La elección anual del Mejor Jugador del Mundo, realizada por la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) desde 1991, acentuó en su última edición una tendencia injusta del más democrático de todos los deportes: la dictadura de los goleadores.
Solo los goleadores ganaron derechos de estrella, y, en consecuencia, monopolizan los sueldos multimillonarios. Creció así el desequilibrio entre el conjunto y la individualidad en un deporte netamente colectivo.
Es una ley del mundo del espectáculo, pero en el cine los festivales y concursos, como el Oscar estadounidense, por lo menos conceden premios a los coadyuvantes, y abren la posibilidad de que asciendan a protagonistas, aunque en pocos casos.
El premio de la FIFA concedido el lunes en Bruselas al brasileño Rivaldo, del equipo español Barcelona, pareció más que justo. Este jugador triunfó por gran ventaja, 543 puntos contra los 194 obtenidos por el segundo, el inglés David Bekham, del club Manchester United.
Este resultado equivale casi a la unanimidad en una actividad de opiniones muy divididas por nacionalismos y simpatías acérrimas. Pero también consolida la división de clases que se viene desarrollando en el fútbol en beneficio de los goleadores y en detrimento de los demás jugadores.
Tanto Rivaldo como Bekham y el tercer jugador, el argentino Gabriel Batistuta, que juega en el club italiano Fiorentina, son reconocidos y valorados por la cantidad de goles que convierten y, en segundo lugar, por los que "sirven" a sus compañeros.
Entre los ocho ya considerados Mejor Jugador del Mundo por la FIFA, siete han sido goleadores. La excepción fue el primero escogido, el alemán Lothar Matthaus, un mediocampista organizador de jugadas y del equipo.
Los dos brasileños que antes ocuparon la cumbre, Romario en 1994 y Ronaldinho en 1996 y 1997, son eficientes goleadores. En el mercado mundializado, constituyen el tipo de jugador de cotización alta y creciente, 10 veces superior, y aun más, que la de los mejores defensores.
En la situación actual, es inimaginable que un defensor o un arquero pueda ser reconocido como el mejor jugador, ni siquiera de las regiones o países donde actúan, por más decisivos que hayan sido en el triunfo de sus equipos. Son obreros condenados a sudar para valorizar a sus compañeros delanteros.
El fútbol tiene rasgos democráticos difíciles de encontrar en otros deportes y que explican, probablemente, su mayor popularidad. No es tan discriminatorio, por ejemplo, como el baloncesto o el vóleybol, donde se consolidó la exclusión total de los jugadores de baja estatura.
El cuerpo de antiatleta no impidió al argentino Diego Maradona ser muchos años el incuestionable número uno, con su extrema habilidad de zurdo. Personas bajas como Romario brillaron en todos los puestos, excepto en el arco.
Las autoridades deportivas reducirían el grado de injusticia en el mundo si deciden establecer categorías por estatura en el baloncesto, el vóleybol y el salto alto, tal como ya se hace con el peso en el boxeo y otras luchas.
Si no se toman decisiones en ese sentido, seguirán siendo excepcionales los casos de ascenso social por medio del deporte, que son regla en el fútbol.
Los pobres alcanzan en raras ocasiones la altura y la fuerza física de las personas de capas más favorecidas, en la edad en que se escogen los atletas profesionales, cada día más temprana.
En el fútbol es al revés, por lo menos en los países en desarrollo o de graves desigualdades, como Brasil. La mayoría de los jugadores proceden de las capas desposeídas.
Rivaldo, tal como Romario, es un ejemplo. Hijo de una familia pobre de Paulista, ciudad de la región metropolitana de Recife, en el nordeste de Brasil, la desnutrición casi aborta su carrera.
Sin musculatura para su alta estatura (1,86 metros), parecía demasiado flaco y desgarbado para un deporte tan competitivo. En la adolescencia, cuando intentaba profesionalizarse, un director técnico lo descartó tras calificarlo de "cae-cae", por no resistir al contacto físico en los partidos.
Para empeorar, había perdido los dientes delanteros, falla corregida por una prótesis.
Por suerte, fue transferido a un equipo con mejores condiciones de aprovechar talentos, el Mogi-Mirím, en el estado de Sao Paulo. Allí, la buena alimentación y el tratamiento físico le permitieron desarrollar y revelar sus habilidades amortiguadas.
Rivaldo, cuyo pase cuesta 70 millones de dólares, reconoce que tener excelentes futbolistas como compañeros en el club Barcelona fue decisivo en su elección como Mejor Jugador del Mundo de 1999. "Tengo la suerte de jugar en un gran equipo que me permite brillar y ganar títulos", dijo.
Eso certifica otro aspecto discriminatorio del premio de la FIFA. Ningún jugador tiene la mínima posibilidad de ganarlo actuando fuera de los ricos campeonatos europeos, en especial el italiano y el español. (FIN/IPS/mo/mj/cr/00