La variedad de buenas películas dirigidas a públicos también diversos sobresale como la característica que puede consolidar el nuevo empuje del cine brasileño.
Eso se comprobó en el maratónico Festival Rio BR 2000, que incluyó una muestra de nuevas obras nacionales entre las 410 películas de todo el mundo exhibidas durante dos semanas, a partir del 6 de octubre, en Río de Janeiro.
Una muestra similar, que se desarrolla ahora en Sao Paulo, se prolongará hasta la próxima semana y abrirá a los aficionados un amplio panorama de la producción mundial, incluso con películas brasileñas que solo tendrá exhibición comercial dentro de algunos meses.
El público de Río eligió como mejor película de ficción a «Tainá, una aventura en Amazonia», que por eso recibió un premio de 105.000 dólares. Destinada al público juvenil, cuenta la historia de una niña indígena que combate el tráfico de animales desde los bosques amazónicos.
«El sueño de Rose, diez años después», de la periodista devenida cineasta Teté Moraes, muestra en imágenes y entrevistas el drama de los campesinos sin tierra en Brasil, y ganó el premio al mejor documental, dotado con 52.500 dólares.
La película muestra cómo viven ahora los campesinos que un decenio atrás fueron personajes de su primer largometraje, «Tierra para Rose», un registro sobre la lucha por la reforma agraria.
La protagonista es Rose, aunque físicamente ausente en esta segunda película. En la primera era líder de los «sin tierra» que vivían en un campamento en el sur de Brasil y promovía marchas en las carreteras y ciudades para reclamar su asentamiento en predios improductivos.
Rose, elegida como símbolo del sueño campesino de trabajar en un pedazo de tierra propia, fue muerta en una manifestación, atropellada por un vehículo en un supuesto accidente que pudo ocultar un atentado.
El premio servirá para promover la exhibición comercial del filme, anunció su directora, sorprendida por la acogida que obtuvo esta producción, una de las que atrajo más espectadores en la muestra de Río de Janeiro.
«El sueño de Rose», una obra militante que no oculta simpatías por el Movimiento de los Sin Tierra, tendrá, con seguridad, una carrera paralela en sesiones populares y actos en favor de la reforma agraria en Brasil.
Lo mismo se puede esperar de «Tainá», que, además del público infantil asegurado en las vacaciones de verano, podrá servir a la educación ambiental al apoyar la lucha contra el tráfico de animales salvajes, un negocio de 2.000 millones de dólares en Brasil, según cálculos expertos.
«Tainá», además, mencionar la cuestión indígena. Otra película que alude a este asunto, en particular la resistencia a la colonización portuguesa, es «Brava gente brasileña», presentada en los festivales de Río de Janeiro y Sao Paulo y antes aplaudida en una exhibición en Canadá.
Este filme narra un episodio histórico ocurrido en el centro- oeste de Brasil hace poco más de dos siglos, en que los indígenas exterminaron una guarnición de más de 50 soldados portugueses acuartelados en una fortaleza. El tema es el «choque cultural» entre dos civilizaciones, según la directora, Lucia Murat.
«Bicho de siete cabezas», de Lais Bodanzky, es otra obra de ficción que parte de un hecho real, la internación de un joven en un manicomio, obligado por el padre que lo sorprendió consumiendo marihuana.
Aquí se trata de criticar el terrible tratamiento a que son sometidas las personas diferentes, considerados locas o antisociales, en los hospitales psiquiátricos.
«Tolerancia» también es parte de esta nueva cosecha del cine brasileño. Producida en Porto Alegre, capital del estado de Río Grande del Sur, su director Carlos Gerbase pretendió hacer un balance de la generación del 60, revolucionaria en la juventud y hoy dueña de un cinismo que contrasta con sus viejos principios.
La nueva ola del cine brasileño rescata la importancia los documentales, respondiendo al anhelo general de conocer el país. Otras películas ahora conocidas son «2.000 nordestes», en que dos jóvenes directores revelan la diversidad de la región más pobre de Brasil, y «Senta a púa», sobre las fuerzas armadas nacionales.
Además de la variedad de temas, la producción también se descentralizó. Hay películas hechas en varios estados brasileños, contrastando con el monopolio anterior de Río de Janeiro y Sao Paulo.
El poder central y varios gobiernos estaduales reconocieron la importancia de desarrollar el cine en el país, y por eso concedieron incentivos a la producción.
Brasil produce actualmente cerca de 25 largometrajes al año, que logran atraer nueve por ciento del total de espectadores nacionales. La meta es elevar esas cifras a 60 y 20 por ciento, respectivamente, declaró José Alvaro Moisés, a cargo de cuestiones audiovisuales en el Ministerio de Cultura.
El objetivo es demasiado tímido, se lamentó Luiz Carlos Barreto, el principal productor en el país, al recordar que en los años 70 el cine nacional alcanzó una participación de 35 por ciento en la taquila. (FIN/IPS/mo/mj/cr/00