Una de las consecuencias de la prolongada presencia militar de Estados Unidos en la isla sudoccidental japonesa de Okinawa es la difícil existencia de miles de niños y niñas asiático-estadounidenses a cargo de sus madres.
La primera escuela japonesa para esos niños y niñas está en Ginowan, una población de Okinawa cerca de Kadena, la principal base aérea estadounidense en Japón. La institución funciona en una casa blanca en estado ruinoso con un pequeño patio, junto a la escuela primaria pública de Oyama, cuyo nombre evoca a un destacado militar japonés.
La escuela cuenta con 40 alumnos de entre tres y 16 años de edad, y es dirigida por dos mujeres que decidieron abrirla tras intentos sin éxito de brindar educación adecuada a sus propios hijos, cuyos padres son militares estadounidenses que sirvieron en la isla.
"Queríamos que nuestros hijos recibieran clases en inglés, pero no podíamos pagar costosas escuelas internacionales porque nuestros maridos ya no están en las bases estadounidenses. Ha sido una lucha difícil", explicó Mimí Thayer, una de las directoras.
Los problemas financieros son un grave dolor de cabeza para la escuela, ya que 70 ciento de sus alumnos viven en hogares monoparentales, 90 por ciento de los cuales dependen de la seguridad social.
La discriminación por parte de la población local es un hecho cotidiano. Thayer señaló que los alumnos asiático-estadounidenses, quienes a menudo son hijos de parejas separadas o que mantuvieron relaciones sexuales ocasionales, son vistos como representantes de la repudiada presencia militar extranjera.
Okinawa, la prefectura más pobre del país, fue escenario de una de las más cruentas batallas de la Segunda Guerra Mundial, librada por fuerzas estadounidenses y japonesas. Tras la rendición de Japón, la isla permaneció bajo control estadounidense hasta 1972.
En la actualidad, alberga la cuarta parte de las bases estadounidenses en Japón, y a 26.000 de los 48.000 soldados estadounidenses estacionados en el país, según datos oficiales.
Washington afirma que su presencia militar en territorio japonés tiene valor estratégico para la seguridad de Asia.
El mes pasado, el resentimiento popular contra esa presencia militar se reavivó cuando un infante de marina estadounidense en estado de embriaguez irrumpió en el apartamento de una adolescente japonesa y la manoseó.
Ese incidente fue motivo de protestas callejeras a fines de julio, durante la cumbre en Okinawa del Grupo de los Ocho, integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia.
Masae Yonamine, la otra codirectora, es divorciada y tiene un hijo de 11 años. Sentada frente a una mesa pequeña en la cocina de la escuela, que sirve de oficina principal, contó que personas la llaman por teléfono para decirle que es una prostituta.
"Un varón me dijo una vez que los problemas que enfrento ahora son el resultado de que haya hecho tonterías con hombres estadounidenses", relató.
Las directoras también reciben llamadas telefónicas y cartas de personas que afirman que la escuela es una vergüenza para Okinawa que no debería ser permitida, o les piden que cierren la institución y se vayan de la isla.
Según estadísticas de la prefectura de Okinawa, 215 mujeres japonesas se casaron con soldados estadounidenses en 1998, y 80 de ellas se divorciaron ese mismo año.
No hay datos acerca de la cantidad de niños y niñas asiático- estadounidenses en la isla, pero funcionarios piensan que hay alrededor de 3.900 cuyas madres japonesas se divorciaron o fueron abandonadas.
Thayer señaló que una cláusula en el acuerdo del acuerdo militar entre Estados Unidos y Japón priva de apoyo económico a los hijos e hijas de soldados estadounidenses que no vivan en las bases, y que eso perjudica a las madres japonesas divorciadas o abandonadas.
Las directoras de la escuela realizan gestiones para cambiar esa norma, y Thayer logró una promesa en tal sentido durante una reunión con funcionarios militares estadounidenses.
Además, el Ministerio de Educación japonés prometió en mayo establecer un nuevo fondo para ayudar a la escuela, y reconoció que la institución ha jugado un importante papel al cargar con costos sociales del acuerdo militar entre Estados Unidos y Japón.
Ambas directoras explicaron que tienen sentimientos contradictorios acerca de las bases militares estadounidenses en Okinawa.
"Simpatizo con la gente local que enfrenta muchos problemas con la infantería de marina estadounidenses, pero al mismo tiempo conozco por experiencia propia la situación de las madres con hijos cuyos padres abandonaron Japón, y me cuesta apoyar el reclamo de que todos los soldados se marchen", explicó Yonamine.
Las dos directoras dijeron no se les permite utilizar instalaciones públicas de Ginowan, a pesar de que pagan los impuestos locales.
En diciembre, el gobierno local rechazó en forma tajante el pedido de las directoras para realizar un espectáculo de danza de sus alumnos en un amplio edificio público situado frente a la escuela. El espectáculo tuvo que realizarse en una de las dos pequeñas habitaciones que les sirven de aulas.
Thayer dijo que algunas madres que envían sus hijos a la escuela deben trabajar en dos empleos para poder pagar su enseñanza.
La cuota mensual de la escuela es 234 dólares, o sea un cuarto del ingreso que reciben las madres de la seguridad social. Maestros estadounidenses y algunos voluntarios japoneses dan clases de inglés y japonés.
La mitad de los alumnos no reciben el subsidio del Estado a la enseñanza escolar, porque no es posible ubicar a sus padres estadounidenses y las madres no pueden obtener por sí solas los documentos legales necesarios para lograr asistencia, señaló Thayer.
Jackie, una alumna de 11 años de edad, dice que quiere ser maestra cuando crezca, y afirma que ama a la escuela porque le brinda un retiro seguro del resto del mundo.
La niña, cuyo padre vive en Estados Unidos, asistió antes a un colegio internacional en una base militar, pero debió abandonarlo porque su madre no podía pagar las cuotas.
Steve, otro alumno, tiene 16 años de edad. Su padre abandonó a su madre en Estados Unidos. El joven contó que cuando asistía a otra escuela japonesa un maestro solía llamarlo "estúpido" porque no puede leer correctamente el japonés.
La madre de otro alumno explicó que decidió sacarlo de una escuela pública japonesa, en la cual sus compañeros le decían que había nacido a causa de una violación cometida por soldados estadounidenses.
La misma mujer contó que su hijo sufrió en especial el rechazo de otros escolares durante protestas callejeras realizadas en 1995, a causa de la violación de una niña de 12 años por tres integrantes de la infantería de marina estadounidense. (FIN/IPS/tra-eng/sk/js/ego/mp/hd ed/00)