La reelección del presidente de Uzbekistán, Islam Karimov, fue interpretada en Tashkent como una señal de la estabilidad política de esa república ex soviética, pero activistas uzbekos exiliados la consideraron un paso atrás.
"Consideramos la elección presidencial ilegítima, porque los verdaderos opositores no pudieron postularse y por tanto los votantes no tenían opción", declaró Abufattah Mannapov, copresidente de la Sociedad por los Derechos Humanos en Asia Central, con sede en Moscú, entrevistado tras los comicios del domingo 9.
Había pocas dudas de que Karimov, el hombre fuerte de Uzbekistán desde 1990, ganaría las elecciones. El mandatario tiene 61 años y proclamó su victoria con 91,9 por ciento de los votos emitidos.
Con estos resultados, Karimov obtuvo un nuevo mandato presidencial de cinco años en el país más poblado de Asia central, con 24 millones de habitantes.
Abdulkhafiz Dzhalalov, líder del Partido Democrático Popular de Uzbekistán (Fidokorlar), quedó en un distante segundo lugar con cuatro por ciento de los votos, mientras otro cuatro por ciento de los sufragios fueron declarados nulos.
Pero muchos analistas creen que Dzhalalov, líder del ex movimiento comunista, progubernamental, hizo el papel de opositor sólo para dar a los comicios una apariencia democrática.
Dzhalalov, ex jefe de propaganda del Partido Comunista de Uzbekistán, declaró públicamente que Karimov se merece haber ganado las elecciones.
Fuentes de la capital uzbeka, Tashkent, sugirieron que los porcentajes de las elecciones presidenciales fueron arreglados, al igual que en los comicios parlamentarios de diciembre, señaló Mannapov.
En las elecciones parlamentarias, los candidatos propresidenciales obtuvieron un porcentaje similar de votos (95 por ciento). De todos modos, el parlamento de Uzbekistán no es más que una institución ceremonial.
La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) calificó la votación de antidemocrática y se negó a enviar observadores electorales, arguyendo que no había "una opción real".
Activistas de los derechos humanos señalaron que la manipulación electoral en Uzbekistán no es un apartamiento repentino de las reformas democráticas, sino que está de acuerdo con el método de Karimov de gobernar por decreto.
Karimov, un ingeniero de profesión, comenzó su gobierno hace 10 años como jefe del Partido Comunista de Uzbekistán, bajo el régimen soviético. Elegido presidente en 1991, su mandato fue ampliado en un referéndum celebrado en 1995.
El mandatario no tolera la oposición y designa a todos los ministros. Sus críticos señalan que su gobierno adoptó el estilo del ex presidente de Indonesia, Alí Suharto.
Los directores de los medios de prensa estatales ejercen la censura directa, en particular para eliminar cualquier crítica al presidente o sus políticas. El dominio exclusivo de los medios y la influencia sobre líderes locales, designados por el propio presidente, garantizan la concentración del poder en sus manos.
"Dadas estas circunstancias, unas elecciones libres y justas serían absolutamente imposibles en el Uzbekistán de hoy", comentó Mannapov.
Las autoridades uzbekas prometieron mantener la estabilidad política, pero en realidad la represión de toda forma de disentimiento es una forma de silenciar las críticas a la detención de activistas musulmanes, señalaron observadores.
Tashkent teme un resurgimiento del extremismo islámico en la región. En mayo de 1998, Uzbekistán y Tajikistán se unieron a Rusia para combatir el fundamentalismo y el wahabismo, una rama conservadora del islamismo sunita que, según estos tres gobiernos, amenazaba Asia central y el norte del Cáucaso ruso.
Uzbekistán realizó una dura campaña de represión de supuestos fundamentalistas islámicos o wahabis desde el asesinato de cuatro policías en la región de Namangan, hace un año y medio.
Karimov llegó a declarar al parlamento que él mismo mataría a los guerrilleros islámicos "si fuera necesario".
Actualmente, la represión está dirigida principalmente contra los rivales políticos del presidente, en especial el partido Erk y su líder Muhammad Salikh, que ahora vive en el exilio, señaló Mannapov.
"Desafortunadamente, los pueblos de Asia central parecen aceptar gobiernos paternalistas y autocráticos a cambio de cierta estabilidad política", lamentó. (FIN/IPS/tra-en/sb/js/mlm/ip-hd/00