(Arte y Cultura) CINE-PORTUGAL: Capitanes de abril, parteros de la democracia

Los capitanes que derrocaron la dictadura en Portugal el 25 de abril de 1974 subvirtieron la naturaleza del golpe de Estado, convirtiéndolo en instrumento de la democracia.

No asumieron el poder y tampoco fueron protagonistas en la construcción del nuevo régimen. Fueron simples parteros de la libertad, que abrieron las puertas para que Portugal ingresara por fin en el siglo XX después de 48 años de autoritarismo político y moral.

Así ve la historia la película «Capitanes de Abril», exhibida en Río de Janeiro hace una semana y dirigida por María Medeiros, actriz portuguesa conocida por su participación en películas estadounidenses como «Pulp Fiction», de Quentin Tarantino, que debuta como directora.

No se trata un documental o una reconstrucción que procura la fidelidad y precisión históricas. Esa coproducción franco- portuguesa utiliza elementos de ficción para hacer una obra que apunta a la emoción, aunque de acuerdo con el espíritu y los hechos decisivos del 25 de abril.

Medeiros eligió como eje de su versión a las acciones del capitán Maia, inspirado en uno de los jefes de la rebelión, a quien dedica una confesada admiración desde que vivió en la niñez los reflejos de la Revolución de los Claveles.

Es Maia quien subleva en la película a los soldados de su cuartel en la periferia de Lisboa en la madrugada del 25 de abril y los conduce, con tanques y vehículos blindados, a cercar los Palacios del poder encabezado por Marcelo Caetano, en el centro de la capital.

Cansados de matar o ver morir a sus amigos en las colonias africanas, los militares adhirieron en masa al Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) y la población salió a las calles para festejar la insurrección y el fin de la dictadura.

La película emplea tanto el humor como la tensión para realzar la ambivalencia de los capitanes, rebelados pero aún tratando de respetar la jerarquía militar, recurriendo a la fuerza pero rechazando la violencia.

Por eso, el golpe prácticamente no causó muertes, a excepción de los civiles abatidos por la policía política, que no aceptó rendirse.

Situaciones graciosas enfatizan esa ambigüedad. La columna de tanques golpistas interrumpió su avance, por ejemplo, a la espera de la luz verde en un cruce de calles.

El capitán Maia esperó la presencia del oficial de mayor rango, el general Antonio de Spínola, en el caso, para recibir la rendición del depuesto Caetano.

Pero el momento de mayor tensión ocurrió cuando los rebeldes se encuentran frente a frente con tanques leales al gobierno, en una avenida del centro de Lisboa. Maia quiere dialogar, pero el brigadier que comanda las tropas legalistas está decidido a enfrentarse con los rebeldes.

Pero sus órdenes de fuego contra el capitán desarmado no son obedecidas. La adhesión de los soldados a la Revolución de los Claveles sella la derrota de los generales, dispuestos a seguir con la guerra en Africa.

La imagen transmitida es de confusión y de escasa organización de los rebeldes, con alguna exageración concedida al objetivo de hacer reir y generar suspenso.

La absoluta obsesión de Maia y sus colegas por evitar muertes, especialmente de civiles, parece determinar que suban al poder algunos que, como Spínola, fueron cómplices durante décadas de la dictadura y de la política que mantuvo las colonias portuguesas a costa de baños de sangre.

La democracia y la justicia que querían los capitanes aparece relativizada por las circunstancias, pero la alegría del pueblo en las calles suena como una compensación más que suficiente.

Otro protagonista en el filme es el capitán Manuel, quien condujo la toma de una emisora de radio por la cual se difundieron los manifestos del MFA. La acción fue exitosa, pero estuvo varias veces amenazada por errores ridículos.

Dos historias de amor agregan ternura a la película. Una es del soldado a punto de ser enviado a la guerra contra independistas africanos.

La novia, de quien se había despedido en la víspera, lo encuentra en las calles y le deposita un clavel en el cañón de su fusil, un gesto que simbolizó la simbiosis entre pueblo y militares en el 25 de abril portugués.

La luna de miel comienza en las calles, protegida por la privacidad que permite el interior de un vehículo blindado.

El capitán Manuel, sin embargo, vive una historia opuesta. Casado con la mujer interpretada por la misma María Medeiros, tiene una encantadora hija de seis años, pero el matrimonio parece deshecho por su participación en las tropas de ocupación de las colonias africanas, con las matanzas que eso implica.

Su participación en el MFA lo rescata a los ojos de la mujer, pero al final él descubre que la perdió, enamorada de un estudiante preso y torturado por la policía política.

Los dos capitanes amigos, Maia y Manuel, casi son linchados por la población que por un momento los confunde con agentes de la policía política.

En esa escena final, la directora realzó su visión crítica de que los héroes del 25 de abril fueron pronto olvidados y echados al «basurero de la Historia», tal como previó otro militar más intelectualizado.

Más melancólico es el epílogo, con la información de que Manuel murió luego, sumido en la depresión y en el alcohol, y de que Maia también tuvo una muerte precoz, por una enfermedad no revelada. (FIN/IPS/mo/mj/ip cr/01

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