Argentina recibió en los últimos años a una mayoría de mujeres de Bolivia, Paraguay y Perú, que se insertan casi siempre en el servicio doméstico, aun cuando un gran número de ellas tiene estudios terciarios.
Estas son algunas de las conclusiones de dos investigaciones promovidas por el Servicio Ecuménico de Apoyo a los Inmigrantes y Refugiados, que funciona en Buenos Aires y tiene entre sus prioridades institucionales atender a las mujeres que hoy ocupan el lugar de cabeza de familia en el proceso migratorio.
"Las mujeres son la mitad de los migranres en el mundo y son mayoría entre los migrantes hacia Argentina, pero hay muy pocos estudios específicos sobre ellas", dijo a IPS Violeta Correa, coordinadora del Servicio y coautora del estudio "Mujeres Inmigrantes en la Ciudad de Buenos Aires".
Las migrantes siguen teniendo escasa visibilidad y, cuando se las cuantifica, se lo hace en su condición de "personas a cargo" o "desplazadas pasivas", pese a que en el caso de Bolivia, Paraguay y Perú son mayoritariamente mujeres solas que se trasladan en busca de mejorar sus ingresos, acotó.
En Paraguay o Bolivia, una empleada doméstica cobra entre 20 y 40 dólares al mes. En cambio en Argentina -donde el costo de vida también es mayor-, los sueldos rondan los 500 dólares al mes y existe la posibilidad de emplearse como residente en casas de familia, lo que permite ahorrar gastos de vivienda y comida.
El caso de los migrantes peruanos tiene dos etapas, según la socióloga María Ines Pacceca, que se dedicó a estudiar su caso específico. La primera, de profesionales que vinieron a capacitarse (1960-90), en su mayoría hombres, y a partir de fines de los 80 la de migrantes económicos, en su mayoría mujeres.
El estudio de Pacceca "Inmigrantes Peruanos en el Area Metropolitana", promovido por el mismo Servicio, señala que la hiperinflación en Perú, el alto desempleo y la precarización laboral expulsaron a numerosas mujeres en los años 90.
El 53 por ciento de los migrantes peruanos en Argentina son mujeres y, de ellas, el 79 por ciento son solteras.
El estudio de Correa revela que de 180 mujeres migrantes entrevistadas de los tres países de origen, 53 por ciento son solteras, 60 por ciento tienen hijos -aunque sólo un tercio reside con ellas- y 59 por ciento tiene estudios terciarios.
No obstante esta alta calificación, 68 por ciento trabaja en el servicio doméstico, donde la demanda se mantiene a pesar de las escasas oportunidades de trabajo que hoy existen en Argentina. Además, el mayor nivel de instrucción les otorga mayores posibilidades frente a las nativas.
"La migración se feminizó y al cambiar la tendencia -que hasta los 60 era eminentemente masculina-, se deben también revisar los supuestos que naturalizan los roles. Hasta ese momento, ellas nunca eran cabezas de un movimiento migratorio, pero ahora sí lo son y en gran medida", según el estudio de Correa.
Esa mayor visibilidad que se pretende dar al tema específico de las migrantes permite conocer algunos de los padecimientos de estas mujeres que se deciden a abandonar su lugar de origen en principio para "probar suerte", y luego quedan a mitad de camino en un proceso con muchas idas y vueltas.
Para Correa, el empleo doméstico tiene la ventaja de ser fácil, no requerir experiencia y resolver el problema de la vivienda, e incluso para las más jóvenes puede ser un destino seguro. Pero como contracara, no facilita la movilidad laboral, al no permitir la capacitación para un puesto mejor.
De esta manera, los estudios de Correa y Pacceca coinciden en demostrar que la migración "devalúa" la formación de las mujeres que suelen estar sobrecalificadas para los trabajos que realizan.
Además del servicio doméstico, algunas trabajan en talleres textiles, en la venta ambulante (bolivianas), como enfermeras o en servicios personales como el cuidado de niños o ancianos, en casas particulares o en geriátricos.
Una de las mujeres entrevistadas por Correa nació en 1971 y sólo le faltaba la tesis para concluir la carrera de Derecho. Decidió entonces trabajar en Argentina para ahorrar el dinero para los materiales, se empleó como doméstica en 1996 y aún no terminó su carrera.
El mismo caso se repite con mujeres que llegaron a ser técnicas de laboratorio o profesoras, y trabajan como domésticas o en pequeños talleres textiles.
Las dos investigaciones señalan que, a diferencia de la migración europea que llegó a Argentina en forma masiva a fines del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, los migrantes de los países limítrofes y de Perú que llegan al país no tienen casi perspectivas de movilidad laboral y social ascendente.
Una de las razones de la diferencia que da Pacceca es que los europeos llegaron en un momento mayor prosperidad en Argentina, pero además -suponen que por la gran distancia- cortaron lazos y no acumularon dinero para enviar a su lugar de origen sino que construían su proyecto en el país residente.
En este sentido, como las distancias con sus países son más cortas, los migrantes latinoamericanos en general, y en particular las mujeres, siempre tienen la ilusión de ahorrar, enviar el sobrante para educar a los hijos o para construir una casa, y volver a su país de origen.
Lo cierto es que casi ninguno obtiene éxito en esa empresa. Como expresan las mujeres en las entrevistas, las condiciones son muy duras, un breve tiempo de desocupadas y los ahorros se esfuman, los gastos de vivienda son muy altos y se necesita un tiempo para amortizar los fuertes gastos de documentación.
Pese a eso, las investigadoras llegaron a la conclusión de que las mujeres migrantes son muy "confiables" a la hora de enviar las remesas, y lo relacionaron con el vínculo con los hijos. Las que dejaron a sus niños con los abuelos sufren por no tenerlos con ellas.
"Siempre pienso en traermela", dijo a IPS Ana Gutierrez, una peruana de 36 años que desde hace cinco trabaja en Argentina como doméstica y emprendió viaje sola cuando se separó y vio que su ex marido no aportaba al sustento de su hija.
Como algo natural, la mujer visita a la niña una vez por año. En su cuarto hay señales de un vínculo que, no obstante la distancia, no se rompe: las fotos de la niña a medida que va creciendo se encuentran en su mesa de luz rodeada de estampas religiosas, en una suerte de altar improvisado.
"Todas las semanas la llamo para ver como está. La mando a una escuela privada que es mejor que la pública. A veces mi madre me dice que estuvo mi ex marido para llevársela, pero antes de venirme hice todos los trámites ante el juez para que él no pueda llevársela a vivir con él sin mi consentimiento", añadió.
"Muchas veces pienso en traerla. Mi madre me dice: 'Ana, la niña ya tiene siete años y tiene que estar contigo que sos su madre', pero yo le digo que esperemos dos años a ver si me asiento un poco", expresó.
Ana tiene ahora un novio boliviano y cree que si se estabiliza la pareja, podría reunirse con su hija en Argentina. Entretanto, la ve sólo 15 días al año.
Su empleadora dice que es tan cariñosa con sus hijos que a veces no puede creer que haya dejado a la suya. "Pero claro, ella considera que está haciendo por la niña lo mejor que una madre puede hacer por ella: trabajar", afirmó. (FIN/IPS/mv/ag/pr/00