Un zahorí y geólogo español buscará en septiembre agua bajo tierra en la provincia argentina de Mendoza, utilizando una técnica heredada de sus antepasados.
Juan Figuerola, 62 años, natural de Madrid, es hijo y nieto de zahoríes, esas personas a quienes «el vulgo atribuye la facultad de ver lo que está oculto, aunque sea debajo de la tierra», según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.
El técnico, contratado por una empresa propietaria de grandes extensiones de tierra en Mendoza, provincia fronteriza con Chile, rechaza esa definición. «Los zahoríes no vemos debajo de la tierra, sino que detectamos por donde fluye agua subterránea», dice.
«Además, no sólo el común de la gente -si por eso entendemos el vulgo- sino profesionales, universitarios, gobernantes y grandes empresarios han comprobado la calidad de nuestra técnica», añade.
Figuerola ha buscado y encontrado agua subterránea en todas las provincias españolas, así como en México, Marruecos, Túnez y Brasil.
De manera práctica, mostró a IPS como trabaja con su herramienta, dos flejes (sunchos) de fino acero de unos 40 centímetros de largo cada uno, un centímetro de ancho y de medio a un milímetro de espesor, unidos en uno de sus extremos con una cinta aisladora
El zahorí toma los dos extremos libres, uno en cada mano, coloca sus brazos junto al cuerpo, con los antebrazos extendidos en ángulo recto y con el vértice de la herramienta apuntando adelante.
Luego camina lentamente y cuando pasa por una zona debajo de la cual hay agua que fluye, el vértice donde están unidos los dos flejes oscila y, si se trata de una corriente de agua abundante, salta hacia arriba. Ese salto suele ser tan fuerte que el vértice golpea contra su pecho.
La prueba fue hecha, previo vendaje de sus ojos para que no viese y haciéndolo caminar una y otra vez en direcciones diferentes, sobre un terreno debajo del cual existe una cañería de agua potable.
Una persona oculta abría o cerraba el paso del líquido, sin decírselo. Cuando estaba cerrado y Figuerola atravesaba la tubería, su herramienta no se movía, pero si estaba abierto se producía el salto hacia arriba, siempre y cuando la atravesase en sentido perpendicular.
En vez de flejes de acero también suele utilizar varillas de fresno u otra madera fuerte y flexible. «La clave está en caminar muy relajado y tener sensibilidad», afirma.
Porque «toda corriente cambia el potencial magnético, por la fricción del agua según avanza bajo la tierra», explica.
Según Figuerola, «el sistema nervioso es un solenoide, una especie de bobina como el de las radios, en el que los pies funcionan como una antena. Al pasar sobre el agua, en sentido perpendicular al de su flujo, se produce una descarga de histaminas (impulsos eléctricos) que rompe el equilibrio de las varillas o flejes sostenidos por las manos».
Ante una mirada escéptica sobre ese fenómeno, sin esperar la pregunta, aclara: «No hay ningún aparato que tenga la sensibilidad del cerebro. Sólo se trata de ejercitarlo y dejar que actúe sin crispaciones».
Con este sistema, asegura, citando multitud de casos, puede determinar con exactitud el sitio donde se debe perforar para encontrar agua. En cuanto a la profundidad en la que se encuentra y el caudal con que cuenta, los indica de manera aproximada, «pero no muy alejada de la realidad».
La máxima profundidad a la que detectó agua es de 702 metros, en la española provincia de Murcia, en 1982. Entre sus clientes cita grandes empresas como Nexo, que requirió sus servicios cuando construía el Tren de Alta Velocidad, o Neiver, propietaria de 18 polígonos industriales en la provincia de Madrid.
«Y, también, el Ejército de Tierra, además de otras instituciones públicas». Entre éstas cita al Patrimonio Nacional, que lo contrató para ubicar agua en los terrenos donde está ubicado el Palacio de la Zarzuela, residencia de la Familia Real.
¿Y su formación de geólogo, qué papel cumple?. «Después de encontrar agua y para obtener los permisos de uso respectivo, es necesario contar con un informe geológico, que yo entrego a mis clientes», puntualiza.
Su abuelo, también Juan al igual que su padre, nació en 1880 en la oriental provincia de Valencia y como primer oficio tuvo el de deshollinador y mecánico de cocinas a leña. Después construyó la primera lavadora española de ropa, que usaba agua calentada a carbón, a la que siguieron calderas y molinos de viento.
En los años 30, su abuelo y su padre comenzaron a perforar pozos para instalar los molinos de viento que vendían. En 1935, un venezolano, propietario de tierras en Trujillo, 250 kilómetros al oeste de Madrid, los contrató para una perforación.
Allí se encontraron con el cliente, quien utilizó una herramienta similar a la empleada ahora por Figuerola y determinó con exactitud el lugar donde se debía perforar. El agua fluyó, por lo que ambos, el abuelo y el padre del actual zahorí resolvieron dedicarse y aprender la técnica.
Una técnica que transmitieron a Juan Figuerola, el actual, quien hizo su primera experiencia, «y positiva», en 1955, en la Alcarria, zona de la provincia de Guadalajara, a un centenar de kilómetros al este de Madrid y famosa, entre otras cosas, por el libro «Viaje a la Alcarria», del premio Nobel Camilo José Cela.
Desde entonces, ha practicado su habilidad de zahorí una y otra vez, dentro y fuera de España. Ahora, «con entusiasmo y seguridad», buscará agua en Argentina. (FIN/IPS/td/ff/cr/00