La actriz Paula Pean está decidida a impedir que Haití olvide la narración oral de cuentos populares, una tradición que alguna vez definió un modo de vida.
Pean cultiva desde sus inicios esta manifestación artística, que une familias, amigos y vecinos y refleja un estilo de vida basado sobre la comunidad y sus valores.
"Cuando las manos aplauden, todos se reúnen", dijo Pean, quien sitúa sus relatos en el pasado, cuando una pequeña aldea en la campiña haitiana se congregaba bajo las espesas hojas verdes y la sombra generosa de los árboles para oír historias.
Muy pocos niños conocen hoy la tradición de contar historias, según Pean, que visitó Miami a comienzos de mes en el marco de una gira por Estados Unidos que incluyó actuaciones en los estados de Florida y Nueva York.
"Algunos de nuestros niños representan una generación que perdió su vínculo cultural con Haití", dijo Pean, cuya audiencia en la ciudad de Nueva York se compuso por infinidad de niños estadounidenses de origen haitianos.
Para Pean, fue bello comprobar cómo esos mismos niños eran captados por los relatos y, sentados en el borde de sus butacas, se balanceaban con el tradicional tambor haitiano que anunciaba y anticipaba cada palabra que decía la actriz.
"Realmente comienzan a introducirse en las fábulas"', dijo Pean acerca de los jóvenes espectadores que la escucharon en las bibliotecas de Jamaica, Far Rockaway, Rosedale y Cambria Heights, en Nueva York.
En los últimos 50 años, la economía obligó a muchos campesinos a dejar sus tierras y marcharse a Puerto Príncipe. Como consecuencia, la tradición de las narraciones estuvo a punto de morir.
"Ya no es lo mismo", dijo Pean, quien estudió teatro en París y Boston y dirige una biblioteca en el Centro Cultural Pyepoudre, de Puerto Príncipe.
Como las condiciones en la ciudad se hicieron más difíciles, la práctica de reunirse bajo un árbol para oir un relato ha desaparecido.
"El papel del narrador es mantener viva la tradición. Tomamos los relatos y los devolvemos a la gente", expresó Pean, nativa de la ciudad septentrional de Cabaret. Lo que Pean y otros restituyen al pueblo es una pequeña porción de sus sueños, esperanzas, aspiraciones y cultura.
"Los cuentos populares nos dejan soñar, y esa es la dimensión que necesitamos en nuestras vidas en Haití", dijo Pean, quien escuchó su primer relato cuando un grupo de niños se reunió alrededor de un tío suyo.
"Necesitamos saber que hay alguna esperanza", señaló. Una esperanza como aquella de "Ti Pye Zoranje" ("Pequeño árbol de naranjas"), relato en que una niña, frustrada por los malos tratos de su madrastra y débil por el hambre, come una naranja que pertenece a la malvada mujer.
Cuando la madrastra se da cuenta, le exige que reponga la fruta de inmediato. La pequeña planta, entonces, un árbol, y queda maravillada con la velocidad en que crece y da grandes y jugosas naranjas.
"Uno no olvida los problemas con esos relatos, pero viaja a otro lugar, otra dimensión que a menudo es mágica. Ese espacio ayuda a soñar en lo que podría ser", apuntó Pean.
La cantidad de motivos, hilos narrativos y sueños es interminable. Hay pocas cuestiones que las narraciones orales no aborden: del paraíso a la política, cuestiones sociales como los derechos de las mujeres y niños, el problema de encontrar agua potable, el alto costo de la vida y hasta la religión.
El percusionista Fritznel Fan Fan Morisseau, de 39 años, acompaña los relatos de Pean hace 15 años. Ambos han actuado en ciudades de todo el mundo, desde Puerto Príncipe, Gonaives, Saint Marc, Leogane, Jacmel, hasta Miami, Nueva York y París, en el exterior.
"Las narraciones populares son esenciales para cualquiera que pretenda vivir la cultura de Haití. Sensibilizan a la gente para que conserve nuestra cultura, que continúa siendo denigrada día tras día", sostuvo Morisseau, un nativo de Puerto Príncipe, mientras sus manos acariciaban el parche del tambor.
La alquimia entre ambos se evidencia en su actuación. Pean y Morisseau producen una interpretación que mantiene atrapada a su audiencia. Pean se transforma en protagonista del relato que narra y Morisseau la pone en escena con los sonidos de su tambor.
En cierta forma, la tarea de ambos remeda el vudú, religión animista muy popular en Haití entre cuyas prácticas figura la supuesta transformación de una persona en otra, poseída por un espíritu que quiere ser oído.
"Cada cosa que ella dice penetra en mi alma. Conozco cada uno de sus movimientos, y sé cuándo debo aumentar el volumen del redoble del tambor o bajarlo hasta hacerlo casi inaudible", afirmó Morisseau.
Los pies desnudos de Pean se deslizaban por el suelo mientras hacíae su relato frente a haitianos procedentes de Puerto Príncipe, Ottawa, Boston y otras partes, congregados en Florida para asistir a una conferencia en Libreri Mapou, en el área denominada Little Haiti.
Edner Monsato, de 62 años, estaba decidido a viajar en automóvil de regreso a su casa en Jacksonville, Florida, cuando se enteró de que Pean iba a actuar.
"Llamé a mi esposa y le dije que iba a llegar tarde. No quería ni podía perderme eso", dijo Monsato, quien sonrió recordando momentos de su niñez, cuando la familia y los amigos se reunían alrededor de un tío para oírle contar fábulas.
Jean Saint Vil, escritor que adoptó el seudónimo de Jafrikayiti, consideró que la tradición de narrar relatos orales es tanto una lección sobre el pasado de Haití y una promesa para el futuro.
"Es un momento de comunión y de reunión claramente africano. Es una conexión hacia nuestra realidad haitiana, y pulsa una cuerda en todos nosotros", dijo Saint Vil, de 33 años, despues de asistir a una actuación de Pean. (FIN/IPS/tra- eng/bs/da/ego/mj/cr/00