Jean Brown-Trickey sigue en guerra contra el racismo, ahora desde la capital de Canadá, más de 40 años después de haber estado en primera línea de combate contra la segregación en el sur de Estados Unidos.
Jean Brown-Trickey fue una de los nueve adolescentes negros que pretendieron asistir a clases en el Colegio Secundario Central de Little Rock en 1957, luego de que el gobernador de Arkansas, Orval Faubus, apelara a la fuerza para mantenerlo sólo para blancos.
Escenas de violencia y de intimidación de los estudiantes negros se reiteraron durante meses frente a la fortaleza de ladrillos que una vez fue elegida como "el colegio más bello de Estados Unidos". Las fotografias se reproducían en las portadas de los diarios de todo el mundo.
Finalmente, el presidente Dwight Eisenhower envió 1.1000 soldados federales a Little Rock para proteger los derechos de los nueve jóvenes y hacer cumplir la orden de poner fin a la segregación que había impartido la Corte Suprema de Justicia estadounidense.
Por último, el 25 de septiembre de 1957, en su tercer intento de ocupar su lugar en el colegio, Brown-Trickey y sus ocho compañeros asistieron a clase.
Brown-Trickey es hoy directora ejecutiva de la Alianza Antirracista Canadiense, una organización que supervisa políticas gubernamentales en la materia y trabaja para proteger los derechos de los que demandan protección contra ataques de naturaleza racial.
Tambien es conferencista, se desempeña como asesora de otras organizaciones antirracistas y está escribiendo un libro sobre su vida.
Dos años atrás recibió un premio especial de sus compañeros del movimiento antirracista canadiense, que le fue otorgado por el líder sudafricano Nelson Mandela en su visita a Ottawa.
Brown-Trickey dijo que poco ha cambiado en América del Norte desde la época de Arkansas, excepto que el racismo se ha hecho más sutil. También le molesta la escasa cantidad de personas incorporadas a la lucha contra ese problema.
"Muy a menudo me sorprendo diciendo 'debemos hacer algo' y mirando las caras de los que me contestan 'no podemos hacer nada", comentó. Pero nunca dejó su puesto de activista.
Su decisión de unirse a la lucha escolar contra la segregación fue impulsiva. "El pastor de mi iglesia pidió voluntarios y yo levanté la mano. Esa decisión iba a cambiar el curso de mi vida", expresó.
Una vez en el colegio, Brown-Trickey vio la expresión sarcástica de los estudiantes blancos.
La activista recordó que ella y sus compañeros negros sufrían a diario burlas, amenazas, puñetazos y bofetadas de sus compañeros segregacionistas, un tormento tácitamente permitido por las autoridades escolares y sólo atenuado ligeramente por gestos callados de solidaridad de algunos blancos.
Al contrario del resto de los primeros nueve alumnos negros del colegio secundario de Little Rock, Brown-Trickey no pudo soportar las burlas sin reaccionar.
Seis meses después de haber ingresado, vació un plato de comida sobre la cabeza de un compañero de clase que la llamó despectivamente "negra" y llamó a otro "basura blanca".
Las autoridades del colegio la expulsaron. "Sentí alivio y vergüenza al mismo tiempo. Sentí que, de alguna manera, había traicionado a los otros estudiantes negros. Tuve una total sensación de fracaso", contó Brown-Trickey.
Despues de su expulsión en 1958 se trasladó a Nueva York para terminar su enseñanza secundaria en una escuela integrada antes de asistir a cursos universitarios de periodismo. En los ocho años siguientes actuó en el movimiento por los derechos civiles.
En 1967 se trasladó a Canadá con su marido, quien no quería ser enrolado en el ejército estadounidense para luchar en Vietnam.
Ambos se instalaron en una comunidad subártica al norte de Ontario, donde Brown-Trickey se convirtió en asistente social de comunidades nativas, a cuyos integrantes ayudó a tomar conciencia de la lucha antirracista.
En ese sentido, encabezó una batalla judicial para que se le reconociera a las familias el derecho de instruir a sus hijos en su casa.
"Como asistente social, me di cuenta de que la pobreza y el racismo en América del Norte no se limitaban al sur de Estados Unidos. Existen terribles problemas en las reservas indígenas canadienses que han sido ocultados por el aislamiento y la falta de atención" señaló.
"Creo que si una ley está equivocada debe haber manera de cambiarla. Nosotros, los nueve de Little Rock, probamos la realidad de la ley. Toda la cuestión giró en torno de la Constitución y de su cumplimiento. Terminé diciendo que la Constitución tambien era para mí", reflexionó.
A pesar de todo, los años no le dejaron amargura. "Acumular odio, para mí, es una pérdida de tiempo, porque entonces no hago lo que necesito hacer con mi propia vida. Esa es una de las cosas que se aprenden realmente rápido", dijo.
"Quedar atrapada en el odio racial es ser apresada por una forma de opresión diseñada para desmoralizar, disminuir y destruir. ¿Por qué debo querer ser parte de eso?", se preguntó.
Brown-Trickey sigue en contacto todavía con los sobrevivientes de los nueve de Little Rock. "Estamos orgullosos de la manera en que salimos adelante. Ninguno de nosotros es un fracaso. Y eso, según creo, es la prueba de que hicimos lo correcto", dijo.
"Sin embargo, jamás hubo una integración total", afirmó, aludiendo la alta concentración de escuelas solo para negros en los grandes centros urbanos estadounidenses. "Lo que he tomado de Little Rock es una obligación personal de cambiar cosas que están equivocadas", concluyó. (FIN/IPS/00