Tres personas duermen largas horas y la escena se transmite al mismo tiempo por televisión. Luego, comen, hablan, pelean, piensan o se besan, y también serán vistos entonces por centenares de miles de espectadores en Argentina, donde el género denominado «televisión realidad» ya hace furor.
«No puedo creerlo. Llego a mi casa a medianoche con mi marido, y mis hijos adolescentes están frente al televisor con amigos mirando como otros duermen», comentó a IPS Mabel Gutiérrez. La preocupación se extiende a profesores de escuelas secundarias, que no comprenden el atractivo de la propuesta.
El «tiempo muerto», que la tradición televisiva consideraba un pecado, cobró valor en estos programas en que literalmente no pasa nada durante casi 90 por ciento de la transmisión.
La realidad resulta tan poco natural allí, como el resultado que obtienen los fotógrafos cuando piden a su modelo que sea «espontáneo» y sólo consiguen retratar una máscara.
En ningún otro país de América Latina este fenómeno mediático, inventado en Holanda en 1999, tuvo la acogida que encontró en Argentina. Allí, el público puede optar entre cuatro programas desde los cuales acompañar las —casi siempre— tediosas vicisitudes de los participantes de esta ilusión de realidad.
Muchos argentinos creen en la posibilidad hacer carrera mediante la exhibición pública, según algunos expertos. Algo de eso explica el ascenso que tuvieron hasta hace muy poco los llamados «talk shows», a los que personas sin fama se acercaban a contar sus miserias, supuestamente ciertas.
Susana Salerno, de la Asociación Argentina de Actores, dijo a IPS que la tradicional apertura de este país a «lo nuevo» en materia de modas culturales le está jugando una mala pasada a su gremio, que se ve desplazado de la pantalla.
En 1999, los actores hicieron una campaña de denuncia porque, en cinco años, los programas de ficción se habían reducido de 50 a 11, en beneficio de los «talk shows».
Los actores eran invitados a esos programas, pero no para actuar sino para opinar sobre distintos asuntos o contar su vida, sin percibir honorarios. Ahora apuntan contra un nuevo competidor.
En este sentido, los «reality shows» conforman una «etapa superior» del fenómeno de participación de público en la televisión, porque los jugadores «viven» en el programa, y ofrecen una compañía permanente y real a una audiencia que «dice» rechazarlos pero que en la realidad los ve, aunque sea de reojo.
Uno de ellos es «Gran hermano», producido sobre la base de una idea comprada a la televisión holandesa, con tres emisiones diarias por un canal abierto de lunes a sábado y con una versión de 24 horas en la televisión satelital.
Los participantes deben convivir 112 días en una casa con 30 cámaras de televisión y 70 micrófonos en todos los ambientes.
Los espectadores no son tan pasivos como parecen, pues pueden votar —mediante una llamada que cuesta tres dólares más impuestos— quiénes deben abandonar el programa. Primero, los habitantes del artificial colectivo eligen a dos candidatos a ser excluidos, y entre ellos el público decide.
Otro programa es «El bar», emitido las noches de lunes a sábado por televisión abierta, con la alternativa de verlo en directo 24 horas al día en un canal para abonados.
Este programa refleja a jóvenes que conviven y además trabajan juntos en un bar que ellos mismos atienden, y donde reciben al público, ante 25 cámaras y 50 micrófonos.
También está la versión más explícitamente lúdica de «Expedición Robinson» (copia del «Survivor» estadounidense), que tiene este año su segunda edición en Argentina. Los participantes, de los cuales uno solo ganará 100.000 dólares, afrontan aventuras deportivas en una isla, compitiendo en grupos.
Finalmente, la televisión por cable ofrece un programa estadounidense en que los argentinos solo son televidentes. Se trata de «Isla de las tentaciones» («Temptation Island»), donde cuatro parejas estables son separadas en Belice para ser luego seducidas día y noche por solteros y solteras con la misión de hacerlos caer ante la mirada del espectador.
Como si fuera poco con cuatro programas y la opción de seguirlos las 24 horas, los programas vecinos —noticieros, de entretenimientos o de información de la farándula— hacen entrevistas, encuestas y comentarios sobre lo que ocurre en «la casa» o en «el bar» o en «la isla».
El fenómeno invade también los programas llamados «serios», donde sociólogos, psicólogos y expertos en asuntos de género procuran desentrañar las razones de la oferta y de la demanda, calificada por muchos de «voyeurista», y realzar las bondades u horrores de sus productos.
Los humoristas y hasta las radios no se privan tomar el asunto en tono de parodia. Una de las más celebradas es la del programa cómico «Todo por dos pesos», que muestra cada semana a actores con caretas de personajes de Walt Disney peleando por el uso del baño y otras miserias.
Otro tanto ocurre en las revistas, que dedican páginas a contar «la verdadera historia» de los desconocidos participantes, devenidos ahora en «famosos» por haber transitado por estos espacios en ascenso. En este sentido, los expulsados suelen ser paradójicamente los que consiguen el mayor impacto en los medios.
«Me echaron porque soy madre», dice un título del semanario Caras sobre la foto de un rostro extraño para quien no frecuenta el género. Se trata de una joven obligada por el público a abandonar la casa de «Gran Hermano», según ella, cuando se supo que dejó de atender a su hijo con el fin de participar en el programa.
Para participar de estos programas, las compañías productoras de programas televisivos entrevistaron a unos 120.000 argentinos, siempre jóvenes y muchas veces bellos. Como requisito, buscaron personas que quisieran un cambio en sus vidas, y no sólo el que representa el premio en dinero.
Sesenta por ciento del público de estos programas es femenino y seguidor de telenovelas de ficción, y hay espectadores de todos los sectores socio-económicos, según la encuestadora IBOPE, que mide el encendido de los programas y sondea la audiencia. Pero a la hora de medir las edades hubo sorpresas.
A diferencia de lo que indica el prejuicio prevaleciente entre los que critican el fenómeno y la preocupación de Mabel Gutiérrez por sus hijos, no son jóvenes la mayoría de los espectadores sino personas de 50 años y más, seguidas por adultos de entre 30 y 49. La edad baja cuando se trata de «Expedición Robinson».
Además de Argentina, el único país latinoamericano que se asomó al fenómeno fue Brasil, que en 2000 tuvo su versión de «Expedición Robinson», titulado «En el límite», emitido una vez a la semana desde un sitio salvaje y protagonizado también por personas comunes, como profesionales, amas de casa y deportistas.
Del resto, ni Cuba, ni Chile, ni Costa Rica, Perú, México o Venezuela conocen el fenómeno. Uruguay sí, porque recibe buena parte de la programación que se exhibe en Argentina, su vecino. Pero el público uruguayo no interviene en la votación telefónica, a pesar de que recibe «Gran hermano» en directo, .
Ante esta realidad, lo Asociación Argentina de Actores prefiere no hacer una campaña pública de denuncia contra quienes hasta ahora eran quizás sus admiradores pero se convirtieron en competidores. Pero ya comienzan a plantear sus reclamos al respecto a productoras y dueños de canales. (FIN/IPS/mv/mj/cr/01