Hace diez años que en Cuba circula el mismo chiste: el país se queda vacío y la última persona, antes de irse, pasa a apagar el faro del Castillo del Morro, en la entrada de la bahía de La Habana.
"El último que apague el Morro", es la frase que resume la historia y un buen ejemplo de una de las más útiles válvulas de escape con que cuenta la población de la isla caribeña en los peores momentos: el humor.
"Somos felices aquí", la consigna política de la última década, tiene su continuación en la imaginación popular, "¡imagínate tú allá!".
"¿Qué está después del 'mal'?", le pregunta una cubana a otra mirando el mar y señalando el horizonte. "El bien", es la respuesta que identifica automáticamente a Estados Unidos.
Decisión polémica y hasta dramática durante décadas, desde principios de los 90 emigrar se convirtió en una estrategia más de sobrevivencia frente a la peor crisis económica que vive el país desde el triunfo de la Revolución liderada por Fidel Castro.
Miles de personas emigran legalmente cada año y otras tantas optan por la peligrosa travesía marítima sobre una balsa, la salida a través de un tercer país o pagan hasta 8.000 dólares a un traficante de indocumentados.
El caso de Elián González, el niño de seis años que vio morir a su madre en el mar y ahora es reclamado por su padre en Cuba, es uno más en una historia en la cual algunas personas tuvieron peor suerte y no vivieron para contarlo.
Se estima que unas 60 personas murieron el pasado año en los 180 kilómetros que separan Cuba del sur del estado de Florida. En la década del 80, uno de cada cuatro cubanos que se subía a una balsa moría en el intento.
Fuentes de la Guardia Costera de Estados Unidos aseguran que la cifra de emigrantes que lograron tocar tierra y, de acuerdo con las leyes estadounidenses obtuvieron asilo en ese país, llegó a 2.254 en 1999.
Washington entrega en Cuba unas 20.000 visas anuales para emigrantes desde 1995. Así y todo, la cifra de personas interceptadas en el mar tratando de llegar a territorio estadounidense creció de 626 en 1995 a 1.343 en 1999.
Irse, aunque sea sin la posibilidad del retorno, es para muchas personas una opción tan válida como alquilar habitaciones, ejercer la plomería por cuenta propia o vender productos de procedencia dudosa de puerta en puerta.
Un estudio de las investigadoras Consuelo Martín y Guadalupe Pérez, publicado por la Editora Política del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, reconoce de decisión de emigrar como una salida a la crisis.
"Las situaciones de crisis desencadenan ansiedades de pérdida y de ataque, las cuales generan diferentes modos de enfrentamiento" que, según las expertas, pueden pasar por una respuesta activa, el inmovilismo o la evasión.
La investigación afirma que "el desfasaje existente entre necesidad y satisfacción de esa necesidad" como resultado de la cotidianidad en crisis, genera frustraciones y "descensos del umbral de tolerancia".
"La emigración como solución a los problemas cotiadianos ha sido una estrategia asumida, que refleja una alza abrupta -sobre todo en forma ilegal- a partir de la década del 90", aseguran las especialistas.
Cuba, con más de 11 millones de habitantes, vivió entre 1990 y 1993 una caída abrupta del producto interno bruto que afectó todas las esferas de la vida y cambió radicalmente la cotidianidad de la población.
Una encuesta aplicada por Martín y Pérez arrojó que en los últimos años emigrar se asocia con "satisfacción, lo mejor, felicidad, suerte, oportunidad" y la vida cotidiana se define como "desgracia, infierno, agonía".
Entre las personas que tienen una opinión negativa de la realidad cubana actual, muchas no emigrarían por ser cubanas y vivir en su país, no querer separarse de su familia, estar demasiado viejas o ser partidarias de Castro.
La mayoría de los que emigrarían lo haría porque su "futuro en la isla es incierto" y para resolver sus problemas económicos, mientras que una minoría buscaría una apertura política, "por estar en contra del socialismo".
Para los familiares que se quedan en la isla, el emigrante tiene la obligación de ayudarlos y ese deber no se discute.
"Lo importante es salvar a la familia y no importa cómo", dice un ingeniero de 49 años que mientras apuesta por una visa para Estados Unidos, mantiene su puesto en un organismo del Estado y arregla computadoras por su cuenta.
En 1993, su esposa asumió el sacrificio. Mientras él se contentaba con sus 400 pesos mensuales (igual a dólares al cambio oficial y 21 pesos por dólar en casas de cambio), ella dejó su profesión para colocarse en un puesto de doméstica donde ganaba 60 dólares mensuales.
En Cuba el salario medio mensual es de unos 220 pesos cubanos. El dólar se cotiza a 21 pesos, pero en los primeros años de esta década llegó a venderse a 140-150 pesos.
"Estamos apostando por una visa legal, de no darse habría que pensar en otras salidas", afirma.
Esta pareja que lleva 15 años unida y tiene una hija de 12 años ya pensó en casi todo. Se divorciaron para casarse con extranjeros que los sacaran del país y no salió, se volvieron a casar para optar por visas en la lotería que cada cierto tiempo abre el gobierno de Estados Unidos y tampoco han tenido suerte.
En el último "bombo", como se le conoce en la isla, realizado en 1998 para entregar 20.000 visas se inscribieron 600.000 personas entre 18 y 55 años, según fuentes estadounidenses.
"Si no tenemos suerte, habrá que pagarle a alguien para que me saque a mi del país como sea", afirma el ingeniero, que solicitó el anonimato.
Una vez allá, la historia es conocida. Como tantos emigrantes cubanos, ayudará a su familia con remesas de dinero y paquetes de ropa, medicinas y alimentos hasta tanto pueda reclamarla para que se una a él.
En Cuba se recibieron 500 paquetes diarios provenientes de Estados Unidos entre marzo y mayo de 1993, según un estudio realizado por Martín para el Centro de Estudios de Alternativas Políticas de la Universidad de La Habana.
Tras la legalización del dólar en la isla en agosto de ese año, las remesas comenzaron a sustituir a los paquetes. Expertos calculan que la comunidad emigrada cubana envía a sus familiares en la isla más 800 millones de dólares al año. (FIN/IPS/da/ag/ip/00