La activista negra Loretta J. Ross descubrió que la Declaración Universal de los Derechos Humanos es un arma poderosa para "desprogramar" a racistas blancos arrepentidos.
Ross, de 45 años, brinda clases a trabajadores inmigrantes, activistas por los derechos de portadores de VIH y a ex supremacistas blancos en el Centro de Educación de Derechos Humanos en el estado de Georgia, en el sur de Estados Unidos.
La fundadora y directora ejecutiva del Centro ofrece talleres de trabajo gratuitos sobre derechos humanos, y basa su trabajo en el breve pero potente texto de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Su misión consiste en ayudar a los activistas estadounidenses a incorporar la Declaración en su lucha cotidiana y lograr que organizaciones como Amnistía Internacional y Human Rights Watch presten más atención a las injusticias económicas en el país.
"Tengo el don de visualizar lo imposible y hacer que ocurra", dijo Ross.
Su primer acto de resistencia se desencadenó cuando tenía 15 años y fue expulsada de la escuela porque quedó embarazada. Un dictamen judicial obligó a la escuela a readmitirla y cambiar su política.
A fines de los años 60 concurrió a la Universidad Howard, un "baluarte del activismo universitario". A los 24 años, se unió a un grupo de mujeres negras que conducían uno de los primeros centros de atención a víctimas de violación de Estados Unidos.
En seguida escaló posiciones de liderazgo en la Organización Nacional de Mujeres y en el Proyecto Nacional de Salud de Mujeres Negras, entre otros logros importantes.
En 1996, cuando se desempeñaba como desprogramadora de fanáticos de la supremacía blanca que habían abandonado el culto racista, asistió a la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer en Beijing y cambió allí, otra vez, su enfoque.
En esa conferencia convocada por la Organización de las Naciones Unidas, Ross entró en contacto con 20 activistas involucradas en la educación sobre derechos humanos.
La conferencia concluyó que "el mundo había estado esperando que Estados Unidos comprendiera la importancia de los derechos humanos, debido al poder desproporcionado que tenemos para afectar sus vidas", expresó.
Cuando regresó a Georgia, Ross decidió aplicar los principios de los derechos humanos a su trabajo como desprogramadora.
"Como cualquiera puede imaginar", abandonar el movimiento supremacista "no es como dejar el Club Kiwanis", una organización de caridad, ironizó la activista.
"De manera que traté de hacerlo con un par de esos individuos. Siempre estamos buscando un lenguaje común, quiero decir, ¿cómo se las arregla una negra para tratar con un tipo blanco que fue nazi?", recordó.
Ross dijo que se sorprendió por la forma en que el concepto de universalidad de los derechos humanos resonó en esos individuos, cuya hostilidad respondía, en gran medida, a la percepción de que habían sido social y económicamente excluídos.
La idea de que la convención protegía a todos por igual les llegó de una manera que ayudó a reforzar su respeto por otros, señaló.
"Me pregunté: si eso funcionaba con estos racistas rabiosos, ¿con quién más podía funcionar? Así, me convencí de la necesidad de un cambio de enfoque. Después de trabajar en comunidades atacadas por (la organización racista blanca) Ku Klux Klan, uno necesita algo más potente que la simple negativa", expresó Ross.
De modo que a los 41 años, Ross fundó el Centro de Educación de Derechos Humanos en Atlanta, capital de Georgia. Si bien aprecia la labor de grupos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, afirmó que su centro presiona por justicia económica, algo que aquellas organizaciones dejan de lado.
Mientras esos grupos se preocupan por las pésimas condiciones carcelarias, "nosotros preguntamos en primer lugar porqué hay tanta gente presa", explicó.
Ross es hija de un sargento del Ejército de Estados Unidos. Su familia era pobre, pero no hambrienta. Tenía siete hermanos.
"Estados Unidos debería ser una nación líder en derechos humanos, pero, por el contrario, es líder en desvirtuarlos, especialmente en el terreno económico, como salarios decentes, viviendas, tutela de la salud y educación", afirmó.
Pocos estadounidenses están enterados de que poseen esos derechos, según Ross. Una encuesta que encargó el Centro en 1997 reveló que 92 por ciento de sus conciudadanos jamás oyó hablar de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En los últimos cuatro años, el Centro, que está financiado con donaciones, imprimió y distribuyó 250.000 copias del texto de la Declaración. Ahora tiene problemas para satisfacer la demanda.
Desde 1997, el centro ha patrocinado cientos de talleres de trabajo de un día, en los cuales Ross y sus asistentes educaron a líderes comunitarios sobre los derechos que constan en la Declaración, y su relevancia para sus casos particulares, ya sean personas sin hogar u homosexuales.
"La respuesta ha sido abrumadora. Les brinda un nuevo instrumento para seguir su trabajo, pero de una manera diferente", apuntó.
Ross recibió una de las lecciones más importantes de su vida de Ruth, fundadora del Consejo Nacional de Mujeres Negras. "Tenía unos 80 años y yo estaba en mis 20. Yo estaba muy disgustada por lo pasiva que habia sido aquella generación de mujeres negras", recordó.
"Ruth me hizo sentar. 'Loretta, quiero que entiendas algo que yo aprendí', me dijo. 'Hay suficiente espacio en la lucha para que todos lo hagan en forma diferente. Gracias a mi trabajo, una radical como tú puede caminar hacia la puerta"', recordó Ross.
"'Yo tengo una cierta manera de abrirla y tú un modo diferente de asegurar que esa puerta permanezca abierta', me dijo. Jamás lo olvidé. Ruth murió cuatro años después. No puedo recordar su apellido, pero nunca perdí la leccion", dijo Ross. (FIN/IPS/00