Brasil está descubriendo que un país con tanta diversidad natural, cultural, religiosa, étnica y social puede tener un cine documental tan sorprendente como el de ficción, con la ventaja de promover un autoconocimiento nacional.
El festival internacional "Es todo verdad", que celebra su quinta edición esta semana en Río de Janeiro y San Pablo, ya es considerado el más importante de América Latina y evidencia el reconocimiento que van ganando los documentales en el país.
Gran parte de ese prestigio se debe a Eduardo Coutinho, cuya obra "Cabra marcado para morir" fue elegida por críticos, cineastas y periodistas involucrados en el festival como el más importante hito del cine brasileño en su género.
La producción de la película, sobre el asesinato en 1962 de JoFo Pedro Teixeira, un líder campesino del noreste de Brasil, fue interrumpida por el golpe militar de 1964 y su consecuente represión política, y sólo fue concluida en 1984, cuando la dictadura ya llegaba a su fin.
Coutinho reunió lo que había filmado en los años 60 junto a entrevistas con los personajes sobrevivientes 20 años después, en una contundente denuncia de la persistencia de las injusticias y la violencia a que siguen sometidos los campesinos locales.
El cineasta logró reunir nuevamente a la familia Teixeira, que se dispersó tras la muerte del padre. Una hija se suicidó luego del asesinato y, de los ocho restantes, daban por muerta a la madre, que vivió oculta en un estado vecino.
Coutinho, considerado el mejor documentalista brasileño, ahora puede filmar con mayor frecuencia. El ritmo es frenético en comparación con las dos décadas exigidas por "Cabra marcado para morir", comentó el cineasta.
El año pasado exhibió en el circuito comercial "Santo fuerte", un reportaje sorprendente de la compleja religiosidad brasileña, a partir de simples entrevistas con pobladores de una pequeña favela (barrio marginal) de Río de Janeiro.
A fin de este año espera concluir una película sobre la forma como los pobres que conviven con la riqueza de las playas de Río enfrentaron la llegada del año 2000.
Las entrevistas e imágenes, con cinco cámaras, fueron hechas durante el 31 de diciembre y 1 de enero en dos favelas cercanas a Copacabana, la playa en que millones de personas se reúnen para festejar el año nuevo.
Un panorama de las religiones de Brasil, otro sobre la diversidad musical del país hecho para la televisión y varias obras sobre violencia urbana en distintas ciudades son todos largometraje, en contraste con una tendencia anterior de limitar ese tipo de película a corto y medianometrajes.
La violencia urbana, y la necesidad de comprenderla, es uno de los motivos que explica el auge actual de los documentales en Brasil, según el escritor Marcelo Rubens Paiva, quien apunta también la celebración de los 500 años de la llegada de los portugueses a Brasil como un estímulo a la revisión de la historia nacional.
La ola no se limita a Río. En Recife, una ciudad del noreste pobre de Brasil, los cineastas Paulo Caldas y Marcelo Luna acaban de realizar "El rap del Pequeño Príncipe contra las almas sebosas", sobre opciones de vida en uno de los más violentos barrios de la ciudad.
El filme cuenta la historia de dos jóvenes, héroes locales de orientaciones opuestas.
Helinho optó por hacerse "justicero", asesino profesional que asumió la misión de "limpiar" el barrio de delincuentes. A los 21 años confesó haber asesinado a 44 personas y fue condenado a 99 años de prisión.
Alexandre Garnizé es el "pequeño príncipe" que, como percusionista de una banda de rap, encabeza un movimiento que multiplicó los grupos musicales en el barrio, contribuyendo a la reducción de la violencia.
Ese movimiento, el "hip-hop", importado de Estados Unidos y bien adaptado a las periferias de las grandes ciudades brasileñas, puede constituir un importante factor de contención de la delincuencia, según Caldas.
Revelador de realidades más raras, de los rincones más profundos del país, es "Cine mambembe", producto de una singular aventura de los cineastas Laís Bodanzky y Luiz Bolognesi, de San Paulo.
La pareja pasó ocho meses de 1997 visitando decenas de pequeños poblados del norte y noreste del país, para exhibir películas que tratan aspectos de la realidad brasileña y filmar reacciones y comentarios de las personas que, en general, nunca habían visto un filme. Muchas de ellas son analfabetos.
La gira por carreteras precarias, ríos y áreas salvajes tuvo sus adversidades documentadas, como experiencias en aldeas indígenas.
Las exhibiciones llenaron plazas o viejos cines abandonados, provocando reacciones curiosas de los espectadores. Una joven, por ejemplo, confiesa su sorpresa ante películas cuya producción creía exclusiva de Estados Unidos.
Documentales sobre la violencia y miseria en las grandes metrópolis deshicieron ilusiones sobre la prosperidad de los grandes centros urbanos.
"Brasil no conoce a Brasil", dice una canción muy popular de los años 70. El cine documental resurge fortalecido, como reconocimiento de esa situación y la intención de superarla. (FIN/IPS/mo/ag/cr/00