La gente del sur de Sudán no conoce la paz desde la independencia nacional en 1956, pero sus problemas se agravaron con el estallido de la guerra civil en 1983, luego que el gobierno militar impuso la Sharia (ley islámica) en todo el país.
Los sudaneses del sur, en su mayoría cristianos animistas, viven con miedo constante, siempre aguzando el oído para captar el ruido de algún avión de fabricación rusa Antonov, señal de un inminente bombardeo.
Los aviones son usados frecuentemente por el gobierno islámico de Jartum para arrojar bombas en áreas controladas por el Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA), los rebeldes que luchan por la autodeterminación del sur.
Cuando los aviones gubernamentales no bombardean sus hogares, iglesias y escuelas, milicias armadas árabes a caballo siembran el terror en las aldeas asesinando hombres, violando mujeres y robándoles animales domésticos.
En el conflicto sudanés, todas las reglas bélicas conocidas son constantemente violadas, y más de dos millones de civiles han perecido directamente por acciones militares o por el hambre, provocada por la guerra.
La esperanza de los refugiados sudaneses de volver a sus hogares ha dado lugar a la desesperación. La mayoría está convencida de que el mundo ha cerrado los ojos al conflicto, que ya asumió proporciones de genocidio.
El genocidio es definido como el exterminio deliberado de una nación o grupo étnico, y las violaciones de derechos humanos perpetradas en el sur de este país africano se ajustan a esa definición.
La guerra de Sudán ha sido comparada al conflicto étnico de los Balcanes, donde la comunidad internacional sí actuó con presteza.
Pero el conflicto civil de Sudán sigue siendo el menos cubierto por la prensa internacional.
"Quedamos abandonados a nuestra propia suerte hace mucho tiempo. Sabemos que fuimos sacrificados por conveniencias históricas", lamentó Thomas Taban, un exiliado sudanés en Nairobi.
"Los asesinatos sistemáticos y la eliminación organizada de gente son cosas que conocemos desde nuestra infancia, solo que ahora algunos tienen la desfachatez de arrojar bombas desde el aire impunemente", agregó.
Taban acusó específicamente a Gran Bretaña, la antigua potencia colonial en Sudán, que se desinteresó del conflicto si bien es directamente responsable por haber creado la división entre el norte y el sur.
"Gran Bretaña no habla de Sudán aunque sabe lo que se hizo allí. Trató el norte y el sur como dos países separados y de repente los juntó", dijo.
Algunos observadores independientes están convencidos de que el régimen militar de Jartum, además de combatir a los insurgentes, está aplicando una política de genocidio.
Tom Osanjo, un periodista de Kenia, viajó el año pasado por el sur de Sudán y describió lo que allí ocurre.
Además de arrojar bombas, relató, los aviones deliberadamente envenenan recursos de agua potable, de los cuales dependen las aldeas para su uso doméstico. "Cuando ven un estanque desde lo alto, arrojan sustancias químicas para inutilizarlo", contó a IPS.
Jartum también prohíbe con frecuencia los vuelos al sur con ayuda humanitaria, lo cual causó varias tragedias humanas en la región.
El año pasado, el SPLA alertó que Jartum estaba usando armas químicas en algunas poblaciones bajo control rebelde en el sur, una advertencia que fue desoída y considerada una falsa alarma por la comunidad internacional.
La oficina humanitaria de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Nairobi, que envió un equipo de expertos al sur, desestimó las denuncias a pesar de informes sobre numerosas disfunciones respiratorias y muertes por inhalación de sustancias tóxicas.
"A cualquiera que haya observado escenas de bombardeos por televisión le resulta muy difícil no simpatizar con el SPLA", declaró Charles Omondi, miembro del grupo de Información Católica de Sudán, con sede en Nairobi.
"Gente de buena voluntad, presa de la frustración, se pregunta por qué la comunidad internacional no ayuda a los rebeldes para que adquieran mísiles antiaéreos y se defiendan", dijo.
Los bombardeos áereos se intensificaron últimamente y tomaron de blanco a centros de asistencia, instalaciones y aviones pertenecientes a agencias humanitarias.
Los ataques recrudecieron tras el anuncio del gobierno de que todas las operaciones de ayuda al sur debían realizarse desde la capital, en vez de su normal base de operaciones en el norte de Kenia, de acuerdo con el pacto tripartito firmado con la ONU en 1989.
Las organizaciones no gubernamentales (ONG) que operan agrupadas en la Operación Salvavidas Sudán, de la ONU, protestaron contra los ataques.
El SPLA afirmó que los bombardeos a centros de asistencia y las frecuentes prohibiciones de los vuelos son parte de la campaña genocida del hombre fuerte de Jartum, Omar Al-Bashir, para que se marchen los operadores humanitarios y el sur quede sumergido en la hambruna.
"Esos actos terroristas están destinados a obstaculizar operaciones humanitarias en el Nuevo Sudán, y generar hambre e inanición como parte de la estrategia bélica", sostuvo el SPLA en un comunicado.
"No toleraremos el empleo de los víveres como arma de guerra contra la población civil", advirtió Samson Kwaje, un vocero del SPLA en Nairobi.
"Al usar la inanición como arma, el gobierno ha declarado la guerra contra la población civil y no contra el SPLA", dijo.
Agregó que "el general Bashir debería saber que no hay guerra entre su régimen y las ONG. La contienda es entre el Frente Nacional Islámico y el SPLA".
Una iniciativa regional para resolver el conflicto bajo la Autoridad Intergubernamental de Sequías (IGAD), el organismo mediador, se frustró por el nuevo interés del gobierno islámico en una iniciativa de mediación de aliados árabes, Egipto y Libia.
Jartum ya expresó abiertamente su desconformidad con la IGAD por considerar que el organismo regional no es suficientemente neutral.
"Jartum se ha mostrado particularmente evasivo en cuanto a separar estado y religión, aunque resulta evidente que esa es la clave para poner fin a la parálisis de las negociaciones de paz", dijo Omondi. (FIN/IPS/tra-en/ja/sm/ego-mlm/ip-hd/00