(Arte y Cultura) LITERATURA: La realidad imita a John Le Carré

La frontera entre literatura y realidad es, a veces, difusa. Mientras salía de la imprenta una novela del británico John Le Carré que describe una ola de muertes por intoxicación con medicamentos en Kenia, 11 niños perdían la vida en Nigeria por esa misma causa.

Los acontecimientos en Nigeria, donde varios niños siguen enfermos por ingerir medicamentos fabricados por Pfizer, una de las principales corporaciones farmacéuticas mundiales, fueron conocidos a comienzos de este año.

Poco después, mientras Pfizer procuraba limpiar su nombre, «The Constant Gardner», la última novela de Le Carré, salía a la venta. El episodio que narraba era similar al real. Pero en la ficción las muertes ocurrían en Kenia y la mayoría de las víctimas eran mujeres.

Le Carré, famoso por sus novelas de espionaje ambientadas en la guerra fría, llama la atención en su último libro sobre las compañías farmacéuticas que juegan con la vida de los habitantes de países pobres, mientras políticos y burócratas corruptos y funcionarios internacionales fingen ignorar el problema.

Le Carré, nacido en 1931 y cuyo verdadero nombre es David Cornwell, publicó su primera novela, «Call for the Death», tras un breve período como espía en el MI6, una de las ramas del servicio de inteligencia británico.

Ese libro marcó su carrera, pues daba vida al personaje de George Smiley, un jefe del servicio secreto que luego aparece en una sucesión de novelas como «The Spy Who Came From The Cold», «Tinker, Taylor, Soldier, Spy», «The Honorable Schoolboy», «The Moll» y «Smyley's People».

La guerra fría (1947-1991) y su pasaje por el MI6 le dieron conocimientos para desarrollar una temática recurrente: la traición del servicio exterior británico y de inteligencia y la inmoralidad de regímenes políticos donde los expedientes siempre triunfan sobre los principios.

Tras el fin de la guerra fría, Le Carré sigue encontrando material en la corrupción de gobiernos y corporaciones. «The Constant Gardner», su decimoctava novela, pone en cuestión a la industria farmacéutica que, según el escritor, pone las ganancias por encima de las personas y los principios.

«The Constant Gardner» narra la historia de Tessa Quayle, la bella y joven esposa de Justin Quayle, un burócrata de nivel medio y sin pretensiones que trabaja para el Alto Comisionado Británico en Kenia, con el telón de fondo de la corrupción con que se suele caracterizar al gobierno de Daniel Arap Moi.

La novela comienza con la muerte de Tessa. Mediante la retrospección, el relato descubre a una mujer nacida para ser una británica privilegiada, pero consumida por la pasión de hacer lo que considera correcto y justo. «Ella distinguió absolutamente entre el dolor observado y el dolor compartido», describe Le Carré.

Al advertir las frecuentes muertes de mujeres africanas víctimas de medicamentos que no fueron debidamente probados, Tessa se alía con Arnold Bluhm, un médico africano, para hallar pruebas que detengan a los mercaderes de la muerte.

Su deceso cambia la vida de su esposo, mucho mayor que ella, también «bien nacido y educado» por una larga sucesión de «niñeras, colegios privados y universidades».

«Justin estaba contento con la vida» antes de enterrar a su «asesinada esposa en un bello cementerio africano bajo un árbol de jacarandá, entre su hijo recién nacido Garth y un niño kikuyu de cinco años». Entonces, «su gran pasión era su jardín inglés en medio de Nairobi».

Sin embargo, luego abandona el servicio exterior británico, al que su padre llamaba «el negocio familiar», y los privilegios del entorno diplomático de Nairobi, para descubrir la verdad detrás de la «monstruosa injusticia» a la que Tessa había asistido y pretendía desenmascarar.

A través de la búsqueda de justicia de Justin, el autor lleva a sus lectores al perturbador mundo de la avidez corporativa y la traición humana. Se trata de un mundo donde la lealtad tiene su precio, el disenso es castigado y la moral es una conveniencia.

Cuando la pesquisa de Justin desata virus mortales que destruyen información acumulada por Tessa y compartida en una red de computadoras entre activistas humanitarios, su instructor informático de 12 años de edad le recuerda a qué cosas se enfrenta.

«Este no es un puñado de jóvenes socialmente inadaptados que se divierten. Gente muy enferma te ha hecho esto, debes creerme», le dijo.

Y como las mejores obras de suspenso de Le Carré, hay sombras y recovecos, así como sorpresas que quitan el aliento a medida que el relato viaja por continentes enteros.

Es una gran cabalgata que pasa por Africa, Gran Bretaña, Italia, Alemania, y Basilea, ciudad suiza «reducto de los tentáculos billonarios farmacéuticos», hasta Canadá y de vuelta a Africa con su inesperado desenlace en Lago Turkana, la cuna de la humanidad. Ese fue el sitio donde Tessa fue asesinada al inicio de la novela.

Algunos de sus críticos podrían preguntarse si las corporaciones en realidad llegan a esos extremos criminales para proteger sus patentes y ganancias. Pero Le Carré no tiene dudas.

En una nota que aparece al final de la novela, relata lo que descubrió durante su investigación para el libro. «A medida que avanzaba mi viaje por la jungla farmacéutica, me di cuenta que, comparado con la realidad, mi relato era tan banal como una postal». (FIN/IPS/tra-en/cr/da/ego/mj-aq/cr/01

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