(Arte y Cultura) MUSICA-ARGENTINA: La muerte temprana, infalible fórmula de ventas

La industria cultural de Argentina, capaz de producir ídolos como mercancías, convirtió en pocos meses al casi desconocido Rodrigo en el cantante más exitoso antes de su muerte a los 27 años en un accidente automovilístico.

Su muerte trágica, repentina y anticipada lo erige en un mito popular. En el lugar del accidente se acumulan cruces, flores, carteles y ofrendas. Los peregrinos le piden consuelo, y también — insólitamente— trabajo.

Una joven de 16 años y otra de 12 se suicidaron esta semana en el baño de sus casas apenadas por la muerte de Rodrigo, ocurrida la madrugada del sábado pasado.

"En febrero, cuando volví de mis vacaciones, lo vi en la portada de las revistas y pensé: ¿quién será Rodrigo? Creí que era una broma de los medios que probaban así la reacción de la audiencia ante un personaje inventado por ellos mismos", comentó a IPS un periodista que pidió anonimato.

Rodrigo murió al volcar la camioneta que conducía por la carretera que une la capital argentina con La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires. De acuerdo con los análisis practicados al cadáver, había ingerido más alcohol del que permiten las normas de tránsito.

En realidad, la carrera del cantante, cuyo nombre completo era Alejandro Rodrigo Bueno, había comenzado hacía 13 años, en su provincia natal, Córdoba. Su padre trabajaba allí como productor discográfico de grupos populares que durante medio siglo desarrollaron un género musical denominado "cuarteto".

El cuarteto, caracterizado por su ritmo bailable y sus letras pegadizas, se diferencia por su genuinidad, en contraste con la música "de bailantas", género más comercial identificado en el mundo empresario como "movida tropical".

La bailanta fue fabricada por productores que convocan a jóvenes carismáticos y les hacen grabar sin considerar sus dotes musicales.

Pero en Córdoba el cuarteto tenía un "rey" que no estaba dispuesto a abdicar antes de tiempo en favor de un discípulo: el cantante "La Mona" Jiménez, otro fenómeno artístico, aunque menos vertiginoso y que hoy se lamenta por la muerte anticipada de quien podría haber sido su sucesor.

Es que Rodrigo parecía no poder esperar. Convencido de que no había lugar para él en las discotecas de Córdoba, a las que cada noche Jiménez deleitaba en vivo, decidió "exportar" el cuarteto a Buenos Aires, para desde allí nacionalizarlo.

Murió cuando acababa de conseguirlo.

De 1999 a comienzos de este año, Rodrigo arrasó. Vendió cerca de un millón de CDs, llenó quince veces el estadio Luna Park de Buenos Aires, con capacidad para 8.000 espectadores, llegó a estar en ocho recitales en discotecas por noche y a dar hasta seis entrevistas por día.

En 45 días de enero y febrero dio 48 recitales en los balnearios de la costa atlántica, y al volver a Buenos Aires llegó a dar 10 en una noche. Veinte minutos en cada lugar. "Una noche canté en cuatro provincias", reconoció él mismo en alusión a una gira relámpago que hizo poco antes de morir.

Rodrigo era un hombre de físico trabajado —en sus recitales jugaba con el personaje de un boxeador—, con la piel siempre brillante. Tenía ojos celeste claro y se teñía el cabello como un cielo, a veces azul, a veces rojo, otras rosado o naranja.

Hace apenas dos meses, el semanario Noticias le dedicó una tapa con el título: "Use y tire: los ídolos descartables". La nota en páginas interiores hacía referencia a "la máquina de picar ídolos".

"Algunos lo saborean y otros lo tragan sin sentirle el gusto. (…) Todos degluten a Alejandro Rodrigo Bueno, que no se queja", describía la nota.

"Sin querer, se convirtió en un paradigma de cómo la sociedad mediática, las mafias de la música, la ambición desmedida y la presión del público forman una máquina trituradora a la que es muy difícil sobrevivir", vaticinaba Noticias dos meses antes de la trágica muerte de Rodrigo, a la salida de un recital.

"Llegó y ahora tiene que mantenerse en la cima antes de que el 'star system' que lo inventó lo tire a la basura. El sabe que el precio es alto, y está dispuesto a dar la vida por ellos", remata el informe, que anunciaba un final desgraciado, acorde con la histeria de la carrera por el éxito.

Rodrigo fue un éxito porque logró lo que otros no habían podido. Sacó un género muy popular originado en una provincia del interior y no sólo lo llevó a la capital, sino que lo extendió a las distintas clases sociales.

Corearon sus canciones desde los niños más chicos hasta los adultos, pasando por adolescentes y jóvenes de todos los sectores.

Junto con su música, surgió un fenómeno de identificación. Las canciones de Rodrigo podían escucharse a gran volumen desde automóviles nuevos con vidrios espejados, que sugerían la presencia de personas acomodadas que se querían ocultar.

Entre sus amigos de la fama figuraba el futbolista Diego Armando Maradona, a quien había visitado en Cuba este mismo mes.

El ex número 10 de la selección argentina viajó a Buenos Aires para el entierro de Rodrigo, y una vez más le agradeció al artista haber compuesto la canción más bonita de todas las que se le dedicaron al astro.

Es que Rodrigo parecía del mismo palo que Maradona. Una vida que del anonimato pasa al pico de la fama parece una fórmula difícil de procesar. Al menos es lo que intenta explicar muchas veces el deportista cuando se le consulta el por qué de su adicción a la cocaína.

Rodrigo había dicho que no consumía drogas, pero admitía tomar varios litros de cerveza por día para recuperar el líquido que perdía en cada recital. Ingería, además, un suero líquido que se recomienda a los menores deshidratados.

La fama repentina de Rodrigo y los supuestos celos que generaba en el mundo del cuarteto y de las bailanteros ocasionó sospechas de un atentado en torno del accidente que causó su muerte.

De hecho, la policía investiga al dueño de una camioneta que, según los sobrevivientes del accidente, se le habría cruzado de modo imprevisto. Pero por el momento, y para desdicha de sus fanáticos, los pesquisas no encuentran ninguna relación entre el propietario de la camioneta y el negocio de la música.

Su abogado insiste en que su cliente ni siquiera hizo maniobra alguna, sólo pasó a su lado, se colocó adelante y vio luego el accidente por el espejo retrovisor.

En cualquier caso, el mito ya arrancó, y una vez más, el mercado salió a darle respuesta. El último disco compacto de Rodrigo, que se vendía de a 40 unidades diarias por local en una cadena comercial especializada, llegó a vender 700 el fin de semana, tras la trágica muerte.

El intendente de la localidad de Berazategui, adonde ocurrió el accidente, convenció al concesionario de la autopista de que construya un camino paralelo desde el puente, para evitar que algún peregrino muera al cruzar la carretera para dejar su ofrenda.

Las vinchas, revistas y ropa con su nombre, los muñecos, películas y programas de televisión se reproducen. Al parecer, el fenómeno continuará, hasta que surja de la nada un sucesor, mientras el público-mercado así lo pida. (FIN/IPS/mv/mj/cr/00

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