Muchas de las reclusas en la Cárcel Central de Mujeres de Bangkok sobrellevan la vida en prisión formando familias que recrean los vínculos sentimentales dejados afuera.
«Lo que la gente pierde, si no tiene cuidado, al estar en la cárcel es la dignidad. Sin la actitud adecuada entre las autoridades y los presos, estos seguirán sufriendo problemas psicológicos y mentales», dijo Saipin Suputtamongkol.
Saipin ha estudiado los mecanismos que tienen las presas de la Cárcel Central de Mujeres de Bangkok para soportar su situación.
Descubrió que hay muchas formas de «resistir contra el régimen carcelario», pero resaltó que una de las más notables es la formación de «familias» que incluso tienen sus propios «casas» en espacios delimitados dentro de la prisión.
Según Saipin, cuyo estudio corresponde a su tesis de maestría para el Departamento de Antropología Social de la Universidad Thammasat de Bangkok, estas «casas» y «familias» son el intento de las presas de recrear las relaciones que tenían en el exterior y que les permiten llevar una vida «normal».
Como en otras sociedades asiáticas, las familias tailandesas son especialmente unidas. Pero en la cárcel de mujeres, a cada presa se le permite sólo una visita de 20 minutos por semana. Las reclusas pueden enviar sólo una carta de 15 líneas semanalmente.
Escribir sobre las condiciones de vida en la cárcel está prohibido y las cartas pasan por la censura de las autoridades antes de ser enviadas.
Saipin señala que durante la hora del almuerzo pedazos de tela y de plástico son distribuidos cuidadosamente en el piso de la cárcel para delimitar el espacio de cada «familia». Las integrantes de éstas no sólo comparten el espacio, sino también recursos materiales como alimentos y dinero.
La investigadora también menciona la experiencia de Apiradee, quien adquirió una nueva pareja de «padres» en la cárcel.
Saipin dice que la «madre» de Apiradee es una presa que prepara la comida de la «familia» y se encarga de otras labores domésticas. El «padre» es una reclusa de cabello corto que se dedica a las tarea pesadas.
Las relaciones homosexuales no son raras, como lo confirman las mismas presas, pero más que nada, la formación de las «familias» les permite a las mujeres contar con apoyo emocional.
«Aquí es un mundo de apariencia. Todas extrañamos nuestras casas así que creamos algo para remplazarlas», le dijo Apiradee a Saipin.
Las reclusas en la Cárcel Central de Mujeres también deben lidiar con la escasez de recursos y con la depresión por la incertidumbre sobre el futuro.
Cerca de 70 por ciento de las presas son pequeñas narcotraficantes y consumidoras de drogas ilegales. La pena mínima por este tipo de delitos en Tailandia son dos años de cárcel. La máxima es la pena capital.
También hay mujeres que cumplen pena por asesinato y otros crímenes en la cárcel de Bangkok.
La cárcel tiene capacidad para 1.500 presas pero, en el momento del estudio de Saipin a fines del año pasado, estaba poblada por más de 5.000 mujeres.
En consecuencia, «había gran tensión allí. Se producían peleas físicas de vez en cuando», relata.
La vida en prisión es más insoportable para aquellas con necesidades especiales, como las fieles de religiones que las obligan a no ingerir ciertas comidas.
Por ejemplo, las musulmanas decidieron que sólo comeran huevos y pescado en lata luego de que no lograron convencer a las autoridades que no incluyan cerdo en sus dietas.
Saipin indicó que es importante para las presas adaptarse a las demás para poder sobrevivir a la vida detrás de las reajas. «Las presas deben dejar atrás su identidad y hacer lo mismo que las demás, por esa razón, algunas con necesidades especiales tienen problemas», explicó.
No obstante, algunas optan por un camino distinto al resto.
Por ejemplo, Kaew cumplió 25 años por un delito de narcotráfico que asegura no cometió. En lugar de perder el tiempo, estudió derecho a través de una universidad abierta y se recibió de abogada mientras estaba en la cárcel.
Entonces se dedicó a defender a sus compañeras y en muchos casos, logró la libertad anticipada.
Sin embargo, Saipin señala que a aquellas presas que deseen estudiar les esperan muchos obstáculos, sobre todo por la actitud de las autoridades hacia ellas.
«Las autoridades no fomentan el estudio del derecho o la ciencia política, sino de cosas como economía doméstica», explicó. (FIN/IPS/tra-en/pd/ccb/js/aq/hd/00