La política de Estados Unidos en el amplio arco que se extiende desde el este del mar Mediterráneo hasta los pasos montañosos del norte de Afganistán sufre una serie de embates, y la violencia de la última semana entre palestinos e israelíes es sólo un ejemplo.
Funcionarios de Washington esperan que los violentos choques producidos luego de la visita del líder opositor israelí Ariel Sharon a Jerusalén oriental (que los palestinos reclaman como su capital) pueda detenerse antes de que se esfume toda posibilidad de un acuerdo definitivo de paz.
La secretaria de Estado estadounidense, Madeleine Albright, preparaba este miércoles una reunión de emergencia en París con el presidente palestino Yasser Arafat y el primer ministro israelí Ehud Barak.
Los peores enfrentamientos palestino-israelíes en los últimos cuatro años dejaron hasta este miércoles al menos 58 muertos, en su mayoría palestinos, en Gaza, Cisjordania y ciudades árabes de Israel.
Pero esta no es la única preocupación de Washington en Medio Oriente.
Importantes violaciones al embargo económico que las Naciones Unidas impusieron a Iraq hace 10 años causan gran inquietud a los altos funcionarios de Washington, quienes advirtieron que los altos precios del petróleo ofrecen a Saddam Hussein un poder que no ha tenido desde la guerra del Golfo (1991).
A la vez, la administración de Bill Clinton está cada vez más frustrada porque Irán, donde los reformistas ganaron las elecciones a comienzos de este año, no respondió a una serie de ofrecimientos de Estados Unidos que hubieran podido acelerar la reaproximación entre ambos países.
«En realidad estamos bastante decepcionados», declaró un funcionario a IPS, y señaló que el cortejo de Washington a Teherán estaba destinado en parte a reimpulsar al gobierno iraní hacia su papel tradicional como freno contra Bagdad.
Mientras, los avances del movimiento fundamentalista islámico Talibán en Afganistán, entre crecientes señales de apoyo de Pakistán a ese grupo en territorio afgano y en otras partes de Asia central, también inquietan a Estados Unidos.
El grupo Talibán tomó Kabul por la fuerza en septiembre de 1996, y hasta hace pocos meses dominaba 90 por ciento del territorio afgano.
«¿Qué nos dice ese apoyo sobre la estrategia militar de Pakistán en la región?», preguntó un alto funcionario al diario Los Angeles Times esta semana.
En cierta forma, la situación que enfrenta Estados Unidos en Medio Oriente recuerda a la de hace 20 años, cuando los precios del petróleo se dispararon y la región parecía tan inestable que se la conocía como «el arco de la crisis».
Según la visión propia de la guerra fría de aquel tiempo, Rusia estaba «avanzando», habiendo invadido Afganistán y respaldado a sus aliados en Etiopía contra Somalia y Yemen del sur, en un supuesto intento por ganar una posición estratégica a lo largo del mar Rojo.
Occidente también consideraba que Moscú estaba exacerbando la tensión en Medio Oriente al ofrecer apoyo a Siria y la Organización para la Liberación de Palestina tras los acuerdos de paz de Camp David (1979) entre Israel y Egipto.
Al mismo tiempo, la Revolución Islámica en Irán, anteriormente el aliado más poderoso de Washington en el Golfo, se convirtió en una nueva amenaza en la región, que podía desestabilizar a Arabia Saudita y el resto del Golfo.
Por supuesto, muchas cosas han cambiado desde entonces, en su mayor parte para beneficio de Washington.
Con el colapso de la Unión Soviética, Estados Unidos se transformó en la potencia indiscutida en la región, respaldada por una presencia militar más o menos permanente en el Golfo (resultado de la guerra del Golfo) con la que Jimmy Carter sólo habría podido soñar durante su presidencia.
Además, aunque Estados Unidos es ahora más dependiente que en ese entonces del petróleo extranjero para satisfacer su demanda interna de energía, el petróleo de Medio Oriente representa actualmente una proporción menor de ese suministro.
El proceso de paz árabe-israelí patrocinado por Estados Unidos también realizó grandes avances desde los acuerdos de Camp David. Jordania e Israel firmaron un tratado de paz, e Israel puso fin este año a su presencia militar de 22 años en el sur de Líbano.
Para la mayoría de los analistas de Washington, a pesar de la violencia de la última semana, el acuerdo de paz entre israelíes y palestinos es apenas una cuestión de tiempo.
«Las partes han llegado demasiado lejos para volverse atrás ahora», dijo un funcionario del Departamento de Estado, confiado en la cercanía de un acuerdo de paz definitivo, posiblemente antes de que Bill Clinton abandone la presidencia, el próximo enero.
«Los últimos hechos muestran a la partes cuál es la alternativa a la paz, y no es nada buena», agregó.
Pero quienquiera que suceda a Clinton seguirá encontrando problemas en Medio Oriente.
Incluso si se alcanza un acuerdo de paz palestino-israelí antes de la partida de Clinton, su aplicación dependerá de la asignación legislativa de miles de millones de dólares (probablemente cerca de 18.000 millones) como compensación a Israel por la remoción de asentamientos judíos de territorios palestinos.
Los territorios ricos en petróleo del Golfo y Asia central también se ciernen ominosamente para el próximo gobierno.
Saddam Hussein, quien habrá sobrevivido a dos presidentes de Estados Unidos si permanece en el poder tras la partida de Clinton, sigue tan desafiante como siempre, dos años después de haber expulsado a los inspectores de armas de las Naciones Unidas.
Mientras los precios del petróleo alcanzaban el mes pasado su nivel máximo en 10 años, el presidente iraquí se propuso reflotar su protagonismo regional.
Así, primero acusó a Kuwait de robar petróleo de yacimientos iraquíes (la misma acusación formulada antes de invadir territorio kuwaití en 1990), y luego envió uno de sus aviones de guerra al espacio aéreo de Arabia Saudita, por primera vez en un decenio.
La mayor preocupación durante el último mes ha sido que Bagdad reduzca o incluso interrumpa su producción de petróleo para forzar una subida aun mayor de los precios, o bien que amenace con hacerlo para ganar influencia política u obtener concesiones. Actualmente, Iraq produce unos tres millones de barriles diarios.
Desde principios de septiembre, varios vecinos de Iraq, entre ellos Jordania, Siria y Yemen, reabrieron sus fronteras y sus embajadas en Bagdad, mientras Francia y Rusia permitieron vuelos a la capital iraquí por primera vez desde la guerra del Golfo.
La debilidad cada vez mayor del régimen de sanciones de las Naciones Unidas contra Iraq es una de las razones por las que Washington desea acelerar una reaproximación con Irán, enemigo tradicional de Bagdad en la región.
Los planificadores de la política exterior de Estados Unidos también visualizan una convergencia de intereses con Teherán en cuanto a la contención del movimiento Talibán en Afganistán.
Los avances de Talibán en el 10 por ciento de territorio afgano aún controlado por la opositora Alianza del Norte (respaldada por Rusia) y su apoyo junto con Pakistán a fuerzas rebeldes de Tajikistán, Uzbekistán y Kirguizstán también inquietan a Estados Unidos.
Altos funcionarios de Washington advirtieron que tal apoyo no sólo desestabilizará a gobiernos ya débiles, con los que Estados Unidos ha mantenido en general buenas relaciones, sino que aumentará su dependencia de Rusia para el mantenimiento de la seguridad.
El supuesto respaldo de Pakistán al régimen Talibán, que aún protege al militante saudí Osama bin Laden -acusado de la autoría intelectual de los atentados con bomba contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania en 1998-, fue uno de los principales temas de las conversaciones en Washington entre India y Estados Unidos, a fines de septiembre.
India, que acusa a Islamabad de respaldar a grupos rebeldes islámicos en el disputado estado indio de Cachemira, urgió a Washington a declarar a Pakistán «estado terrorista». (FIN/IPS/tra-en/jl/da/mlm/ip/00