El gobernante PRI logrará en las elecciones de este domingo en México un apretado triunfo o su primera derrota de la mano de Francisco Labastida, un disciplinado y antiguo funcionario de Estado, cuyo perfil contrasta con el de sus antecesores.
Serio, poco carismático y alejado de los viejos rituales para conquistar una candidatura presidencial en el PRI (Partido Revolucionario Institucional), Labastida es el único en la historia de esta agrupación que llega a los comicios sin la seguridad de ganar.
Las encuestas de opinión de voto indicaron que Vicente Fox, candidato de la coalición de oposición Alianza por el Cambio, integrada por el conservador Partido Acción Nacional y el Verde Ecologista, podría terminar con la invencibilidad del PRI, aunque por un margen pequeño.
Labastida, un economista de 58 años y con 38 en el servicio público, donde fue desde asesor hasta gobernador y ministro, obtuvo la candidatura presidencial en noviembre en las primeras elecciones internas que realizó su partido en 71 años de ejercicio ininterrumpido del poder.
Con el lema "que el poder sirva a la gente" y la bandera de un "nuevo PRI", el candidato oficialista asegura que ganará, pero reconoce que la competencia es más apretada que nunca.
"Labastida es lo opuesto a los candidatos 'priístas' de los años de gloria. A él le tocó el fin de la ortodoxia" de éste partido, opinó el escritor Carlos Monsiváis.
"Ya no necesitó de la elocuencia, ni el apego al populismo ni del carisma de los antiguos candidatos. Su carrera se la debe, además de la eficacia que le reconocen sus jefes, a la seriedad de la grisura", añadió.
El candidato del PRI arrancó en enero su campaña con buenas perspectivas, pero comenzó a bajar en las encuestas en marzo, y más aún en abril, luego de una desafortunada intervención en un debate con los otros contendientes.
Con el afán de frenar la caída y a contracorriente del lema del "nuevo PRI", sumó entonces a su campaña a viejas y cuestionadas figuras de la llamada "ala jurásica" de la agrupación, vinculadas, según versiones, con fraudes electorales, con la corrupción y hasta con el narcotráfico.
Labastida sostiene que ninguna de las acusaciones en contra de sus colaboradores está probada y que lo único que hizo es sumar mayor experiencia a su campaña.
Los seguidores del PRI describen a su candidato presidencial como una persona capaz de adaptarse al rompecabezas del sistema político, trabajador incansable, disciplinado, equilibrado y reflexivo, mientras sus detractores lo señalan como voluble, contradictorio y débil.
En sus más de tres décadas de trabajo en el Estado fue secretario (ministro) de Energía, de Agricultura y de Gobernación (Interior). Además, fue gobernador del estado de Sinaloa, en la costa del océano Pacífico, y embajador en Portugal.
Es el que desempeñó el mayor número de cargos públicos en comparación con los candidatos a la Presidencia con mejores posibilidades de triunfo en las elecciones de este domingo, lo cual él considera su principal carta de presentación.
Pero los opositores le reclaman que, como secretario de Gobernación del gobierno de Ernesto Zedillo, no supo resolver el conflicto con la guerrilla del Ejército Zapatista de Liberación Nacional del estado sureño de Chiapas y que, por el contrario, lo exacerbó.
Lo acusan también de permitir un aumento de la inseguridad pública y de no poder solucionar la huelga que estalló en la estatal Universidad Nacional Autónoma de México, que duró un año.
Labastida no oculta su simpatía con la forma de gobernar de Zedillo, quien en los últimos tramos de su gestión registra calificaciones superiores a 6,5 sobre 10, según indican las encuestas.
Sin embargo, promete que cambiará su estrategia de gobierno y que si principal tarea será "trabajar por y para la gente".
"El candidato enfrentó en la campaña una situación incómoda, pues por una lado ofreció realizar cambios radicales, lo cual implicó una crítica velada al desempeño de los gobiernos del PRI y, por otro, habló bien del pasado y lo defendió", señaló el analista Carlos Esteban.
En la contienda interna de su partido para elegir candidato, uno de sus oponentes, Roberto Madrazo, lo calificó de "perfecto fracasado" e inútil. La campaña sorprendió a los analistas por su virulencia y por el hecho de ser inédita.
Hoy, Madrazo abraza a Labastida y lo llama "el mejor candidato que pudo escoger el PRI".
En las últimas siete décadas, el partido gobernante nombró siempre a su candidato por decisión directa del presidente saliente, en un mecanismo denominado "dedazo".
Con los vientos de democratización que comenzaron a circular en México en los últimos años, ese mecanismo se derrumbó, al igual que otras tradiciones de la política local.
Labastida dice estar feliz con el nuevo ambiente político de competencia y sostiene que el PRI está listo para ganar y seguir gobernando muchos años más.
En cambio, para observadores, como el historiador Lorenzo Meyer, el partido gobernante está hoy más incómodo que nunca y en un proceso de cambio irreversible.
A Labastida "podrán decirle gris, opaco e inexpresivo, pero todavía no le dicen el primer perdedor en la candidatura presidencial del PRI". Quizá eso sea posible después, sentenció el escritor Monsiváis. (FIN/IPS/dc/dm/ip/00