Venezuela, el país petrolero por antonomasia de América Latina, siempre tuvo el alma escindida frente al «oro negro». Lo ha visto como gracia o maldición, pero ya ha renunciado a la esperanza de una racha de altos precios que le produzca bienestar y desarrollo.
Crudos marcadores como el Brent del mar del Norte llevan semanas por encima de 32 dólares el barril de 159 litros, la cesta de siete crudos de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) se mantiene hace 15 días sobre la banda de 28 dólares y el «cóctel» venezolano, más denso, se vende sobre los 25 dólares.
Venezuela obtuvo en el primer semestre de este año por exportaciones petroleras 13.254 millones de dólares, más del doble de los 6.385 millones que ingresó en el mismo período de 1999.
Y puede lograr al cabo del año entre 22.000 y 24.000 millones de dólares, aunque la OPEP resuelva empujar los precios a la baja mediante el aumento de la producción.
Los miembros de la organización ya ofrecen al mercado mundial 26 millones de barriles de petróleo por día, y en una semana podrían agregar 500.000 barriles a ese volumen. Los ministros de energía de la OPEP se reunirán este domingo en Viena, para discutir la situación del mercado y propuestas de incremento de su oferta.
Los ingresos obtenidos por Venezuela y los que aguarda marcan un récord desde que la invasión de Iraq a Kuwait en 1990 llevó los precios al alza.
Se trata de una culminación exitosa de la política de respeto a las cuotas de la OPEP seguida por el presidente Hugo Chávez, frente a la violación reiterada de su predecesor Rafael Caldera (1994-1999). Pero ha sido un impulso escaso y difuso para el desarrollo.
En primer lugar, por la estructura de distribución de esos ingresos. Un tercio, aproximadamente, cubre los gastos de producción. Otro tercio va a ganancias y reservas de la compañía estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA). Sólo un tercio queda, y comprometido para ciertos fondos, en manos del gobierno.
Y la tentación es grande para inyectar ese tercio en el gasto corriente. Pero semejante inyección puede distorsionar el presupuesto público, como ocurrió varias veces desde el primer «boom» petrolero, de fines de 1973, cuando los precios se multiplicaron por cuatro.
La contratación adicional de obras y de personal y el aumento de los salarios en momentos de bonanza petrolera crean cuellos de botella financieros cuando, siguiendo un movimiento cíclico, los precios caen. Surgen entonces conflictos laborales y tensión social y el gobierno pierde margen de maniobra.
Hasta ahora, la distinción entre programas temporales y permanentes a los que se aplican los ingresos petroleros ha sido nula para la población y para las autoridades municipales y regionales, base de la pirámide del Estado.
Además, «la estrategia de precios altos causa distorsiones en la economía no petrolera, como la sobrevaluación», advirtió Andrés Sosa, ex presidente de PDVSA.
Sosa es partidario de que Venezuela siga una estrategia de volúmenes, es decir, obtener ingresos por la vía de abastecer más a más clientes, en vez de cargar a los que tiene con los precios.
Plena de reservas en dólares, Venezuela tiende en tiempos de buenos precios petroleros a mantener sobrevaluado el bolívar, y eso perjudica la competitividad de los rubros de exportación no tradicional.
Se calcula que el cambio actual, de 690 bolívares por dólar, tiene un atraso de 30 por ciento. Es decir, el precio del dólar tendría que ser casi un tercio superior, para mejorar la competitividad de las exportaciones no tradicionales.
Si estas consecuencias son adversas por la estructura ineficaz de un Estado para promover y repartir riquezas, los precios altos por un período prolongado han causado otro problema, que escapa al control no sólo de Venezuela, sino del conjunto de los exportadores de petróleo del Sur en desarrollo.
«Los precios muy elevados hacen que la demanda petrolera disminuya y estimula la aparición de nueva producción. Ambos factores presionan los precios a la baja. No olvidemos el colapso de 1986, que volverá a ocurrir si no hay una política atinada en la OPEP», señaló el ex ministro venezolano de Energía Humberto Calderón.
Frente a un panorama de precios altos durante un periodo prolongado, los países importadores no sólo reducen su demanda y estimulan la producción de pozos hasta entonces cerrados en, por ejemplo, Texas o el mar del Norte. También buscan nuevos proveedores y nuevas fuentes de energía y desarrollan tecnologías para disminuir el consumo de combustible.
El jeque Ahmed Zaki Yamani, ex ministro de Petróleo de Arabia Saudita, ha sido lapidario. «La OPEP tiene poca memoria. Pagará un alto precio por no actuar en 1999 para controlar los precios del crudo. Ahora es demasiado tarde», dijo, pues los valores caerán por un largo período a partir de 2001, según sus cálculos.
«La edad de piedra terminó, no por falta de piedras, y la era del petróleo terminará, y no por falta de crudo», sentenció Yamani.
«Como productor con grandes reservas, (a Venezuela) le conviene una política que defienda el ingreso, lo que es el resultado de combinar precios y volúmenes. Tenemos una economía débil y dependiente. Una caída de precios sería muy dañina, y necesitamos una política moderada», destacó Calderón.
Chávez, sin embargo, se orienta a sostener precios del petróleo por encima de 20 dólares el barril para Venezuela, y de alrededor de 25 para la canasta de la OPEP.
«Ahora nos llaman, preocupados», dijo Chávez, en alusión a los países del Norte. «Cuando el barril se vendía a ocho dólares, nadie nos llamaba».
Si en la superficie Venezuela, como otros exportadores, vive dilemas de precios e ingresos, en el fondo vibra un drama cultural y social que muestra una relación de amor y odio con el petróleo. «Durante 100 años hemos vendido petróleo -señaló Chávez- y tenemos 80 por ciento de pobres».
Otro ex presidente de PDVSA, Luis Giusti, propone una nueva relación sociedad-petróleo, al estilo de «una revolución cultural».
«Los venezolanos siempre hemos visto el petróleo como algo ajeno y necesitamos verlo como algo nuestro, de todos los días, asumir sin prejuicios que somos petroleros y que de ese recurso seremos capaces de construir riqueza», declaró.
Giusti condujo al frente de PDVSA (1994-1999) una acelerada apertura de la industria petrolera a capitales privados, mediante contratos en campos marginales y asociaciones para producción en áreas costosas.
La explotación comercial del petróleo venezolano comenzó en 1914, a cargo de compañías multinacionales que durante décadas pusieron todas las reglas del juego, mientras el país estaba sumido en el atraso económico y el analfabetismo y dominado por férreas dictaduras.
En 1936, durante un despertar democrático, el escritor Arturo Uslar Pietri lanzó la consigna de «sembrar el petróleo», entendida como conversión de su renta en recursos para desarrollar la agricultura y la industria. Los intelectuales venezolanos coinciden en que jamás se implementó semejante programa.
La actividad petrolera acompañó la acelerada y caótica radicación en ciudades de la mayoría de la población, y el crecimiento de un Estado que durante décadas ha sido rentista, salpicando con el ingreso petrolero a casi todos los grupos sociales.
Los conflictos de la última década se explican parcialmente porque la renta petrolera ya no alcanza para repartir un poco a todos. El deterioro de los indicadores sociales desde hace 20 años muestra que ya no es posible esperar milagros de un súbito ingreso petrolero.
Al reelegido presidente Chávez casi no se le exige que actúe en relación directa con el incrementado ingreso petrolero. Y, en lo interno, lo más visible, la ventaja última, es el combustible barato. Un litro de gasolina se vende al público por unos 10 centavos de dólar. (FIN/IPS/jz/ff/en dv/00