Niños y niñas de familias pobres de 12 escuelas de Argentina participaron de un programa auspiciado por UNICEF destinado a "tomar la palabra", para que superen la brecha lingüística que los excluye del sistema social.
La experiencia recurrió a una fórmula simple, pero que resulta infalible para hacer que los niños se expresen: la lectura de cuentos. La "excusa" sirvió para que los niños, a su vez, lograran contar sus proyectos, afectos, miedos, alegrías y padecimientos.
"Nos preocupaba saber cómo inciden las restricciones de lenguaje de muchos niños pobres al momento de intentar integrarse al sistema", explican las psicólogas y sociólogas que realizaron el proyecto en sus conclusiones, que serán publicadas en abril.
El estudio comenzó en 1995 coordinado por la psicóloga Silvia Schlemenson y abarcó 12 escuelas de cinco provincias del interior del país, a las que asisten alumnos en edad prescolar (5 y 6 años) pertenecientes a familias de escasos recursos.
A través de la lectura de cuentos infantiles en unos 80 encuentros de 20 minutos cada uno, las profesionales acercaron a los niños a la palabra, una herramienta para desplegar sus habilidades narrativas y su capacidad de reflexionar y pensar críticamente.
En la evaluación final, a la que accedió IPS, las profesionales indican que muchos niños de familias pobres hablan muy poco debido a que se dedican a actividad laborales (cuidan un hermano, cocinan o trabajan fuera del hogar), lo que hace que tengan un escaso vocabulario que limita sus potencialidades.
La socióloga Mónica Rosenfeld de UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), explicó a IPS que la preocupación no radica en cómo hablan, sino en que hablen y "puedan expresar en palabras sus experiencias y sentimientos, para evitar que en el silencio queden excluídos".
Las autoras de la investigación indicaron que los niños y niñas pobres desarrollan un "lenguaje miedoso", temen decir su nombre, hablan en voz muy baja o prefieren responder a los requerimientos del maestro hablando a su compañero al oído.
"Los niños en situación de pobreza suelen sumar a sus desventajas económicas, restricciones en el lenguaje", sostiene el informe coordinado por Schlemenson.
"Desde esta perspectiva creemos que el lenguaje es un recurso desigualmente distribuído e importa que niños y niñas tomen la palabra", añade.
La metodología del trabajo consistió en leer cuentos y motivar a los niños y niñas a expresarse, porque "un cuento es un emotivo disparador del interés para el despliegue de opiniones y pareceres", opinan las investigadoras.
Al principio, algunos niños respondían con la cabeza, mostraban cantidades con los dedos de la mano o asentían con una sonrisa complaciente, mientras que otros hacían comentarios en voz muy baja o en secreto a sus compañeros. Todas estas formas de expresión fueron respetadas en su singularidad.
Los niños eran invitados a relacionar los conflictos escuchados en el relato con sus experiencias de vida, ya que esa es la mejor manera de integrarlos al sistema educativo, rescatando y valorizando sus vivencias.
De esa manera pudieron poner de manifiesto que muchas veces son víctimas de la violencia doméstica o receptores de la angustia de los padres que no tienen trabajo.
El método consistió simplemente en incentivarlos a "decir" lo que les molestaba, les dolía o los alegraba, en el mismo momento en que se desarrollaba la lectura de los cuentos.
Las investigadoras consideraron que el objetivo fue incentivar la diversidad de opiniones, con particular énfasis en aquellas que resultaban más extraño o discordantes, confrontar a los niños con realidades distintas e intentar mostrar un universo complejo de experiencias.
Las autoras señalaron su convicción de que de esa forma se enriquece la propia vivencia y se hace posible modificar la manera de pensar y de situarse frente al mundo.
"Cuando se resaltan las diferencias se puede desplegar una mayor capacidad de reflexión y así surge el pensamiento crítico", una herramienta que las autoras consideran fundamental a la hora de la integración social de estos niños y niñas de escasos recursos económicos.
Del mismo modo, si los niños pierden el temor a expresar sus deseos, realidades y miedos, si se conmueven y se transforman frente a lo diferente y son escuchados en sus puntos de vista, van recuperando su imaginación y pueden soñar que existen otras posibilidades para su vida.
"La falta de un espacio para expresarse, entender y reflexionar en un ambiente de respeto hacia lo que digan, condena al silencio a un alto porcentaje de niños que podrían integrarse al sistema educativo en forma más equitativa", advierte el trabajo.
En cambio, este tipo de estimulación restringe las posibilidades de que los niños y niñas abandonen la escuela, y brinda un puente -quizás el último, dicen las autoras- entre los hogares pobres y el sistema socio-cultural. (FIN/IPS/mv/dm/ed hd/99