/Integración y Desarrollo/ MERCOSUR: Diez años de unión depararon buenos y malos momentos

La crisis económica y una frágil situación política postergaron a un segundo plano en Argentina la conmemoración del décimo aniversario del Mercosur, un proyecto cuya potencia inicial comenzó a debilitarse en enero de 1999, cuando Brasil devaluó su moneda.

La fecha pasó desapercibida el lunes en las oficinas de funcionarios del gobierno y legisladores, presurosos por afrontar una profunda crisis nacional con repercusiones fuertes en los países del Mercosur (Mercado Común del Sur), lanzado formalmente como una promesa de prosperidad hace ya un decenio.

Argentina, con una recesión que dura casi tres años, tuvo tres ministros de Economía en el último mes, y transita en estos días sobre un campo minado con una amenaza de cese de pagos como fantasma que todavía sigue aventándose desde el gobierno y los mercados financieros.

En este marco, la visita relámpago a Brasil del nuevo ministro de Economía, Domingo Cavallo, demostró que así como el Mercosur fue reivindicado en sus orígenes como un vehículo para la inserción de sus socios en el mundo también puede resultar una red de protección en coyunturas críticas.

Para los expertos que siguen de cerca este largo proceso de integración, no se trata de exponer al Mercosur a la competencia con otros bloques, ni mucho menos de potenciar los conflictos entre sus miembros, sino de entender que el ideario de este proyecto se lleva mal con el cortoplacismo.

Lo cierto es que numerosos sueños de progreso indefinido quedaron en el camino, y variados obstáculos, no siempre imprevisibles, se pusieron de manifiesto en el grupo desde aquel 26 de marzo de 1991 en el que Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay firmaron el Tratado de Asunción.

En estos años, Bolivia y Chile se sumaron en calidad de asociados externos, y la arquitectura del conjunto pareció más sólida políticamente desde 1998, tras la firma de la cláusula democrática que exige la vigencia del estado de derecho en los países que integran el bloque.

La promesa de llevar a cero los aranceles dentro del bloque se fue cumpliendo de acuerdo con lo pactado, en tanto los aranceles externos comunes que determinan la unión aduanera comenzaron a subir de nuevo tras un periodo de baja constante. Ahora, Argentina manifestó la necesidad de subirlos todavía más.

Cavallo reclamó a los socios comprensión para avanzar en la rebaja a cero del arancel externo común para bienes de capital, a fin de permitir el ingreso de maquinarias baratas de terceros países, en tanto pidió que se eleve a 35 por ciento el tributo que grava los productos de consumo masivo.

Así, el promedio podría no sufrir dramáticas alteraciones, pero la propuesta —resistida entre los socios— enlentecerá el proceso de integración plena de Chile, siempre sujeto a la rebaja y unificación del arancel externo común al nivel de ese país, considerado el más abierto de la región.

Ante este panorama, los socios del Mercosur no parecen estar en condicones de festejar el aniversario con algarabía.

Como en casi todos los matrimonios —una institución en que se compromete a las partes a mantener el compromiso en los buenos y malos momentos—, el arranque resultó una verdadera luna de miel, con alza del comercio dentro del bloque, inversiones extranjeras atraídas por el proyecto y crecimiento general.

En los años 90, el intercambio entre los cuatro socios pasó de 4.000 a más de 20.000 millones de dólares y el producto bruto conjunto creció al menos hasta 1999, cuando en Brasil sobrevino la devaluación del real en el marco de una crisis generalizada de los mercados emergentes.

Comenzó entonces un periodo de estancamiento para el desarrollo de todo el Mercosur.

La crisis se hizo sentir particularmente en el vínculo entre los dos socios mayores, Argentina y Brasil, que concentran 96 por ciento del producto subregional y aportan el grueso de un mercado de más de 270 millones de habitantes.

Las ventas argentinas a Brasil pasaron de 33 a 21 por ciento de sus exportaciones totales. Eso contribuyó a profundizar un proceso ya iniciado en Argentina, que afrontaba dificultades para mantener el ritmo de crecimiento que había sostenido hasta 1995-1996.

La creciente devaluación de la moneda brasileña, y el mantenimiento de la paridad cambiaria fija con el dólar en Argentina, fueron abriendo una brecha entre los dos socios, que comenzó a ser conflictiva cuando las mayoría de las inversiones externas en el bloque optaron por Brasil dada su rentabilidad.

Los peores momentos se vivieron a principios de 2000, cuando todos los días se informaba de empresas que anunciaban el cierre de una fábrica en Argentina y la apertura de otra en Brasil. Y es que las diferencias de costos eran muy grandes y no parecían responder a una plataforma integrada.

Producir un automóvil es hoy 25 por ciento más caro en Argentina que en Brasil.

Por todas estas razones, hubo también un tiempo para la crisis y las dudas sobre la continuidad de un proyecto estratégico que no debería estar tan atado a las marchas y contramarchas de cada nación, según recomendaba este mes el economista Roberto Frenkel, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.

Ni las nuevas medidas de Cavallo para afrontar la crisis argentina deberían incidir en ese proyecto estratégico.

Cavallo anunció que a fin de compensar la devaluación del real necesitaba bajar costos de producción. De esa manera, neutralizaría los efectos de la paridad fija que durante los últimos tres años provocó una merma de la producción y de las exportaciones, en beneficio de su socio-competidor, Brasil.

Las decisiones del nuevo ministro podrían significar una desaceleración mayor a la que ya se había apoderado del proceso, pero no implican desandar el camino recorrido sino reivindicar la necesidad de cada socio de crear las mejores condiciones para crecer y aumentar así el bienestar de todos. (FIN/IPS/mv/mj/ip if/01)

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