Miles de propietarios de campos en Argentina no imaginaron hasta hace pocos años que el turismo sería la tabla de salvación frente a una de las peores crisis agropecuaria de la historia del país.
"Muchos de estos hacendados no tienen idea cómo es el negocio turístico, pero aprenden en la práctica ya que cuentan con el bien más preciado que es la demanda", explicó a IPS una operadora del sector que tiene en oferta unos 10 establecimientos rurales.
Esas extensiones de kilómetros de tierra llana sin ondulaciones ni árboles se parecen a la nada, pero tienen un valor inestimable para quienes viven en grandes ciudades con altos edificios o, simplemente, en países montañosos donde no es sencillo percibir la línea del horizonte.
Algunos productores que tenían como única alternativa presentar quiebra a corto plazo están hoy, a pesar de conocer muy poco del negocio, percibiendo hasta 250 dólares por cada pasajero que pasa la noche en una habitación de la casa principal, tradicional pero con el confort moderno.
Carlos Liciardi, propietario de un campo de 250 hectáreas en la provincia de Buenos Aires, junto a la capital, comentó a IPS cómo fue que, luego de pasar por distintas alternativas dentro del negocio agropecuario, encontró ahora una salida mucho más rentable.
Dividió el establecimiento llamado "Don Carlos" en dos parcelas, dejó solo 38 hectáreas para dedicarlo al turismo rural, y el resto lo arrienda a un productor lechero que mira con cierta envidia la apacible vida de su vecino y lo suculento de su caja.
El promotor de la idea nacida en 1997 fue el hijo de "Don Carlos", licenciado en Turismo.
"Los viernes recibimos turistas extranjeros, los sábados realizamos seminarios, reuniones empresariales, casamientos y cumpleaños y los domingos suele ser un día de visita de familias de la ciudad de Buenos Aires", explicó Liciardi hijo.
Las haciendas rurales, llamadas estancias en Argentina y Uruguay, surgieron en el período de la colonia española.
Básicamente son grandes extensiones de campo dedicadas en especial a la ganadería y, en menor medida, a la agricultura, con un "casco" o casa principal, donde se hospedaba la familia del propietario, y otras construcciones aledañas.
Estos establecimientos rurales, sobre todo en la llamada pampa húmeda del centro de Argentina, representaron el polo de mayor desarrollo económico entre fines del siglo XIX y la primera mitad del XX, pero a partir de entonces el negocio entró en un período de alzas y bajas.
Con las caídas de los precios internacionales de los productos básicos y ante la falta de ayuda estatal muchos establecimientos cerraron sus puertas y los campos perdieron valor.
Algunos de ellos fueron divididos en pequeñas y medianas parcelas que tampoco lograron mejores resultados.
Precisamente, en el peor momento de la crisis, muchos de los productores que tenían arrendados sus campos y apenas salvaban los costos de mantenimiento descubrieron encantos que debían ser mostrados antes de que desaparecieran por la acción del tiempo.
Así fue que nació la idea de llevar turistas a las haciendas, en especial extranjeros, para brindarles un día de campo con cabalgatas, paseos en carro de caballos, caza, pesca, bailes típicos e invitarlos con carne vacuna asada.
Algunas ofertas turísticas incluyen la visita acompañada para conocer el trabajo de las nuevas maquinarias agrícolas, en el caso de que todavía las haya funcionando, mientras los niños pueden disfrutar de paseos en tractores y máquinas cosechadoras y sembradoras.
Otro estanciero, Joaquín Fasel, de la hacienda Molino Viejo, comentó a IPS que su campo había sido utilizado para la actividad agroindustrial, pero hoy el viejo molino hidráulico del siglo pasado es el monumento en torno al cual se erige el negocio turístico.
"Nos quedamos con unas 20 hectáreas y el viejo molino, con lo cual comenzaron a recibir visitas con un enfoque ecoturístico, ya que no queremos volver a la producción rural sino que procuramos que el medio vuelva a ser silvestre", explicó Fasel, que debió capacitarse en la materia para enfrentar la nueva actividad.
La fuerte demanda de visitantes a los otrora misteriosos y lejanos establecimientos rurales, sumada a la necesidad de los productores de darle un nuevo sentido económico a sus extensas explotaciones, dieron lugar a un proyecto oficial de apoyo a 500 productores que quisieron reconvertirse.
El programa, impulsado hace tres años por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, otorga créditos y capacitación y procura beneficios tales como seguros colectivos para los hacendados devenidos en empresarios del turismo.
Según datos de la Secretaria de Turismo, este tipo de oferta aumenta 15 por ciento cada año, debido a la gran demanda y a que la oferta no requiere más que algunas inversiones en mejoras de infraestructura de la casa principal. El personal que se utiliza es el mismo que trabajaba en la actividad agropecuaria.
Los peones rurales, herederos de la cultura de los antiguos "gauchos", son los que pasean en carro de caballos a los visitantes, preparan la carne asada, realizan las llamadas "jineteadas" (doma de caballos salvajes) y hasta ofrecen sus artesanías, otra veta del nuevo negocio.
En el campo argentino hay miles de orfebres que trabajan en platería y cuero, que hasta hace poco tiempo necesitaban llevar su producción hasta los centros urbanos.
Sin embargo, ahora los tradicionales mates (calabazas) y bombillas usadas para consumir la tradicional infusión de yerba mate, ponchos o mermeladas están a la venta en el mismo lugar donde se producen.
Los establecimientos rurales turísticos, que forman parte hoy del plan de viaje de numerosos extranjeros, no sólo existen en la provincia de Buenos Aires sino también en Córdoba y Entre Ríos, en el centro, y en las sureñas Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.
También se desarrollaron en Uruguay, país limítrofe que tiene una historia compartida con Argentina y casi idénticas tradiciones. (FIN/IPS/mv/dm/if/00)