Singapur alcanzó en solo tres décadas un nivel de desarrollo económico que a las potencias europeas les llevó dos siglos lograr, pero a la vez produjo quizá la generación más materialista y clasista de toda Asia.
Ahora, esos valores son cuestionados desde dentro de esta ciudad-estado del sudeste asiático, con más de cuatro millones de habitantes.
Los debates sobre temas sociales en la prensa local se han vuelto mucho más comunes que en el pasado, e incluso cuentan con la participación de líderes políticos.
Muchos de los discursos de los ministros en el trigésimoquinto día de la independencia, el miércoles 9, tocaron cuestiones sociales.
La mayoría se refirieron a la preservación de la integridad nacional ante la brecha de ingresos y otros desafíos que enfrenta Singapur en la era de la globalización.
"Queramos o no, todos los singapurenses competimos contra el resto del mundo", declaró el primer ministro Goh Chok Tong.
A principios de mes, el viceprimer ministro Lee Hsien Loong, hijo del fundador del Singapur moderno, Lee Kuan Yew, inició un debate sobre los valores sociales al señalar que los singapurenses deben cambiar su actitud y respetar a los trabajadores sin importar cuál sea su trabajo.
Aunque muchas empresas crearon nuevos empleos este año, también despidieron a muchos empleados, observó Lee.
Los trabajadores despedidos, en general mayores de 50 años, tienen dificultades para encontrar nuevo empleo, dada la demanda de especialización en áreas como la tecnología de la información.
"No todos los obreros despedidos de una planta electrónica pueden aprender a trabajar en una fábrica de obleas, pero se rehúsan a convertirse en barrenderos o limpiadores, aunque ese trabajo se paga bien y es algo que pueden hacer", comentó el primer ministro.
Los trabajos manuales no especializados en general son realizados por inmigrantes procedentes de Bangladesh, India o Tailandia, que constituyen un cuarto de la población.
En respuesta a las críticas al gobierno por no reducir la brecha de ingresos, el ministro del Interior Wong Kan Seng señaló que la desigualdad económica "nunca fue erradicada por ningún gobierno del mundo".
La mejor solución, agregó, consiste en que el gobierno y la comunidad cooperen para proteger a los excluidos y asegurar que los mejores sean recompensados por sus esfuerzos.
El riesgo político del descontento popular decidió al Partido de la Acción Popular, en el gobierno desde el nacimiento de Singapur en 1965, a promover el debate público sobre los valores sociales.
En los últimos meses hubo numerosos seminarios y conferencias sobre temas sociales organizados por gabinetes de estrategia como el Instituto de Estudios Políticos, y el gobierno también mantuvo conversaciones a puertas cerradas con grupos comunitarios, en sesiones llamadas "unidades de retroalimentación".
Todas estas reuniones contaron con una importante asistencia del público y concitaron gran interés, al igual que grupos de discusión en Internet.
Así mismo, varios diarios publicaron los resultados de distintas encuestas de opinión pública sobre valores sociales.
En las encuestas se preguntaba,por ejemplo, cuán materialistas son los singapurenses, por qué las mujeres profesionales de 30 a 40 años no están interesadas en el matrimonio, si las empleadas domésticas extranjeras deberían recibir mejor tratamiento, y por qué los ciudadanos rechazan el trabajo voluntario.
Una encuesta telefónica realizada por el diario de lengua inglesa Straits Times reveló que la mayoría de los singapurenses valoran a su propia familia y atiende sus necesidades, pero uno de cada tres declaró que nunca haría un trabajo comunitario.
La "contribución a la sociedad" como objetivo de vida quedó por detrás de las metas de tener una familia feliz, hacer más dinero y tener una carrera interesante.
En otra encuesta, el diario descubrió que el dinero es el valor supremo para los adolescentes, interesados más que nada en adquirir teléfonos móviles, minicomputadoras y otros aparatos de la era de Internet.
"Somos una sociedad muy clasista. La gente te mide de acuerdo con lo que tienes", declaró Andy Lim, de 20 años.
"Los singapurenses desprecian a los de clase social inferior", afirmó Muhamad Mustaffa, un capataz de la construcción.
Agregó que los profesionales y oficinistas de su lugar de trabajo nunca se mezclan con él y a veces lo tratan muy mal.
El tratamiento de las empleadas domésticas extranjeras estuvo en el foco de la atención pública en los últimos meses tras la denuncia de varios abusos.
En Singapur hay unas 100.000 trabajadoras domésticas procedentes principalmente de Indonesia, Filipinas y Sri Lanka.
Muchas personas arguyen que "poner a la gente en el lugar que le corresponde" contribuye a la cohesión social, pero ése fue precisamente el argumento utilizado para justificar el régimen de segregación racial en Sudáfrica, advirtió Brenda Yeoh, profesora de la Universidad Nacional de Singapur.
"En la era de la globalización, Singapur debe luchar por un paisaje social y económico verdaderamente cosmopolita", concluyó Yeoh. (FIN/IPS/tra-en/ks/js/mlm/cr/00