Japón continúa su campaña por el comercio de animales amenazados aunque recibió un golpe tras otro en la undécima conferencia de las partes de CITES, que consideró iniciativas para enmendar la lista de especies cuyo comercio está sujeto a controles y prohibiciones.
Considerado el mayor mercado mundial de especies amenazadas y productos de animales silvestres, Japón se enfrenta desde hace años a ecologistas y a otros países en procura de libertad para adquirir marfil y productos de la caguama, y para capturar ballenas y atunes de aletas azules.
Aunque logró cierto respaldo, esta semana Japón perdió mucho terreno en su campaña al final de la conferencia de CITES (Convención de las Naciones Unidas sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres), que tuvo lugar en Nairobi, Kenia, entre los días 10 y 20.
El lunes, por ejemplo, tres países africanos retiraron una propuesta conjunta para reanudar las exportaciones de marfil.
Japón, que es el principal mercado de marfil, había realizado una intensa campaña para importar 54 toneladas de Botswana, Zimbabwe y Namibia.
Posteriormente, el miércoles, los delegados de la conferencia rechazaron una propuesta de Cuba de reanudar el comercio de caparazones de caguama.
La caguama es una tortuga marina que mide de 90 a 114 centímetros de caparazón, pesa entre 113 y 182 kilogramos, es carnívora y habita principalmente en el Caribe, el sureste de Estados Unidos y la península de Yucatán.
Tokio respaldaba el plan cubano de realizar un único embarque supervisado de hasta 6.900 kilogramos de caparazones de sus reservas registradas. El destino del embarque, por supuesto, sería Japón.
Durante los dos decenios previos a la prohibición en 1992 del comercio internacional de productos de la caguama, más de 50 países exportaban caparazones y tortugas jóvenes disecadas solo a Japón.
Grupos ecologistas aplaudieron las decisiones adoptadas en Kenia esta semana como un paso importante para hacer a Tokio más responsable en cuanto a la protección de las especies amenazadas de extinción.
Sin embargo, ciertos comentarios de funcionarios de gobierno e informes de prensa indican que Japón no cejará en su empeño por estimular lo que llama el "comercio sustentable" de productos derivados de especies protegidas.
Poco después que Botswana, Zimbabwe y Namibia retiraron su propuesta, Toshio Torii, subdirector de la División de Fauna de la Agencia Ambiental de Japón, declaró a la prensa que su país "impulsa la protección de especies muy amenazadas, pero aquellas especies con grandes existencias deberían ser tratadas según su condición biológica".
Así mismo, los informes de la prensa japonesa sobre los elefantes se concentran en las grandes pérdidas agrícolas que supuestamente tienen los países africanos a causa de la intrusión de los paquidermos en áreas cultivadas.
Además, un programa en el canal estatal de televisión NHK mostró imágenes de escuelas y hospitales construidos en Botswana gracias a los ingresos de las exportaciones de marfil a Japón.
Una táctica similar se utiliza para hacer que los ecologistas japoneses y el público internacional tolere la caza de ballenas minke.
En un artículo publicado el martes en el diario Yomiuri, el de mayor circulación nacional, el periodista Naoki Inose sostuvo que las ballenas minke ingieren cada año una cantidad de peces equivalente a 30 por ciento del consumo de pescado en Japón.
"Esto significa un enorme desperdicio de recursos marinos", dedujo Inose. "Occidente ama a las ballenas, pero es necesario dejar de lado los sentimentalismos y ver la situación con objetividad", agregó.
Según el artículo, la campaña de Japón por la captura de ballenas exige una mejor comprensión de la cultura japonesa. Además, señala, la población de ballenas minke creció, y por lo tanto no hay motivos para no reanudar su caza.
Tokio también intentó proyectar una imagen de responsabilidad en la conferencia de CITES.
Antes del retiro de la propuesta de reanudar las exportaciones de marfil, por ejemplo, Shinya Mogami, del Ministerio de Industria y Comercio Internacional, destacó que Japón había sido seleccionado como el único país importador debido a su estricto control del comercio interno de marfil.
El gobierno incluso iba a exigir la adhesión de "etiquetas de certificación" en los productos de marfil para garantizar a los consumidores la importación legal del artículo.
Pero los argumentos de India y Kenia, que destacaron el crecimiento de la caza furtiva de elefantes desde 1999, aparentemente fueron más fuertes que los de Japón, y convencieron a Botswana, Zimbabwe y Namibia de no reanudar las exportaciones.
Los japoneses utilizan marfil principalmente para la fabricación de sellos que utilizan empresarios ricos. El precio promedio de un sello tallado asciende a 80.000 yenes (unos 770 dólares). (FIN/IPS/tra-en/sk/ccb/mlm/en/00