perspectiva de estancamiento o recesión en Estados Unidos agrava el cuadro.
La inestabilidad del real desnuda la gran dependencia brasileña de los capitales extranjeros, que dejan de ingresar por turbulencias en otros países, en especial si se trata de Argentina, vecina y socia en el Mercado Común del Sur.
Las intervenciones del Banco Central, que ha vendido dólares y elevado los ya muy caros intereses, no contuvieron hasta ahora la depreciación del real, de 4,3 por ciento este mes, que afecta el control de la inflación y la actividad económica.
Todo esto tiende a reanimar la candidatura a la presidencia del líder de la izquierda en el país, Luiz Inacio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT).
Lula, un ex obrero y líder sindical, vacila en formalizar su postulación para 2002, a pesar de las encuestas que lo señalan como favorito, con entre 25 y 30 por ciento de las intenciones de voto.
Las derrotas que sufrió en las tres últimas elecciones presidenciales, después de encabezar las encuestas por largos periodos, comprobaron las dificultades de un triunfo izquierdista en un país de población mayoritariamente conservadora, hasta ahora.
Pero la sucesión de crisis económicas, políticas, éticas y sociales que azotan el oficialismo ofrece un nuevo aliento a la oposición un año y medio antes de los comicios.
Las vacilaciones de Lula estimularon al senador Eduardo Suplicy, un campeón de la lucha anticorrupción y partidario de asegurar un ingreso mínimo a toda la población, a disputar la postulación dentro del PT, con el argumento de que recibió «muchas manifestaciones de apoyo en las calles y por Internet».
Los infortunios del gobierno alimentan también los sueños de otros opositores de alcanzar la Presidencia en 2002, representando un abanico de fuerzas menos izquierdista y más amplio.
Es el caso del gobernador del estado de Minas Gerais, Itamar Franco, quien ya presidió el país entre fines de 1992 y 1994, y de Ciro Gomes, ex ministro de Hacienda y ex gobernador de Ceará, estado del nordeste.
Ambos ya discuten una alianza. Franco, un líder de corrientes nacionalistas, aceptó ser candidato a vicepresidente en una fórmula encabezada por Gomes, un socialdemócrata del Partido Popular Socialista, si este dirigente sigue mejor ubicado en las encuestas hasta inicios del próximo año.
Las esperanzas opositoras crecen ante la posibilidad de divisiones en la actual coalición gubernamental, cuyos dirigentes reconocen que sin la unidad de los partidos hoy en el poder será difícil elegir un sucesor de Cardoso que continúe las políticas actuales.
Los disensos pueden agravarse debido a las investigaciones en curso sobre la violación del secreto de la votación en la sesión parlamentaria del 28 de junio pasado, en que el Senado expulsó de la cámara a Luiz Estevao por estar involucrado en desvío de fondos públicos y por haber mentido en su defensa.
El senador José Roberto Arruda trató el lunes de atenuar sus responsabilidades, en un discurso en que echó la culpa de haber ordenado la violación del sistema informatizado de votación al entonces presidente del Senado, Antonio Carlos Magalhaes.
Ambos participaron en el fraude y pertenecen a partidos distintos de la coalición, Arruda al Partido Socialdemócrata y Magalhaes al Frente Liberal. La acusación de Arruda transforma la investigación del escándalo a cargo del Consejo de Etica del Senado en una disputa partidaria.
Una diferenciación de los castigos a Arruda y a Magalhaes agravaría viejos disensos entre los dos partidos. Proscribir a Magalhaes, jefe político indiscutible en el estado de Bahía, constituiría un «terremoto», definió el comentarista Franklin Martins, de la red televisiva Globo.
El oficialismo sufre otro drama. El actual presidente del Senado y del tercer gran partido de la coalición, el Movimiento Democrático Brasileño, Jader Barbalho, está involucrado en varios escándalos de corrupción, investigados por la Policía Federal y por el Ministerio Público.
El cuadro hace difícil impedir la creación de una comisión investigadora parlamentaria sobre corrupción en varios organismos gubernamentales. El presidente Cardoso se opone a la medida, arriesgándose así a perder confianza en la población, porque eso perturbaría más aun su gobierno. (FIN/IPS/mo/mj/ip if/01