AGRICULTURA: Brecha tecnológica se reduce con ejemplo de Brasil

El ejemplo de Brasil muestra que las exigencias de la agricultura, enfrentada a plagas y a la competencia internacional, puede llevar a los países en desarrollo a reducir la brecha tecnológica que los separa del mundo industrializado.

Científicos brasileños sorprendieron al mundo este año al descifrar el genoma de una bacteria que amenaza la producción de cítricos y al avanzar en otras investigaciones genéticas de punta, superando a grandes potencias científicas a excepción de Estados Unidos.

El programa incluye un proyecto que identifica genes del cáncer humano más rápidamente que en los países industrializados, pero el foco central son las necesidades agrícolas. Varios microorganismos dañinos son objeto de la investigación genética, coordinada y fomentada por la Fundación de Amparo a la Investigación de Sao Paulo (Fapesp).

La primera bacteria cuyos genes se escudriñaron fue la Xilella fastidiosa, que provocó el año pasado pérdidas estimadas en 130 millones de dólares por la Fundación de Defensa de la Citricultura (Fundecitrus).

A esa primera hazaña del Programa Genoma de Fapesp siguieron investigaciones similares sobre otras bacterias, entre las cuales una que provoca una enfermedad tradicional de los naranjales, el cancro cítrico, y otra que ataca a la caña de azúcar.

Además, los genes del hongo de la escoba-de-bruja, que arruinó la producción de cacao en Brasil, y de la misma caña de azúcar, están siendo estudiados por centenares de científicos organizados en redes de laboratorios instalados en universidades u hospitales.

Esta es la parte más novedosa del esfuerzo que exige la agricultura y se inserta en lo que muchos científicos consideran determinante en el próximo siglo, las ciencias de la vida, sucediendo a lo que representó la física en el pasado.

La actividad agrícola moviliza desde hace mucho tiempo una gran cantidad de conocimiento y tecnologías que discrepan de la idea sugerida por el sector primario, de escaso valor agregado.

Brasil se convirtió en el segundo productor mundial de soja, competitivo pese a un clima y suelo considerados antes inadecuados, gracias al desarrollo de variedades propias y, sobre todo, a un aporte singular de la microbióloga Johanna Dobereiner.

Dobereiner, una inmigrante de la antigua Checoslovaquia que adoptó la ciudadanía brasileña en 1956, descubrió hace más de 30 años una bacteria que fija nitrógeno en el suelo: la Azotobacter paspali.

Inoculada en la soja, la esta bacteria eliminó la necesidad de fertilizantes nitrogenados, permitiendo al país un ahorro estimado en más de 30.000 millones de dólares hasta ahora.

El mismo principio se aplicó a la caña de azúcar, favoreciendo al medio ambiente por la mayor producción de alcohol carburante en sustitución a derivados de petróleo y por reducir en la misma siembra gases que calientan la tierra.

Dobereiner murió el 5 de octubre, a los 75 años, tras trabajar durante décadas en el Centro Nacional de Agrobiología, cerca de Río de Janeiro. En 1996 fue nominada para el Premio Nobel de Química, pero no obtuvo ese reconocimiento, quizás por dedicarse a un sector como la agricultura en un país no industrializado.

Antes de convertirse en el mayor exportador mundial de jugo de naranja, Brasil debió superar muchos obstáculos. En los años 30 y 40 perdió 80 por ciento de sus naranjales debido a una enfermedad denominada «tristeza», diseminada por un virus que no se logró combatir, recordó Antonio Juliano Ayres, gerente científico de Fundecitrus.

Los árboles sobrevivientes ofrecieron pistas para la producción de variedades más resistentes y de una «vacuna natural», el virus debilitado, comentó Ayres.

La citricultura brasileña, que creció y se hizo exportadora a partir de los años 60, es sinónimo de una batalla diaria contra las plagas. Además del canco cítrico y el «amarelinho» provocado por la Xilella fastidiosa, Fundecitrus identifica 12 amenazas que «en condiciones favorables pueden causar daños irreversibles».

Además, señala 10 insectos, bacterias y hongos que amenazan la fruticultura nacional, algunos de los cuales ya están presentes en países amazónicos.

La Xilella fastidiosa, de origen desconocido, apareció en 1987 en el estado de Sao Paulo, el mayor productor de naranjas de Brasil. Ya se desarrolló un manejo que permite convivir con la plaga, pero a costos elevados, señaló Ayres.

Por eso ahora se trata de conocer las funciones de los genes de la bacteria, para poder desarrollar naranjales más resistentes y actuar directamente en la Xilella, modificándola para que deje de ser patógena, por ejemplo, o para que mate al insecto que la transmite, explicó el experto.

Pero una solución definitiva sólo se obtiene a largo plazo, «nunca menos de cinco años», añadió.

Para la caña de azúcar, de la que Brasil es también el mayor productor mundial, las perspectivas son más amplias, porque se está descifrando el genoma de la planta, además de una bacteria que le causa daño.

Esta es la mayor investigación en genética vegetal, ya que se estima que la caña tiene unos 50.000 genes, observó William Burnquist, gerente de Fitotecnia del Centro de Tecnología de Coopersucar, una cooperativa de centrales azucareras.

El proyecto de descifrar el código genético debe concluir a fines del año próximo. El conocimiento posterior sobre el funcionamiento de los genes permitirá modificaciones que podrán acelerar el metabolismo de la caña, aumentar el tenor de azúcar y la resistencia a enfermedades, ejemplificó Burnquist.

El azúcar brasileño puede hacerse aún más competitiva, pero la caña tiene un futuro estratégico como fuente renovable de un combustible, el alcohol, que gana importancia ante cada gran aumento del precio del petróleo, como el ocurrido en el último año. (FIN/IPS/mo/ag/dv sc/00

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