/Beijing más cinco/ BRASIL: Globalización exige más esfuerzo a las mujeres

Marcia Rodrigues Carvalho, maestra en dos escuelas de Brasil, reconoce estar al borde del agotamiento, desgastada por jornadas de trabajo de 12 de horas que sólo soporta con apoyo de medicamentos, incluso de antidepresivos.

Rodrigues Carvallho conduce 52 clases semanales de lengua portuguesa, que le exigen horas adicionales de preparación, corrección de pruebas y la asistencia a los alumnos. Enseña hace 11 años, pero su trabajo aumentó en los últimos seis, ante la reducción del ingreso familiar.

Su marido, de 56 años, ex gerente de recursos humanos en empresas transnacionales como la sueca Scania y la belga Solvay, perdió su empleo fijo y pasó a actuar como consultor, con actividad esporádica y escasa en los períodos de estancamiento económico, como el que sufre Brasil desde 1998.

A los 48 años, Rodrigues Carvalho percibe mensualmente, con todo su esfuerzo, el equivalente a 900 dólares, y se siente "triste, agotada, dependiente de medicamentos psiquiátricos", y echa de menos la época en que su aporte no era indispensable a la familia, porque el marido tenía un empleo estable y bien remunerado.

Su caso es ejemplo de los efectos de la llamada globalización, que en Brasil se reflejó en la apertura del mercado, una fuerte reestructuración industrial con eliminación de empleos, la flexibilización de las relaciones laborales y el aumento de la informalidad.

Ese proceso incrementó la incorporación femenina al mercado de trabajo. Las familias con mujeres económicamente activas pasaron de 42,8 por ciento en 1981 a 53 por ciento en 1995 en la región metropolitana de Sao Paulo, según la economista Eugenia Trancoso Leone, de la Universidad de Campinas.

"Las familias ahora dependen más del ingreso complementario de las mujeres" y esa tendencia es más acentuada en las capas más pobres, señaló Leone.

Más de 71 por ciento de las familias de menores ingresos tienen a los dos cónyuges trabajando, y a esa proporción hay que agregar los núcleos encabezados por una mujer, que son 25 por ciento del total en Sao Paulo y van en aumento.

"La reducción de salarios fue brutal en todo Brasil desde 1995", y esa presión obliga a las mujeres a buscar trabajo remunerado, corroboró Hildete Pereira de Melo, investigadora de la participación femenina en la economía y profesora de la Universidad Federal Fluminense de Niteroi, una ciudad vecina a Río de Janeiro.

Las femenistas suelen identificar a las mujeres como las principales víctimas de la precarización del trabajo, que incluye la rebaja del salario y la pérdida de empleos y derechos y resulta de la intensa competencia propia de los mercados abiertos, que exige reducir el costo de la mano de obra.

Pero la socióloga Cristina Bruschini, investigadora de la Fundación Carlos Chagas, de Sao Paulo, observa que fueron los hombres los que sufrieron el mayor impacto directo, por ser mayoría en la industria, el sector más afectado por la globalización en Brasil.

Las mujeres ya se concentraban desde antes en los servicios, en actividades informales y sin protección legal, y obtenían menos ingresos que los hombres aunque se tratara de las mismas funciones.

Al menos un tercio de ellas están aún en "nichos precarios", como el servicio doméstico y el trabajo no remunerado y de subsistencia, destacó Bruschini.

Es decir, "las mujeres perdieron menos" en un primer momento, concluyó. Pero sufren efectos indirectos, como la necesidad de trabajar más para mantener los ingresos familiares, como la maestra Rodrigues Carvalho, o enfrentar una mayor competencia por empleos con los expulsados de la industria.

El desempleo es superior entre las mujeres que entre los hombres, pese a que la mayoría de los nuevos puestos de trabajo pertenecen a los servicios, un área tradicionalmente "femenina", advirtió Ednalva Bezerra de Lima, coordinadora de la Comisión Nacional de la Mujer en la Central Unica de Trabajadores (CUT).

Algunos cambios de la legislación laboral perjudican más a las trabajadoras, por no considerar sus situación específica, dijo Bezerra de Lima. El aumento de los años de actividad necesarios para la jubilación, por ejemplo, ignora que la mujer es todavía responsable de las tareas domésticas y cumple por lo tanto una doble jornada.

La proporción femenina de la población economicamente activa aumentó de 35 por ciento en 1993 a 41,7 por ciento en 1999, según la CUT.

A ese incremento contribuyeron, además de los cambios económicos, los demográficos y culturales, explicó Bruschini. La caída de la natalidad liberó a la mujer para el trabajo fuera del hogar, y el aumento de los casos de divorcio y de maternidad precoz la obligan a tener ingresos propios.

La desaparición de los prejuicios contra el trabajo femenino, el deterioro de los servicios públicos y la diversificación del consumo, que obliga a gastos adicionales, como escuelas privadas, teléfonos celulares y videos, ampliaron la necesidad de la contribución de la madre a la economía familiar.

Esa realidad se comprueba en el aumento de la edad promedio de la fuerza de trabajo femenina desde los años 80, observó Bruschini. Son las mujeres que ingresan en el mercado o regresan después de criar a sus hijos.

Las mujeres pueden mejorar su situación con una mayor escolaridad respecto de los hombres, ya alcanzada en los años 90 y que tiende a aumentar, señaló la socióloga Bruschini, experta en cuestiones de género.

Además, su mayor presencia en la economía y en los medios de comunicación favorece la lucha contra la desigualdad.

En opinión de Pereira de Melo, el factor clave será la multiplicación de las guarderías, que exige la acción del poder público. "Las mujeres pobres no tienen dónde dejar a sus hijos", una gran desventaja a la hora de buscar empleo.

Las capas medias y altas disponen para el cuidado de sus hijos de empleadas domésticas, que conforman en Brasil "un ejército de cinco millones" de personas, o pueden pagar guarderías privadas, observó.

Sólo una "creciente organización en sindicatos, partidos, centros comunitarios y otros movimientos" pondrá a las mujeres en condiciones de combatir la discriminación, las desigualdades y la "opresión de la sociedad patriarcal", dijo Bezerra de Lima, una maestra del pobre estado de Paraiba, del nordeste, que llegó a la dirección de la mayor central sindical del país. (FIN/IPS/mo/ff/lb hd/00

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